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2001: ¿No hay luces en la ciudad del desencanto?

© Marcos Fredes


¿Y en qué están los fotógrafos jóvenes? Pese a que las universidades aún se resisten a integrar la fotografía como otra de sus carreras, lentes emergentes no han dejado de sorprendernos los últimos 15 años. Iniciativa interesante es la que, en Santiago, desarrolla actualmente el Instituto ARCOS: ‘La semana de la foto’. A continuación, una mirada a sus miradas, ojos bien abiertos en la ciudad del desencanto.

Hay consenso en el mundo fotográfico nacional; La década del ’90, la última del siglo XX, fue la más floja en lo que a propuestas visuales frescas y remecedoras se refiere. Claro que les tocó difícil a los jóvenes que iniciaron su andar durante dicho período, sus antecesores directos venían saliendo de una etapa de nuestra historia, cuyo contexto político resultó determinante en el cuestionamiento y accionar de sus vidas tras el lente. Dicho contexto, como se sabe, se diluyó demasiado pronto, perdiendo fuerza ante los nuevos tiempos de la cultura light, la caída de las utopías y el apático ‘no estoy ni ahí’.

Pese a ello, los ’90 también arrojaron lo suyo, miradas menos politizadas que las de sus ahora maestros de aula, pero también más libres, desenfadadas y tanto o más críticas ante la sociedad que si bien no escogieron, les tocó vivir.

Así se habló en 1998, por ejemplo, de Carla Ramírez, Pablo Martínez, Tomás Munita, Luis Santelices y Mario Vega, cinco fotógrafos nacidos en la década del `70, cuyos portafolios comenzaban ya a dar que hablar. Ciertamente había entonces, y aún hoy, una tendencia a la repetición de determinados temas que mantienen relación con lo folklórico y la identidad nacional. Infaltables son sus visiones de la caótica urbe santiaguina, el circo, los transexuales, las peluquerías y los cabarets de barrio... Así lo explicó entonces Tomás Munita: "Tal vez nos interesan (dichos temas) porque somos totalmente ajenos a ese modo de vida, es otro mundo. Creo que los jóvenes sentimos un rechazo a muchas cosas que se nos imponen, a las que no les encontramos un sentido, quizá porque aún no entramos en una etapa productiva y tenemos la libertad económica de ser hijos de papá. En estos lugares aprendes a reconocer estas vidas que se alejan de lo mundano, de la publicidad, de lo que se impone como ‘top’. Y esto, que igual está de moda, es como el lado oscuro, lo que no se muestra, y ahí está Chile, pero no el jaguar, sino el hombre con un trabajo de mierda, descargando un camión... El domingo en la Quinta Normal no es el domingo en el Parque Arauco, sino el acercamiento a la vida en familia, la naturaleza, lejos del encierro de tu casa".

Por su parte, Pablo Martínez agregaba: "Noto que hay mucha crítica, y eso como que no me gusta. Ves un trabajo de ciudad y todas las fotos son movidas, distorsionadas, una cosa terriblemente apocalíptica. O sea, en la ciudad todo es malo. El 95% de los trabajos que se realizan, son en Santiago. Y es la gente la que está haciendo apocalíptica la ciudad. Mi idea es hacer todo lo contrario. Resaltar los pocos valores humanos que van quedando en las personas. Porque sí, estamos inmiscuidos en una sociedad de mierda, todo lo que quieras, pero todavía existe la bondad, la humildad, la hermandad... Y es importante mostrarlo".

También se perfilaban otros, como Luis Santelices, quien ya daba los primeros pasos explorando un erotismo barroco, feísta, crítico e inconformista ante el canon establecido: "Me interesa más la relación cotidiana que tenemos con el cuerpo, la que no necesariamente se basa en una magnífica figura o en el telón detrás de ella. Trato que mis modelos no tengan ningún rasgo fotogénico para subrayar esa cuestión oscura, contrapuesta a lo soft o a la moda. Otra cosa que me interesa graficar es la promiscuidad del cuerpo. En la escuela, cuando niños, veías a los compañeros en las duchas y era una cuestión medio mórbida. Eso he tratado de sacar a relucir (...) En un comienzo, el sujeto era una niña de pechos caídos o una cesárea, cosas más o menos fuertes, pero ahora se me ha liberado esa parte... De repente tengo fotos de toallas higiénicas, porque me interesa la parte natural que tenemos. Uno se masturba y bien, es parte de tu existencia ¿Por qué alejarlo? Hay otra sensualidad más agresiva, más violenta también".

Y mientras Munita encontraba aburridos a la mayoría de los jóvenes, criticaba la falta de identidad nacional y a sus pares que hacían de la televisión, el fútbol y las discotecas su motivo de vida; Santelices -quien hoy se desempeña como perito fotográfico de la brigada de homicidios, de policía de investigaciones- se cuestionaba: "El viernes pasado bajó la bolsa de Londres y yo me pregunto ¿tengo algo que ver con que el cobre haya bajado o subido, me afecta en algo? En nada. La imagen que da la prensa es de diferentes tribus y toda la historia transcurre con éstas. Pero en tres años yo voy a ganar las mismas 50 lucas de hace dos. Si yo no me preocupo de mí... Finalmente es toda una cuestión de que uno mismo choca las piedras y produce el fuego, porque afuera no lo vas a encontrar".

Quizá, a la hora de enfrentar el mundo, Carla Ramírez era la más elocuente: "El mundo está muy pa’ la cagá como para ponerme, yo, a luchar por él. Gastaría demasiada energía y creo que sería inútil. Prefiero preocuparme de lo que yo espero de mi vida, que ellos se preocupen por la suya. La pobreza, el racismo... Me preocupan, pero todo el mundo lo sabe, ya está más que mostrado. ¿Qué se hace contra eso? Es tanta la desesperanza... Hay mucha diferencia social, hay mucha política -cosa que no debería haber- hay demasiada publicidad, comercio y plata entremedio. Hay demasiada mierda en el mundo que no la puedo recoger. Ya está y no creo que acabe, o sea -definitivamente- no creo que acabe. El mundo va a terminar siendo una cagada. No creo que la pobreza cambie nunca, tendría que cambiar la política. No creo que yo ni mi generación logremos un cambio, y ni siquiera tengo ganas de luchar por eso. Ninguno está motivado como para luchar contra todo, no lo veo, tal vez si lo viera también me motivaría. Y no lo voy a empezar yo. Igual es egoísta, lo es".

Siglo XXI ¿cambalache?
Han pasado sólo tres años, pero muchas etapas se han quemado. Ya sea por resignación o madurez, al dejar atrás el período de aprendizaje en el instituto y enfrentar el campo laboral, las visiones de estos fotógrafos se han ido puliendo. La ‘Semana de la foto’, organizada por la Escuela de Arte y Comunicación ARCOS, es el marco propicio para ver cuánto se ha avanzado. Celebrada entre los días 4 y 10 de diciembre, por medio de charlas, mesas redondas y casi 70 exposiciones en todo Santiago (de las cuales algunas estarán abiertas al público hasta el mes de enero), la iniciativa no sólo volvió a congregar a algunos de los fotógrafos arriba citados, sino que una vez más sorprendió presentándonos uno que otro anhelado nuevo enfoque.

Zaida González, fotógrafa que egresó hace un año del Centro de Formación Técnica ALPES, es una de esas nuevas miradas. Revelándose ante la fotografía publicitaria (carrera de la cual se tituló) y sabiendo que el fotoperiodismo tampoco era lo suyo, González quiso mostrar lo que denomina "la verdad detrás de las imágenes", valiéndose para ello de lápiz scripto, acuarelable, barniz de uña y lápiz al óleo, con los cuales -a la manera de su principal influencia; el checo Jan Saudek- colorea sus fotografías blanco y negro.

Tres son los trabajos con los que González se presentó en la Semana de la foto: ‘Fetichismo’ (1999), ‘Transformación de íconos culturales’ (2000) (inevitable pensar en la obra del estadounidense Les Krims) y ‘Zoofilia y tetamorfosis’ (2001). En octubre, además, participó de un colectivo para la Primera Feria del Sexo, en el Centro de Eventos Laberinto.

Mientras en ‘Fetichismo’, la fotógrafa intenta visualizar los deseos sexuales a través de caracterizaciones clásicas (la mujer disfrazada de escolar o empleada doméstica), en ‘Transformación...’ explica: "Existe una serie de íconos, de carácter religioso o mediático popular, que la gente necesita para sentirse bien y también sufrir por ellos. Por ejemplo, en el caso de ‘Adán y Eva’, yo encuentro que es algo injusto hacer un molde de pareja perfecta con una que es heterosexual. ¿Por qué no lesbianas u homosexuales? ¿Y las monjas? Siempre está el tema tabú de saber si son o no vírgenes. ¿Nunca se masturban? ¿¡Cómo no van a sentir eso!? ¿O es que sienten atracción sexual por Dios?. Jesús, por otra parte, siempre es representado hombre, rubio y de ojos azules. Yo hice mi dios gay, y moreno".

"En el caso de la literatura infantil -agrega- siempre ha existido una doble lectura, un sentido medio morboso -pienso en una Blanca Nieves ninfómana, por ejemplo-, y lo que yo intento es cuestionar un poco estas imágenes, ridiculizarlas, como los viejos pascuero muerto de calor en el paseo Ahumada -a los que imagino buenos para el copete y medio degenerados, con los niños sentados en sus piernas- donde se imita un símbolo de la Coca - Cola".

Finalmente, en ‘Zoofilia y tetamorfosis’, González alude a la atracción sexual enfermiza por animales (en su afán de burla, ella escoge monos inflables) y a "la importancia de la teta; De ella nos alimentamos al nacer, nos protege; luego pasa a ser una teta bonita, la alimentación es estética; y termina por convertirse en un objeto sexual, comienza la obsesión por la teta grande y redonda, el uso de silicona, etcétera. Y como yo tengo un complejo personal con la pechuga, en mi autorretrato ‘Madre teta’ me llené el cuerpo de pechugas de género, algo así como diciendo: ‘Quieren teta, ahí tienen teta’".

Cristián Fernández es otro nombre que viene sonando desde hace algún tiempo. Al igual que Zaida González, Fernández egresó el 2000, aunque de ARCOS. Junto a Mauricio Toro, a fines de septiembre dirigió en la ciudad de Coquimbo un ambicioso proyecto: La "Primera Bienal Nacional de Fotografía de Autor". Basándose en la obra del Marqués de Sade, Fernández llevó a la fotografía su visión del sadomasoquismo. Comunicándose con Jaime, un compañero de pensión de 77 años, otrora cercano a la aristocracia del puerto y conocedor de los placeres mundanos, Fernández da un vistazo a las perversiones más escondidas de hombres y mujeres, en la serie ‘Sometidos’. Luego, en ‘Descarnado’, tomando en cuenta que "sólo en base a la destrucción se puede volver a crear" -según señala- da vida a un cultivo de hongos sobre la emulsión e interviene estas imágenes. "Atar a un anciano, golpearlo, insultarlo y no verlo tan anciano, sino como un objeto, eso intenté -explica Fernández. En el fondo pretendo desnudar el alma envejecida y maltratada que poseemos, producto de un sistema que nos obliga a vivir una vida sin magia".

No todo es tan malo
Otro grupo importante de miradas emergentes, es el que reúne la muestra ‘Fragmentos’, recién inaugurada en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC). En ella, un colectivo integrado por alumnos y ex alumnos de ARCOS; Teresa Rojas, Marcos Fredes, Patricio Valenzuela, Ricardo Portugueis, Andrea Rojas y los ya mencionados Pablo Martínez, Tomás Munita y Luis Santelices, es posible apreciar un variado y potente ejemplo de las preocupaciones que desvelan a estos talentosos, inquisidores y, sobre todo, críticos ojos. En palabras del director de la carrera de Fotografía de ARCOS, Héctor López; "Ocho miradas calientes y esperanzadas, con historias intensas, complejas e incompletas; el fragmento de una historia que no termina, pero que denota vida y compromiso".

Marco Fredes es un buen ejemplo. Más ligado a la fotografía documental, en septiembre de 2001 el fotógrafo obtuvo el primer lugar, categoría reportaje, en el Salón Nacional de Fotografía de Prensa, organizado por la Unión de Reporteros Gráficos de Chile. Además, acaba de obtener dos menciones honrosas en el salón Nacional de Arte Fotográfico del Foto Cine Club.

Con su serie acerca de un matadero clandestino de cerdos -y recordando la experiencia de otro fotógrafo chileno; Víctor Ruiz- Fredes nos muestra el trabajo de un grupo de matarifes que, a pasos de Santiago, velan sangrientamente por mantener bien provistos nuestros refrigeradores. La contradicción se abalanza enseguida sobre el espectador; ¡Se trata de imágenes tan bellas y crueles a la vez! "Ahí vi sus chanchos -comenta Fredes, quien además anticipa su próximo trabajo con transformistas- y me enfrenté a esa dualidad entre el cariño que les tenían al criarlos y la bestialidad que usaban al matarlos. Quise mostrar esta crueldad, el instinto asesino intrínseco en el género humano, la naturaleza descarnada de estos hombres que, sin embargo, realizaban este trabajo para paliar necesidades básicas de supervivencia". "La ubicación de este reducto de ruralidad marginal -agrega-, en las cercanías de la modernidad del Aeropuerto Internacional de Santiago, nos enrostra una realidad: En nuestro diario vivir no somos capaces de ver más allá de la modernidad que se encuentra frente a nuestras narices".

También están las imágenes de Tomás Munita quien, aún desempeñándose en la agencia de noticias Associated Press (AP) de Panamá, nunca deja de sorprendernos. Con ‘Niñez. Dulce sueño y dolor’, el fotógrafo nos ofrece el juego, la infancia, la transparencia de un guiño cómplice entre retratado y retratista. Una mirada para tener muy presente, un ojo que demasiado pronto da que hablar.

Lo acompaña Luis Santelices y su serie ‘Deseos’. Inquieto, permeable -si de escudriñar en nuestras obsesiones más íntimas se trata-, esta vez Santelices se atreve a retratar en estudio, a ordenar los focos en busca de la belleza, pero no cualquiera; la provocación aún tiene su costo. No es gratuita la toalla higiénica que la modelo nos enrostra, desnuda, voluptuosa pero frágil. ¿Vale la pena preguntarse por qué los medios no han mirado su trabajo con la misma generosidad que ofrecen, por ejemplo, a María Gracia Subercaseaux?

Y si es el viaje -tanto físico como interno- uno de los tópicos más recurrentes en estas nuevas visiones, quién mejor que Pablo Martínez para hablar de ello y, de paso, comentar ‘Fragmentos’: "Creo que la mirada ha cambiado para bien, ya no veo esa mirada oscura, terrorífica y apocalíptica que veía hace algunos años. Veo pura vida, lo de Tomás (Munita) es pura vida y hasta el mismo Lucho (Santelices) ha cambiado. Y he cambiado yo también. Creo que ha pasado mucha agua bajo el puente".

Cargando soledades y nostalgias, Martínez nos traslada a la Patagonia chilena, a la desolación y el desamparo que parecen reflejarse como un gigantesco espejo frente al fotógrafo: "Es el estado de ánimo que estos lugares me provocan. En mí, el estado melancólico permanece. Este proyecto es casi fortuito. Un día, decidí que ya no daba más acá. Desde la infancia tenía el sueño de conocer Chile, especialmente el sur, y me faltaba solamente la Patagonia. Me conseguí el auspicio de Kodak y me fui seis meses a viajar, solo. Mi intención era hacer el tema de la esquila, pero siempre me daba vueltas el paisaje y la panorámica. Comencé a hacer pruebas, y me topé con situaciones como éstas. El paisaje, y tomarle fotos a los árboles, es algo que me cuesta mucho. Me sentí cómodo. Y seguí adelante. Fueron seis meses viajando solo; que las vi dura, las vi dura. En algún momento quise abortar el proyecto, pero me mantuve fuerte, y este es el resultado. No hay gente, porque estaba solo. Pueden ser tristes, porque yo lo estaba".

Experimentando un paso más, en su serie ‘Lugares y un tiempo’, Andrea Rojas llega al extremo de freír en aceite sus negativos, intentando así dar su visión de la desintegración y el abandono en antiguas casonas del barrio avenida Matta. "Antes hice mucho el tema Pehuenche, en Ralco -cuenta. El problema es que ya hay otras organizaciones y un poder político, entonces ahora prefiero lo experimental, un poco porque me aburrí de las organizaciones. Trabajaba con un grupo de jóvenes, pero los ideales se disparan siempre para distintos lados y vi los míos medio frustrados. Sentí que emocionalmente me estaba afectando mucho, por algo (el conflicto en Ralco) que me daba cuenta no iba a sufrir un cambio... Sentí que ya no me servía. Y luego me dediqué a hacer paisaje, en San Pedro de Atacama..."

Mientras -siempre interesado en las etnias- Ricardo Portugueis recorre silencioso una comunidad de gitanos en Villa Alemana, Teresa Rojas utiliza una primaria cámara estenopeica (una caja de cartón con un agujero ínfimo en vez de lente) rescatando de la destrucción la nostalgia de un barrio que desaparece: La calle Aurora, en Rancagua, barrio bohemio que atrae a la fotógrafa. "Algunas casas ya han sido demolidas, se han construido edificios de departamentos y calles nuevas. Siento que los políticos no se están preocupando del patrimonio. Yo nací en Rancagua, vivo a unas siete cuadras de calle Aurora, y veo cómo Rancagua se está modernizando, todos le dan el auge a lo moderno, pero se olvidan de lo antiguo. Lo mío es más nostálgico, más sentimiento que política, la memoria, el patrimonio cultural e histórico, un poco lo que se intenta en Valparaíso..."

Patricio Valenzuela también escoge la denuncia, pero -al igual que sus pares- no la del compromiso político, tal vez ni siquiera la de un compromiso férreo con el ‘ser humano’, sino -y ante todo- consigo mismo, con el intrincado y complejo camino de la juventud y, por supuesto, con la fotografía. Valenzuela se acerca esta vez al poblado de Andacollo, pero no a su sincretismo religioso tan tratado. Deambula retratando mineros, la decadencia de un pueblo es lo que él busca mostrar: "Para que se arregle, se haga algo. Creo que mis fotos son tristes, hay movimiento porque hablo del movimiento de la vida, y nada está quieto, además hay un cuento con la oscuridad, la luz existente y no existente. Es lo que yo viví en Andacollo, lo que yo conozco, y es decadente porque ahí ya no pasa nada. El mayor generador de empleo es la Municipalidad, y los pirquineros están ahí votados, en la suya nomás". Agrega: "Nací en noviembre del ’73. Pinochet... ¡Ese viejo ha estado presente toda mi vida! Por lo tanto, a mí personalmente, me tiene cansado, aburrido. Me desmarco del cuento político, pese a que tengo mi postura. Hablan de cambio y de alegrías que llegan, y todavía no ha llegado nada. Estamos mejor que antes, pero eso no implica".

"Eso no implica..." Ya lo decía Martínez, en su obra y la de sus pares de fines de los ’90, comienza hoy a vislumbrarse un paso más, un paso hacia adelante, algo más optimista a veces, o quizá más ligado a la sencillez y el goce de las cosas simples por sobre la crítica sin destino, el pesimismo existencialista tan típico -y tan altamente creativo, en ocasiones- de la juventud. Quizá no todo esté tan mal, tal vez no todo merezca una crítica tan destructiva... Pero, ¿acaso no critica uno lo que ama? Y algo más: ¿No seremos nosotros, embutidos en una sociedad que cada vez ofrece menos luces ante el desencanto, quienes lo seguimos fomentando?

(Artículo publicado en el diario El Mostrador.cl, durante el mes de diciembre de 2001)