20101202

Carta abierta al Ministro de Cultura

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Mauricio Valenzuela

*Carta enviada por el presidente de la Sociedad Chilena de la Fotografía, José Pablo Concha, al ministro de Cultura, Luciano Cruz - Coke,  tras saberse del despido del coordinador y de la productora del Área de Fotografía, Sr. Carlos Rammsy y Srta. Karen Olivares, dos de las tres personas que conforman esa área.


2 de diciembre de 2010.




Carta abierta al señor Ministro de Cultura Luciano Cruz-Coke





Señor Ministro,



Usted afirma que: “La construcción cultural de un país es un desafío compartido. Si bien el Estado y los creadores deben ser protagonistas, también la sociedad civil en su conjunto debe ser integrada.” La primera consideración que debo hacer es que nada más alejado de esto su gestión como responsable de esta cartera. Si bien, he sido convocado por su ministerio, en estos últimos días en mi calidad de Presidente de la Sociedad Chilena de Fotografía, para conversar sobre “políticas culturales” en las elegantes dependencias de GAM (interesante considerar que al oído “GAM” –el mayor centro cultural de nuestro país- suena como GUM, es decir “goma”, pero del tipo sin forma, blanda, como se nos muestra hoy nuestra cultura. Esta asociación, deberá usted reconocer, no es antojadiza, responde más bien a cierta inclinación extranjerizante de parte de nuestro cuerpo social que ve al mundo norteamericano como patrón a seguir –tanto como modelo, y como jefe-). La sigla GAM hace desaparecer en un sonido fácil al marketing precisamente a quien le da origen al nombre. Y esto es lo que queda resonando, la cultura como marketing, como objeto de divulgación comercial, como parte de un engranaje ominoso de ofertas y demandas que pone en alto riesgo zonas creativas que nunca serán parte de “industrias culturales”. La industria cultural se articula sobre la base de la industria comercial, fundamento de su gobierno. La industria comercial es para su gobierno el motor de la sociedad, por lo tanto también de la cultura, y de la configuración del ser humano; si preguntamos ¿cuál es el lugar del ser humano en esta estructura? La respuesta es sencilla, un engranaje más… Debo indicarle, Señor Ministro, que está usted en una posición contradictoria (está bien, la contradicción es parte de la condición humana) de la que debe hacerse cargo. En el libro que usted presentó y que acabo de mencionar al inicio de esta carta, Gabriel Salazar se pregunta:



“¿Por qué cultura-sujeto? –y se responde- Porque en último instancia cultura es cultivo, cultura humana es autocultivo del ser humano. El autocultivo conduce la transformación del individuo masa (movido como un títere) a un sujeto social consciente de sí mismo, capaz de deliberar con otro verbal y oralmente para tomar decisiones” .



¿Supo que Salazar escribió esto en el libro? Me hago esta pregunta sin ningún ánimo descalificatorio, sino que debido a la profunda incoherencia de su gobierno con esta posición respecto del ser humano. Más adelante Salazar plantea que la cultura no es puramente individual, sino que es la comunidad la que se manifiesta en sus creaciones ¿sabía usted esto?. La duda surge desde el momento en que veo que su política ha sido negarse sistemáticamente al encuentro con las comunidades de creadores, no sólo negarse sino que, más bien, ningunear por medio de la indiferencia y la indolencia hacia los cuerpos sociales que justifican su lugar como ministro; son ellos quienes producen cultura. Le recuerdo que usted no produce cultura y por lo que va de su gestión más bien la entorpece. ¿Es necesario que le recuerde las cartas enviadas por la Sociedad Chilena de Fotografía para conversar sobre los acuerdos contraídos por esta Sociedad y la administración anterior? ¿Por qué se esconde detrás de un séquito de funcionarios que deben dar la cara por usted? ¿Por qué no asiste a celebraciones, como el día nacional de fotografía en que, además, se entrega un premio de carácter nacional “Rodrigo Rojas Denegri” a la fotografía joven y sí asiste gustoso a encuentros en universidades donde no corre ningún riesgo de discrepancia, o a programas de televisión, ámbito tan conocido por usted?

Señor Ministro, se ha planteado alguna vez si tiene dedos para este piano… Desmantelar áreas de su ministerio que han trabajado y fortalecido disciplinas como la fotografía, sin argumento alguno, nuevamente sin dar la cara, me parece que muestra cierta miopía cultural y administrativa ¿no le habrá quedado como poncho esta pega?



Lo saluda atentamente,



José Pablo Concha Lagos

Académico Instituto de Estética UC.

Presidente de la Sociedad Chilena de Fotografía.

20101102

CHILE FOTOGRAFIADO

 

(I need encontrar my identity)


© Héctor López. © All rights reserved.



Locales y visitas, fotógrafos todos, han mirado a Chile y los chilenos. Tienen una opinión sobre el territorio y sus habitantes, la que muchas veces se manifiesta –escupiéndonos en pleno rostro- desde sus no siempre “lindas” imágenes. Retrato o postal que rechazan en la oficina de turismo: ningún gobierno la solicitaría para promover “imagen país”. Sin embargo, constituyen un valioso acervo patrimonial y expresivo: iconografía chilensis for export.

¿Existen los chilenos? La pregunta, por irrespetuosa, se gana al menos el beneficio a la duda... aunque sólo busca sembrar la incomodidad suficiente para que reflexionemos (una vez más y como no lo volveremos a hacer -no al menos con igual entusiasmo- hasta dentro de otros cien años), sobre la existencia de la anhelada y huidiza “identidad chilena”. El año del Bicentenario actualiza la interrogante y corrobora que conformamos un mosaico complejo, no podía ser de otra forma en un país de clima, geografía y culturas diversas. Pero el “dato” sólo complica las cosas y la urgencia por saber quiénes somos o al menos “cómo somos”, nos obliga a volver sobre el vestigio y la “prueba” que nos genera más confianza: nuestro reflejo frente al espejo, retrato históricamente construido -“a imagen y semejanza”- por la fotografía.

Al menos así lo creímos hasta bien avanzado el siglo XX. El documento fotográfico, la imagen técnica, se convirtió en útil prótesis de antropólogos. Los individuos podíamos “conocer” la realidad a través de las imágenes extraídas de ésta (fotografía: “el espejo con memoria”, se le definió; “una ventana al mundo”, se dijo más tarde), y de esta forma, quienes nunca vimos a un fueguino sobre su canoa, a un mapuche en su ruca, bien podríamos sentir que “revivíamos” esa experiencia, que nos aproximábamos ontológicamente, un paso más, a los pueblos originarios. Por ende: que al mirar fotografías de nuestros antepasados conocíamos un poco mejor Chile y a los “chilenos”.

Pero ya lo sabemos: “la fotografía no revela al mundo, lo traduce y en esta traducción se distancia inexorablemente de él, para acercarse a la interpretación que hace quien opera el aparato técnico de dicho mundo”. Así anota el docente del Instituto de Estética de la Universidad Católica, José Pablo Concha, en su libro “Más allá del referente, fotografía” (2004): “Ahora el distanciamiento que experimenta el hombre, respecto del mundo, se observa en la imposibilidad de la reproducción y comunicación de dicha experiencia”.

Así, este artículo que en su concepción pretende hablar de Chile y los chilenos, desde las fotografías existentes, sólo puede aspirar a hablar de ciertos chilenos: los fotógrafos que se han valido y utilizan hoy la fotografía, con Chile como pretexto. ¿Para qué? Para hablar de sí mismos (“Madame Bovary soy yo”)... a lo sumo, opinar de lo que ven. Es decir: ideología.


© Marcelo Montecino. © All rights reserved.


“Joe Pino”

Bien lo explica Daniel Barraco: “A mí no me interesa tanto lo que fotografío, sino el sentido de qué son, en términos fotográfico / visuales, esas cosas. No me interesa tanto porque no creo que la fotografía esté en condiciones de hablar verdaderamente de ellas. Lo que sí persigo es emitir alguna opinión sobre lo fotografiado. Esa opinión será forzosamente la de las imágenes, también con sus grandes limitaciones. Una opinión sobre el paisaje, la gente, los animales, los niños... Pero lo que ellos en sí mismo son... la verdad no lo sé”.

Los acontecimientos no son independientes de quien toma la foto, la realidad siempre es intervenida por su presencia. Así sucede cuando Claudio Pérez va a Andacollo y documenta “Rito pagano después de la siesta” (Lom, 1995) y termina cargando a la chinita; cuando Antonio Quintana construye “El rostro de Chile” o cuando Sergio Larraín deambula ávido por las calles de Valparaíso, estableciendo vínculos que permitan entrar a determinados espacios sin alterar lo que se quiere documentar.

“Primero uno toma fotografías de la puerta para afuera”, dice Lincoyán Parada. “Luego vuelves con las fotos y te permiten fotografiar de la puerta hacia adentro. Se establece una relación, ‘de amistad’. Porque el mapuche siempre es mapuche y yo, aunque tenga los rasgos y la ascendencia... ellos son de allá y yo de acá. Hay que tener claro cuál es tu lugar”.

Cada uno desde su lugar, los lentes criollos han ido armando el que algunos quieren ver como el gran álbum de Chile, hecho por chilenos. Pero ¿qué y cómo fotografían? ¿qué es lo que les seduce del país en el que les tocó nacer? ¿es la búsqueda y/o construcción de una supuesta identidad, un acto metódico y consciente?

Lo más sano es descartar de entrada la denominación de origen. ¿Cuál es la fotografía chilena? ¿La que se practica dentro de nuestras fronteras, al margen del origen del fotógrafo? (la alemana Gertrudis de Moses, el español Elde Gelos...) ¿Aquella hecha por chilenos, aquí y en la quebrada del ají? (Larraín en Londres). Lorenzo Moscia, abogado italiano, devino fotógrafo hace poco más de una década, en Chile. Vive en Santiago y sus reportajes sobre Rapa Nui y Lota no tienen parangón entre los profesionales chilenos. ¿Qué impide que en Italia sea considerado parte de la fotografía italiana contemporánea?.

© Lorenzo Moscia. © All rights reserved.


Responde Leonora Vicuña: “quizá porque nuestro país es muy chiquitito, hay una necesidad muy grande de estar siempre refiriéndose a ‘lo chileno’ (...) Al mirar una foto de Paz Errázuriz no puedes saber instantáneamente si fue tomada en Chile. Es una de las cosas que más me molesta de este país: a cualquier cosa que hagas hay que ponerle Chile o terminar con Chile y cantar la canción nacional. Ciertamente que la diferencia cultural hace la riqueza, no es igual ser sudafricano o mapuche que ser eslavo o vivir en Siberia, pero tampoco es esencialmente distinto. La identidad se forja a lo largo de la vida. Lo importante de un escritor como Coloane no es que sea chilote o chileno, sino que le dio una dimensión universal a la Patagonia”.


© Marcelo Montecino. © All rights reserved.


Chilenos en Chile busco

Si lo que importa entonces es lo que se fotografía –Chile, los chilenos- y el cómo, por sobre la nacionalidad de quien opera la cámara, ¿conseguimos posar para la foto con nuestras mejores “pilchas”, bien peinados y con afortunada sonrisa?

Recién retornado al país, proveniente de París, el año 2000 el fotógrafo Julio Donoso advertía: “No vamos a limitarnos a La Dehesa y Zapallar. Claro, está muy bonito Zapallar, pero no es el Chile que a mí me interesa. A mi me interesa el Chile de los chilenos”. Y... ¿cuál sería ese?. ¿Clasifico, Julio?
Otra: Diez años dice haber invertido el poeta Claudio Bertoni fotografiando mujeres en la calle. A fines de 2004 pudimos conocer ese material titulado “Chilenas”. Claro que la muestra se expuso en la encumbrada galería de arte Cecilia Palma, en la comuna de Vitacura, donde sin duda las chilenas a las que Donoso dice hacer el quite, pero vecinas del barrio y las inmediaciones de la sala, debieron sentirse algo lejanas (frente a un sucio espejo, digamos), ante esas mujeres del “Chile profundo” que son el deleite de Bertoni en su deambular en pleno centro de Santiago, en Estación Central, en el persa Biobío o en Concón. Es ahí donde están, según el vate-sátiro, las “chilenas” de Chile.

Un año después, Juan Diego Santa Cruz publicó “Chilean Beauty” con un objetivo claro: “que la gente vea estas fotos y se reconozca, y contribuir al cambio del ideal de belleza de los chilenos, totalmente marcado por lo anglosajón. Ojalá un día nos encontremos bonitos, porque encontrarse feos es una imbecilidad, feo comparado con qué, ¿no?”. Pero al mismo tiempo, el fotógrafo lamentaba: “varios de estos retratos los tomé en calle Isidora Goyenechea. Quise fotografiar al tipo ‘banquero millonario’, pero ese banquero millonario no se pasea por la calle y cuando lo hace no tiene tiempo para tu foto. Sí, me hubiera gustado fotografiar un par de personajes con pinta de gerentes”.


Tres momentos

“El Rostro de Chile” (1960), “Chile from within” (1989) y “El Artificio del Lente” (2000) son los tres grandes hitos colectivos de la fotografía nacional. “El Rostro de Chile” nació con un objetivo preciso: configurar un retrato gráfico de nuestro país, dando cuenta tanto de las distintas realidades geográficas como de la presencia de hombres y mujeres junto a sus actividades. Roberto Montandón, Domingo Ulloa, Mario Guillard, Fernando Ballet y Antonio Quintana, el gestor de la idea, fueron los responsables de esa empresa.

Quintana y su equipo pretendieron retratar, en el más convencional de los sentidos, ese inasible que es la identidad chilena. No cualquiera, sino la que les resultaba funcional para ciertos aspectos ideológicos de su momento, por ejemplo la incorporación del mundo marginal campesino e indígena. Sin embargo, esa estetización, bellamente lograda de las fotos, “impediría –según Concha- ver la condición periférica de estas minorías a las que, por el contrario, vemos dignificadas en exceso”.

En el otro extremo, “Chile from within” está compuesta por 75 fotografías en b/n que registran la dictadura militar de Augusto Pinochet, entre 1973 y 1988. Las imágenes pertenecen, entre otros, a fotógrafos de la talla de Paz Errázuriz, Álvaro Hoppe, Marcelo Montecino o Claudio Pérez, quienes ya en la década del ’80 comenzaron a cuestionar la objetividad del documento, en el primer apronte hacia la construcción consciente de esa subjetividad implícita en el lenguaje fotográfico. Se trata de Chile, el referente es evidente y la contingencia ineludible, “denunciar” es la palabra. Pero es Chile “desde adentro”, captado por los lentes locales (y no la prensa foránea) y desde el interior de cada fotógrafo.
Es así como “El Artificio del Lente”, en manos de Álvaro Hoppe, Héctor López, Javier Godoy y Claudio Pérez, es heredero y consecuente con esos primeros palos de ciegos, aunque de un grupo de “ciegos” con demasiada buena vista.

Y si “El Rostro...” es la referencialidad (la planificación de documentar Chile y su gente de norte a sur), en “El Artificio...” la imagen no es sino eso, un artificio, una construcción, en respuesta a una búsqueda de una mirada propia, interpretativa. Ahora la ideología que prevalece es estética, en cuanto al reconocimiento de las posibilidades del lenguaje fotográfico, y ya no política partidista. Pero, ¿de dónde emana esta libertad creativa? López recuerda que “la idea base era ver cómo miramos este país a finales del siglo XX”. Especialmente después de una dictadura. Sobre el perfil al que debían responder los ejecutores del proyecto, subraya: “fotógrafos documentalistas con opinión, con punto de vista”.

“La idea era evitar el cliché, el Chile típico. Documentar, por ejemplo, ciertas fiestas religiosas, pero de la manera más personal posible”, rememora Godoy. “Más que un cliché fotográfico, lo que evitamos es la configuración de país”, insiste López. “El país está ordenado en regiones, ciudades y pueblos, el pueblo es la plaza con edificios institucionales, donde el estado está representado, así como la iglesia. Eso no lo queríamos”.

Una de las carencias constantes en la fotografía documental chilena –ya lo apuntaba Santa Cruz- ha sido la resimbolización de la clase alta. La idea impacienta a López: “si me dices cuál fue la gran carencia de este Chile que miramos, pues que la clase alta una vez más no está representada. La historia de Chile está construida por la aristocracia y luego por la clase alta. Nosotros, el ‘perraje’, somos los que levantamos la cuestión, pero ellos son los que concibieron este país, entonces se ‘merecían’ estar. Esa fue nuestra falencia”.




© Rodrigo Gómez-Rovira. © All rights reserved.


Nobleza criolla

Hace menos de un año, Rodrigo Gómez publicó “Valparaíso Gráfico” (Midia, 2009). El fotógrafo vivió 22 años en Francia y regresó a Chile en 1996. Hoy recuerda: viviendo en Europa nunca pensé venir a vivir a Chile para fotografiarlo. Pensé: ‘tengo que ir a Chile para conocer mi país. Soy chileno pero no conozco Chile’. La fotografía me ha permitido lograr este anhelo. No sólo me ha llevado por todo el país, sobre todo me ha permito tener una relación con él, tener una distancia, poder penetrar en su espesor; estar en la oficina del Presidente de la Republica y en la cocina de una familia anónima. En el fondo, cuando fotografío es un ir y venir entre mi persona y el mundo que tengo por delante: no tengo el proyecto de querer fotografiar Chile, creo mas bien que necesito entender qué estoy haciendo aquí y qué está pasando a mi alrededor. Mi intención no es generar una identidad, sí vivir, mirar, encontrar Chile. La identidad es una consecuencia, no un objetivo”.

-Cuando te solicitan de algún periódico europeo, buscan la solidez de un estilo y un discurso, el que a la larga construye una realidad: ¿Cómo es el Chile que ha construido Rodrigo Gómez?
-Un Chile desorientado, solitario, quebrado, en un entorno excepcional, donde fuera de la ciudad domina la naturaleza. Un Chile muy frágil. Estoy convencido de que el desarrollo de Chile se funda en cimientos inestables: la naturaleza, cuando se manifiesta, es una muy buena metáfora de eso.

-Describe una imagen de tu autoría, de Chile, que te parezca atractiva.
-Una imagen a color de la nueva Calama, la ciudad construida por Codelco para cerrar Chuquicamata. Es la fachada de una casa, en primer plano hay un árbol que se plantó ahí para tratar de humanizar el lugar. Pero el árbol está enfermo, caído, sobreviviendo a duras penas. Se hizo la ciudad y después se puso el árbol para adornar. Es una metáfora del hombre moderno que calculó, en su computadora funcionaba. El árbol no tuvo tiempo de crecer, y ya le están exigiendo que de sombra. Chile quiere bailar más rápido que la música.

¿Qué nos determina como chilenos?
-La relación entre los elementos de la naturaleza y las personas. Vivir en el desierto no es banal, como no lo es vivir de la pesca en Chiloé. Eso te hace diferente. El mar, la cordillera, el viento, le dan una cierta nobleza a las y los chilenos. Es cómo la potencia de la naturaleza esculpe la personalidad de la gente. Y si hablamos de la ciudad -Santiago (porque ahí vive la otra mitad de los chilenos)- veo un esfuerzo por avanzar, nada es fácil. Sin embargo existe lo latinoamericano, esa inocencia / inconciencia que permite vivir la vida. Mi fotografía es un punto de encuentro entre esa nobleza y mi deseo de entender lo que soy y lo que vivo.

En concordancia con Gómez, Héctor López agrega: “Chile conforma una personalidad particular dentro de Latinoamérica, que está súper matizada con cierta pedantería, arrogancia y complejo de inferioridad, todo un caldo de cultivo maravilloso para sociólogos. Tenemos cuatro tremendas fortalezas que nos definen: el desierto más seco del mundo, el Océano Pacífico (nada de pacífico), la Antártica y el macizo andino. Vivimos en el último país del mundo, rodeado naturalmente de esos monstruos. Un país aislado durante toda su historia. Y la idea de sobrevivir dentro de esos límites ha generado una personalidad donde al extranjero lo tratamos muy bien, le sobamos el lomo, pero lo pelamos cuando se va. Y pese a todo, Chile es un país que, de tarde en tarde, genera cosas como ‘el primer gobierno socialista que llega al poder por elecciones democráticas’; la dictadura, una de las más violentas del mundo, destronada por votación popular. O ahora, la presidenta saliente que se va con la aprobación más alta que ha tenido un gobernante en el mundo, luego su coalición pierde las elecciones y pasamos a un gobierno de derecha... es raro. No sé si al nivel de lo surreal, pero raro”.



© Javier Godoy. © All rights reserved.


El amigo, cuando es forastero

“Un amigo norteamericano me dio un buen dato, me recomendó Chile. Te va a encantar mucho el paisaje, el clima y las mujeres –me dijo-. Resultó absolutamente cierto. Llegué a Santiago, en agosto de 1951, con una pequeña maleta, un par de camisas, un par de zapatos y sin hablar castellano. Pero como hablaba inglés y alemán, me asocié al Instituto Chileno Norteamericano de Cultura. Así pude leer y conocer gente y fue ahí donde trabajé por primera vez como fotógrafo en el país”. El polaco Bob Borowicz no fue el primero ni será el último “fotógrafo gringo” en instalarse en Chile. Y como pocos, toda su vida se jactó de conocer Chile pueblo por pueblo, “mejor que todos lo chilenos, porque el chileno cuando tiene plata se va a París y cuando no tiene va al Casino de Viña, pero jamás viaja por su propio país”.

La lista es larga y convoca a profesionales de diversos puntos del globo, como Harry Olds, el estadounidense que fotografió Valparaíso en 1900. O Gertrudis de Moses, la judía alemana que, como Borowicz, debió arrancar de Europa y del nazismo. Una de sus fotografías, captada en los cerros de Chena, reúne, a juicio de algunos, todos los elementos típicos chilenos: La bandera, la pareja bailando cueca, el ciego y el “curaíto”. Juzgue usted: ¿la esencia de la chilenidad o mero pintoresquismo?
Y están Louis Stettner y su “Chile en el corazón” (Lom, 2001), Martin Parr (2009) intentando replicar su firma “irónica” al mirar nuestras playas o el judío francés Patrick Zachmann -como Parr, también de Magnum- que en 1998 fue enviado por la revista Marie Claire a retratar a las mujeres víctimas del régimen militar: “Encontré un país en que el estado de amnesia me asombró (...) Me encontré con víctimas y sus familias, con hijos e hijas de desaparecidos que fotografiaba reteniendo mis suspiros”. El fruto de este encuentro fueron cinco nuevas visitas a Chile, en 1999 y 2000, y la muestra "Chile, una memoria en camino" (2001).

Tras visitar Pisagua, Zachmann consignó: “una prisión que sirvió de campo de encierro y tortura, transformada en hotel. En las celdas llamadas ‘catacumbas’ se encuentra hoy un sauna, una sala de billar y de gimnasia”. Y luego: "de vuelta a Santiago fui al tristemente célebre Estadio Nacional. Nada insta al visitante al recuerdo; y pensé en Drancy, en el velódromo de París, donde durante mucho tiempo nada hacía recordar que allí fueron ‘concentrados’ los judíos detenidos por la policía francesa, antes de ser deportados. En Chile no ha habido justicia. Muchos son aún los que, por interés, acomodamiento o ignorancia, se satisfacen de la amnesia organizada o de las mentiras oficiales. Sin embargo, una memoria está en camino”.

Lorenzo Moscia es autor de un libro y un documental sobre Rapa Nui, como hasta ahora no se conocía. Vino por primera vez a Chile en 1997 y fijó residencia el 2001. Se casó con una cubana y pronto tendrá su tercer hijo. Aún no supera los 40 años y ha estado en las favelas de Río, junto a las tropas chilenas en Haití, en Lota, Armenia, Cuba, Tanzania, Japón... muchas veces sólo “para probarme, para demostrarme que podía hacerlo”. Y el resultado es atrayente, aunque no necesariamente “bello”.



© Lorenzo Moscia. © All rights reserved.


“No es buena idea mostrar la pobreza. Después de Lota (2003-2006) algunos me preguntaron por qué siempre muestro el lado B de Chile. ‘Bueno, págame y le tomo fotos a la piscina del Sheraton’, respondo. Yo no llegué a Chile buscando a Allende. A Lota llegué por contar una historia que, a mi juicio, no se había contado, el sufrimiento tras el cierre de la mina; en el caso del documental de Rapa Nui, mostrar cómo ha vivido esta gente desde que fueron anexados a Chile. A mí se me activan las neuronas con situaciones de dolor y sufrimiento como esas”.

Héctor López recuerda cómo él vivió una situación similar. Estando en Europa, “una chica francesa me pidió que le mostrara mi trabajo. En medio de eso, se quebró, se puso a llorar y se fue. Por supuesto la seguí hasta que me dijo: ‘tú eres el responsable de que yo nunca visite Chile’. Ahí tomé conciencia de que en mis fotos había cierta soledad, cierta tristeza, que no era esa la imagen del Chile que insita a visitarlo: exótico, lleno de tradiciones, de lindos paisajes... sino un país un poco más denso, duro, amargo quizás. En algún minuto me causó un conflicto, porque hay una parte de uno en la fotografía que haces”.



© Daniel Barraco. © All rights reserved.


Quien mejor que el argentino Daniel Barraco para constatarlo. El que para muchos es uno de los grandes maestros que ha pasado por nuestro territorio (acaba de volver a casa; Mendoza), antes de irse publicó su último libro en y sobre Chile: “Cartas de Valparaíso” (El amante universal, 2009), obra desarrollada entre 1990 y 2009. “Al salir de un ascensor me encuentro con esta fotografía –dice de la imagen que acompaña este texto. Casi instintivamente tomo la foto que saldrá con cierto desenfoque, empujado por los que vienen detrás mío y saliendo también del ascensor. Aires, vientos marinos de Melville, de Stevenson, de Selkirk, de mi amado siglo XIX me parece intuir en esta imagen”.

Elde Gelos, español avecindado en Chile hace 14 años, también escoge una fotografía de Valparaíso: “los argumentos son muy sencillos, aparte del grandioso mérito de algo que es Valparaíso y no tiene cerros ni ascensores: tiene levedad, y transmite un sentido de la existencia de los que en ella están, incluyendo al que mira, lúdico y precario, una necesidad de agarrar al vuelo algo que está pasando y que cuelga de un hilo, una manera de vivir en el borde, en un extremo, con conciencia gozosa de ello, y una presunción de fragilidad que identifico con lo que, al menos para mí, puede suponer ese concepto de nombre horroroso: la chilenidad. Y que me perdonen los copihues”.




© Elde Gelos. © All rights reserved.


Gómez, sentado en un rincón, da un mordisco a su empanada y aviva la cueca: “Valparaíso es un lugar donde las cosas no están totalmente definidas y eso es interesante para la fotografía. Aquí hay identidad”.
Esa “identidad” no la ve Moscia sino en regiones. “Santiago es igual a Los Ángeles, Estados Unidos. En cambio Valdivia, Chiloé, son lo propio. Nunca vas a ver una polera que diga I love Santiago, pero I love Río -o Buenos Aires- te hace más sentido. Lo más rico de Chile son las etnias y, curiosamente, siempre han tendido a minimizarlas. Eso refleja cómo los chilenos viven la identidad. Ahora, incluso en Santiago puedes encontrar una pequeña Lota... en 10 de julio, Estación Central. La primera vez que fotografié una protesta, un 11 de septiembre de 1997, estábamos en medio de los gases lacrimógenos y de la nada aparece un tipo: “¡liiimón a 100, liiimón a 100!”

López corrobora: “carecemos de un trabajo documental sobre, por ejemplo, los mapuches”. Pero ahí está Luis Sergio, el peruano errante: “Me llamó mucho la atención la cultura mapuche. Sin embargo, nunca he visto un trabajo documental sobre ellos, sólo libros turísticos. ¿Qué me lleva, desde hace cuatro años, a hacer fotos de este pueblo? La convicción personal de que son gente llenos de sabiduría, además de interesarme su lucha por la recuperación de sus tierras”.




© Luis Sergio. © All rights reserved.


“No tengo ningún interés en hacer una representación fiel o reconocible de Chile”, concluye Elde Gelos. “¿Quién soy yo para eso? Como autor me espanta ese concepto de la imagen país, aunque entiendo que puede tener alguna funcionalidad política. En cualquier caso, ese modelo de representación absoluta, que yo identifico con una suerte de realismo frío y colorido, está en las antípodas de lo que me interesa y siempre me produce mucha desconfianza. Sin embargo, me hago cargo que la sola mención de unos nombres geográficos, unos lugares identificables en este mapa, asociados a mis imágenes están, de alguna forma y en sus modestas proporciones, dando cuenta de un país y son referentes visuales para acercarse a el, pero el lugar desde el que hablo, que entiendo como el más verosímil, es sólo el de mi experiencia particular en intransferible aquí”.


(*Artículo solicitado por la revista Patrimonio Cultural, antes de la llegada al poder del hoy presidente de la República, Sebastián Piñera. No publicado).


20100305

Las fotografías del terremoto (o sobre "el hombre de la bandera")


©Roberto Candia / AP.

"Un fiel reflejo de la tragedia que estamos viviendo (...) del espíritu que se vive en el país y de lo que somos los chilenos". Con esta contundente frase un(a) cosmonauta apodado "Recuerdo el comienzo" explica mejor que nadie el porqué la foto del "hombre con la bandera" se ha transformado en la imagen símbolo del terremoto y tsunami que afectó a Chile. El anónimo comentarista va más allá y le pide "por favor" a Roberto Candia, el autor de la foto y experimentado fotoperiodista de agencia Associated Press (AP), que envíe el icono "al Pulitzer", ya que merece dicho galardón.

Sin el ánimo de levantar una polémica -sí un sabroso debate- me animo a decir que en este último punto se cae en la exageración (dependiendo del respeto que le tengamos al Pulitzer, claro) y la causa de esta no es otra que -¡vaya contrasentido!- la gran efectividad del retrato construido por Candia.

A la fotografía periodística se le exige informar, de una manera sintética y emotiva. En menor grado -y dependiendo del medio y del editor de ese medio- se le reclama mérito estético, y muy remotamente la necesaria vuelta de tuerca al lenguaje fotográfico. Lo primordial es que funcione, que sea útil a lo que se desea comunicar, siempre teniendo en cuenta el gusto (y el morbo) de los "consumidores de noticias". Basta con mirar la foto ganadora del último Salón Nacional de Fotografía de Prensa: la presidenta Bachelet chuteando una pelota de fútbol y la anécdota que empalagó a los medios; un zapato presidencial volando por los aires. Funciona. Gana.

Los medios se han arrojado la representación de las masas. Y la masa, cuando no se preocupa de educarse y pulir la mirada, se queda con lo que le arrojan. Las masas aman el paisaje "de postal", aman una puesta de sol, el efectismo, el fuego y el gigantismo... y si las masas son hoy este país que se creía jaguar exitoso, pero en cuestión de minutos no trepida en salir y devastar un supermercado como si llevara una semana sin comer... entonces nada más útil a las masas que lo que queremos ver en la foto de Candia (y no hablo ni del chileno que ahí aparece, ni del fotógrafo. Hablo de lo que queremos que la foto REPRESENTE y diga de nosotros).



©Tomás Munita / New York Times.


La imagen del "hombre con la bandera" funciona.¡Vaya que funciona! Desde el punto de vista del periodismo, de los medios de comunicación cada día más ligados a la publicidad y las estrategias de marketing, esta es una gran foto (bien construida, oportuna, clara en su mensaje...), tiene los méritos suficientes para convertirse en el símbolo -cuasi bestseller- en el que se ha transformado. Ni siquiera tiene relevancia el hecho de que el fotógrafo le haya pedido al artesano Bruno Sandoval, su protagonista-modelo, que posara, que mirara a su cámara manteniendo el gesto que lo inmortaliza y que hoy nos convoca.

Pero... ¿a qué nos convoca? Transmite un mensaje (a mi juicio "patriotero") que, en el actual momento de ultra sensibilidad, nos es extremadamente útil. Es una imagen esperanzadora, nos da ánimo, nos incita a levantarnos, resurgir de las cenizas y reconstruir el país (coser o parchar la bandera, ¿es la analogía más elemental, no?). En síntesis: es la actitud que debemos tener, por sobre la circunstancia. (El mismo Candia lo subrayó en TVN, al mejor estilo James Nachtwey: "me siento como un millonario, quizás como un Leonardo Farkas, pero regalando esperanza. Feliz de que esta imagen pueda motivar a la gente").

En medio del flujo incesante de imágenes lanzadas desde las transmisiones televisivas, escenas que no dejan de activar el pánico y el caos ambiental, la imagen fija invita a reflexionar en calma. De ahí que sea una fotografía la imagen que más se ha mostrado por estos días en televisión. Pero, curiosamente, no es la foto de edificios destruidos, de un pueblo devastado, ni de chilenos heridos y/o muertos y apilados improvisadamente en un gimnasio, la que mejor "resume" o "representa" lo sucedido... y menos la que despierta nuestra identificación, sentido de pertenencia o dolor frente a la catástrofe. La fotografía que aparentemente consigue todo esto incluye y ensalza al pabellón patrio que, como símbolo transversal, establece una empatía compasiva que nos hace ver a todo el pueblo chileno contenido en esta, nuestra bandera.

Un amigo, Enzo, lo explica mejor que yo: "En estos momentos, donde todo parece haber fallado (el Estado, las empresas, la convivencia ciudadana), los símbolos transmiten su poder: esa bandera ha acompañado casi 200 años a este puto país, por lo que me aferro a ella (simbólicamente) como tabla a la deriva hasta que pase lo peor".



©Tomás Munita / New York Times.


El fenómeno no es nuevo. Imágenes similares proliferaron en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Las distintas sociedades -más aún las abatidas o derrotadas- requieren con urgencia de este tipo de iconos. De ahí que muchos chilenos no tardaran en apropiarse de la foto de Candia para lucirla en sus perfiles de Facebook; como la cabellera de Sansón, la imagen de ese hombre poniéndose de pie, con el lodo hasta el cuello pero enarbolando digno nuestra bandera, nos fortalece. Pienso en las imágenes captadas tras la caída de las Torres Gemelas... banderas estadounidenses destrozadas, pero también flameando orgullosas, listas para ponerse otra vez de pie y dar la pelea. Piensen ahora ustedes, de paso, en lo "universal" que puede llegar a ser una foto que incluye una bandera mucho menos conocida globalmente, como lo es la chilena. ¿Hasta qué punto puede sensibilizar la imagen de Candia a un nepalés? ¿Mantiene, fuera de nuestro contexto (además tan fresco) su intensidad e impacto? Consideren que, ante la falta de indicios, lo representado es también confuso, nada me indica que se trata de una víctima de terremoto (podría serlo de un aluvión). Pues no puede haber UNA foto que resuma la tragedia vivida, ya que la fotografía es un relato y de la misma forma que una palabra no es el párrafo, una imagen es parte de un todo más amplio. Otras fotografías, las captadas por el propio Candia, por Tomás Munita o Raúl Bravo... le entregan al "hombre de la bandera" el contexto que requiere.





©Tomás Munita / New York Times.


Pese a ello, la afamada foto ya se encumbra como la favorita para ganar el Salón Nacional de Fotografía de Prensa.... ¿Habrá pensado la AP o el mismo Candia en enviarla, además, a World Press Photo? Ambos concursos dependen del nivel del jurado citado cada año (Candia ya ganó una vez la versión criolla), pero es un buen ejercicio imaginárselo. Me atrevo a predecir que, a menos que ocurra otro "notición", la foto (ya "mítica", según un colega de Candia) en el salón chileno, arrasa. Foto del año, sin duda. (WPP, por su parte, suele analogar "foto del año" con "noticia más importante"... así es que puede que busquen aquí, en Chile, esa imagen.... algo que no sucede desde 1973).




Artículo publicado, originalmente, el 5 de marzo de 2010 en Ojo del Medio

20100220

El artificio del lente

© Javier Godoy. © All rights reserved.


Javier Godoy, Álvaro Hoppe, Héctor López, Claudio Pérez.
El artificio del Lente/Apuntes de viaje Chile 98/00

Tercer tiempo de la fotografía chilena.


Han pasado ya diez años desde que se gestó el último gran proyecto colectivo de creación fotográfica chilena, una aventura que significó una consistente vuelta de tuerca al lenguaje fotográfico. El artificio del lente. Apuntes de viaje. Chile 98/00 se llamó ese proyecto. El rostro de Chile (1960) y Chile from within (1989) anteceden a dicha iniciativa y son los otros dos grandes hitos colectivos de la fotografía nacional.



Se podría decir que la Fotografía Chilena está hecha de momentos. Intermitentes, esporádicos, a veces distanciados por varias décadas, pero momentos al fin, como la fotografía misma. Debió, por ejemplo, autorretratarse desnuda una espigada y atractiva muchacha de alta alcurnia, a principios de este siglo, para que los medios de comunicación masiva giraran sobre el hombro sus cabezas y discutieran algunas líneas acerca de moral, bello púbico y, con algo de suerte, estética (claro que en la pintura del siglo XI, de estética fotográfica ni hablar). Pese a ello, la idea de “fotografía chilena” o “fotógrafos chilenos” se olfateó por un segundo en el ambiente. Otro tanto aportó el estadounidense Spencer Tunick, en junio de 2002 con su bullada visita al país, dos años después de la exhibición de María Gracia Subercaseaux.

¿Y qué más? ¿Foto América? ¿la presencia de maestros del prestigio de Cartier-Bresson, Elliot Erwitt, ahora Robert Frank? ¿World Press Photo? Quizás sean estos los eventos que todo interesado en la fotografía recuerda al término de cada año. Sumémosle, con algo de optimismo, una que otra nueva publicación, la apertura de alguna galería en algún barrio de moda (ahora sí, esta vez sí que “especializada en fotografía”), el más reciente Día Nacional de la Fotografía y el Salón Nacional de Fotografía de Prensa.

Pero ¿son estos los verdaderos acontecimientos en la fotografía chilena, aquellos que la han llevado a ser la construcción compleja –y eminentemente documental, acorde a la tradición latinoamericana- que hoy evidencia ser? Sin duda que no. Peor aún, han pasado ya diez años desde que se gestó el último gran proyecto colectivo de creación fotográfica, una aventura que -emulando la travesía llevada a cabo por otro grupo de fotógrafos que, a mediados del siglo pasado, recorrió Chile de norte a sur- realizó una consistente vuelta de tuerca al lenguaje fotográfico, la disciplina responsable de esta mirada moderna de la que hoy no podemos prescindir. Ese proyecto se llamó “El Artificio del Lente. Apuntes de Viaje. Chile 98/00”. Y de él, y de su colosal montaje (alrededor de 250 fotografías expuestas en el hall central y varias salas aledañas del Museo de Arte Contemporáneo, en septiembre de 2000) no ha quedado nada, salvo el minúsculo catálogo que reunió una treintena de esas imágenes con las que cuatro autores contemporáneos: Javier Godoy (1965), Álvaro Hoppe (1956), Héctor López (1955) y Claudio Pérez (1957), señalaron un nuevo tiempo de la fotografía chilena, a comienzos del milenio.

Dos momentos

“El Rostro de Chile” (1960) y “Chile from within” (1989), anteceden a “El Artificio del Lente” (2000) y son los otros dos grandes hitos colectivos de la fotografía nacional, excluyendo intencionalmente a la insoslayable individualidad de Sergio Larraín, que ya en 1957 retrataba a niños sin casa errando por las calles de Santiago, en 1959 realizaba su personal registro de Londres y los londinenses, y en 1963 construía ese Valparaíso sin parangón que todos alguna vez hemos querido se nos revele.

“El Rostro de Chile” es, a la fecha, la muestra fotográfica nacional de mayor alcance en el extranjero. Nació con un objetivo preciso: configurar un retrato gráfico de nuestro país, dando cuenta tanto de las distintas realidades geográficas como de la presencia de hombres y mujeres junto a sus actividades. Su gestor fue Antonio Quintana, quien en 1959 presentó el proyecto al Secretario General de la Universidad de Chile, Álvaro Bunster. Roberto Montandón, Domingo Ulloa, Mario Guillard, Fernando Ballet y el propio Quintana fueron los responsables de las 410 imágenes (de un total de siete mil negativos) que expusieron en los patios de la Universidad de Chile, en octubre de 1960. Después de recorrer el país, la exposición viajó al extranjero gracias a la ayuda del Ministerio de Relaciones Exteriores, que permitió su difusión por América Latina. Luego recorrió Estados Unidos y numerosos países de Europa, para finalizar en la Feria de Osaka, Japón, en 1969.

Quintana y su equipo pretendieron retratar, en el más convencional de los sentidos, ese inasible que es la identidad chilena. No cualquiera, sino la que les resultaba funcional para ciertos aspectos ideológicos de su momento, por ejemplo la incorporación del mundo marginal campesino e indígena. Sin embargo, esa estetización, bellamente lograda de las fotos, “impediría –según el fotógrafo y docente del Instituto de Estética de la Universidad Católica, José Pablo Concha- ver la condición periférica de estas minorías a las que, por el contrario, vemos dignificadas en exceso”. En 2004, Concha publicó su ópera prima de teoría fotográfica: “Más allá del referente, fotografía. Del índex a la palabra” (Colección Aisthesis 30 años, nº3). A juicio del investigador, lo conflictivo en “El Rostro de Chile” es que “la voluntad creativa no está puesta en la fotografía y si en lo fotografiado, como aparece explícito en el título de esta obra”.

Por su parte, “Chile from within” está compuesta por 75 fotografías en b/n que registran la dictadura militar de Augusto Pinochet, entre 1973 y 1988. Las imágenes pertenecen a Paz Errázuriz, Alejandro Hoppe, Álvaro Hoppe, Helen Hughes, Jorge Ianiszewski, Héctor López, Kena Lorenzini, Juan Domingo Marinello, Christian Montecino, Marcelo Montecino, Oscar Navarro, Claudio Pérez, Luis Poirot, Paulo Slachevsky, Luis Weinstein y Oscar Wittke. El nutrido contingente fue contactado por una estadounidense -la destacada fotógrafa documentalista de Agencia Magnum, Susan Meiselas- cuando en 1988 llegó a Santiago a cubrir el plebiscito. En 1989 regresó y realizó las copias necesarias para publicar el libro y tres set de estas fotografías, de 40 x 50 cm., para su exhibición. Pero esta no se concretó en Chile sino hasta el año 2001, cuando se presentó en el Museo de Arte Contemporáneo. Doce años antes se presentó por primera vez en Rochester, Nueva York, en diciembre de 1989, y desde entonces inició una provechosa itinerancia por distintas ciudades del mundo, entre ellas San Diego (CA, USA), Houston (TX, USA), Perpignan (Francia) y Toronto (Canadá). Como libro, “Chile from Within” fue publicado en 1990, en Nueva York, con textos de Ariel Dorfman y Marco Antonio de la Parra. De esta edición, entre 1993 y 1995 se importaron 300 ejemplares a Chile, convirtiéndose en uno de esos escasos libros de los que todos hablan y pocos conocen.

Ello, sin embargo, no impidió que “Chile from Within” se transformara, gracias a un reducido grupo de autores que en la década del ’80 ya comenzaron a cuestionar la objetividad del documento, en el primer apronte hacia la construcción consciente de esa subjetividad implícita en el lenguaje fotográfico. Se trata de Chile, el referente es evidente y la contingencia ineludible, preciso es denunciar, pero es Chile “desde adentro”, captado por los lentes de nuestros propios profesionales (y no aquellos enviados por la prensa foránea) y desde el interior de cada fotógrafo. “La historia contada no pretende constatar y definir una historia oficial, sino más bien contar del dolor y para el dolor no hay medición objetiva”, indica Concha.

Ideología

No deja de ser una sabrosa coincidencia el que Antonio Quintana haya sido activo militante del Partido Comunista (el teórico Justo Pastor Mellado alguna vez le llamó “el Sergei M. Eisenstein chileno”), de la misma forma que no pocos de los fotógrafos que nutrieron de imágenes a “Chile from within”. Y que entre estos últimos, Álvaro Hoppe, Héctor López y Claudio Pérez, los tres ex miembros de la desaparecida Asociación de Fotógrafos Independientes (AFI), se hayan embarcado una década más tarde, junto a Javier Godoy, en “El Artificio del Lente”.

El mismo Héctor López, impulsor de la iniciativa y actual director de la carrera de Fotografía en el Instituto Arcos, reconoce que “El Rostro de Chile” fue referente obligado, pero la gran diferencia pareciera ser que mientras en esta hay una voluntad explícita en términos ideológicos, en “El Artificio del Lente” no. “En ambas hay una ideología detrás, pero la política en ‘El Rostro...’ es más ingenua que en ‘El Artificio...’, y por ingenua aparece más fuertemente ideologizada”, cree Concha. “En la obra de Quintana hay una estética de izquierda que está sometida a un ideario político, y tiene que ver con el ensalzar cierto tipo de figuras a partir de formas específicas. Seguramente Quintana quería levantar la imagen del mapuche, del “compañero” obrero, pero esa ideología marxista termina siendo funcional para un gobierno de derecha, trece años más tarde. Uno ve que el minero del salitre está feliz, sonriente, es una imagen épica, donde el retrato se asume como transparente y esconde una ideología de homologación, todo sigue igual, estamos todos bien”.

Aquí radica la diferencia fundamental con “El Artificio del Lente”, si “El Rostro...” es la referencialidad (la planificación de documentar Chile y su gente de norte a sur), en “El Artificio...” la imagen no es sino eso, un artificio, una construcción, en respuesta a una búsqueda de una mirada propia, interpretativa. Ahora la ideología que prevalece es estética, en cuanto al reconocimiento de las posibilidades del lenguaje fotográfico, y ya no política partidista. “’El Artificio...’ nos dispone en la superficie de la imagen. Esta afirmación no remite al contenido como si este fuera una delgada capa de la que no se pueda desprender alguna significación, sino que nos ofrece la posibilidad de ver fotografías que se remiten a ellas y con esto a su posibilidad simbolizadora”, plantea Concha. “Aquí se puso en juego el riesgo, la aventura de una fotografía que se libera de las inercias estético-técnicas de una tradición icónico indicial. Esta fotografía habla de un Chile perdido que nos llega virtualmente en la potencia simbolizadora de la conciencia del fotógrafo”.

Libertad

¿De dónde emana esta libertad creativa? López recuerda que “la idea base era construir una mirada que respondiera a cómo miramos este país a finales del siglo XX. Si en los ‘60 fue ‘El Rostro de Chile’, cuál es ahora la mirada de los fotógrafos, sobre todo habiéndole pasado tantas cosas a este país”. Sobre el perfil al que debían responder los ejecutores del proyecto, subraya: “fotógrafos documentalistas con opinión, con punto de vista”, cuestión en la que Concha no está del todo de acuerdo: “Yo no veo esa opinión política o crítica de la que habla López. Para mí la gracia es que no existe esa opinión, sino una estética, una conciencia del lenguaje fotográfico. No veo el drama de la clase baja o la precariedad del paisaje como consecuencia de políticas... Pero sí una libertad muy profunda en la creación fotográfica documental. Hay un acto reflejo intelectual: hablar de la ideología, cuando no es necesario. La ideología en ‘El Artificio...’ es la mirada personal y subjetiva de cuatro fotógrafos”.

¿No existe acaso en dicha estrategia un punto de vista que también es ideología? ¿Representa este cuarteto de fotógrafos que hoy bordean los 50, a la izquierda desencantada con el retorno de la que consideran una democracia incompleta? López responde: “la mirada que hoy tenemos del trabajo y los trabajadores, de los cambios sociales, ya no es tal. La idea de que el proletariado industrial sería el factor revolucionario que cambiaría los destinos... eso no sucedió. Es un escenario súper distinto el que vivimos. Y todos hemos vivido procesos, de evolución o involución, pero hay formas distintas de mirar y probablemente una de ellas sea esta de no ensalzar al obrero o al trabajador. Los personajes que aparecen dentro de nuestro proyecto son mucho más comunes, como tú o como yo, viviendo el cotidiano de un país. Eso no necesariamente hay que mirarlo como una mirada desencantada. Si alguien pueda interpretarlo de desencanto, nostalgia o soledad, es porque existe hoy en las personas una forma de mirar el mundo de esa manera. Yo no salí a fotografiar el desencanto. Ni el amor ni la alegría. Creo que ninguno salió con esa intención. Solamente tratando de ser fiel a sí mismo en lo que en algún minuto le interesó de ese caminar por este país. Y sí, el ser fiel a un punto de vista, la mirada particular del mundo, es político. Por tanto ‘El Artificio...’ es una muestra tremendamente política también, tal como quiso serlo ‘El Rostro’”.

Encuentro y desencuentro

¿Cuál es la ideología de producción en “El Artificio del Lente”? La del sujeto que se encuentra con la cosa, una lógica muy documental que hace un guiño al objet trouvé (objeto encontrado) que bien supieron aprovechar los surrealistas. “Salir a caminar y descubrir la ciudad, recorriendo las calles...”, rememora Héctor López, indicando su manera de fotografiar. “No te podría decir exactamente qué ando buscando, porque no busco nada en particular, llego al lugar y sólo quiero caminar un poco, ahí van apareciendo las cosas. ¿Qué cosas? Sólo las que a mí me llaman la atención; una plaza, un letrero luminoso, una sombra, una vitrina, un personaje, una situación inesperada también”.

“La idea era evitar el cliché, el Chile típico. Documentar ciertas fiestas religiosas, por ejemplo, pero de la manera más personal posible”, rememora Javier Godoy como la claves de su accionar en “El Artificio...”. “Más que un cliché fotográfico, lo que evitamos es la configuración de país”, insiste López. “El país está ordenado en regiones, ciudades y pueblos, el pueblo es la plaza con edificios institucionales, donde el estado está representado, así como la iglesia. Eso no lo queríamos”.

Una de las carencias constantes en la fotografía documental chilena ha sido la resimbolización de la clase alta. No existen proyectos que, como tal, se hayan propuesto el desafío. La idea impacienta a López: “si me dices cuál fue la gran carencia de este Chile que miramos, pues que la clase alta una vez más no está representada”, lamenta. “La historia de Chile está construida por la aristocracia y luego por la clase alta. Nosotros, el ‘perraje’, somos los que levantamos la cuestión, pero ellos son los que concibieron este país, entonces se ‘merecían’ estar, pero esa fue una falencia nuestra”.

Quizás, más que una falencia, la omisión tiene que ver con que los caminos andados por el cuarteto de fotógrafos no fueron sino aquellos a los que tuvieron acceso. ¿Por qué fotógrafos más próximos a la elite, como Luis Weinstein o Paz Errázuriz no lo han hecho?. “Porque son fotógrafos que abrigan ideas progresistas, y esa es la condena para ellos”, lanza López, e insiste: “Si concibiera ahora este proyecto, le pondría un matiz político ideologizado y fotografiaría los tres grandes polos: la clase alta extrema, la clase media y la clase más pobre extrema”.

En completo desacuerdo, Concha advierte: “Ese ya sería otro trabajo, que no podría llamarse ‘El Artificio...’. El lente estaría siendo instrumentalizado. Si digo que quiero mostrar tal clase social, estoy diciendo que quiero mostrar la verdad de esa clase social. ‘El Artificio...’ hay que dejarlo como está, como hito significativo en la historia del desarrollo del lenguaje fotográfico chileno. Sería interesante ver las clases, pero eso tendrá otra orientación. Lo que pasas con las fotos de Paz Errázuriz en ‘Chile from within’. Pese a la ironía feroz de un hombre posando junto a un gran cuadro, la clase alta no es sólo eso, todas esas fórmulas son caricaturizaciones, reducciones. Será mi posición y hasta podrá decirse que soy un tipo amargado que odio a los ricos porque tienen lo que yo no. De igual manera con el paternalismo frente a los pobres. No todos los ricos son así, ni todos los pobres son así. Eso revela una ideología”.

Ideología que se asemeja más a lo que el suizo Robert Frank construyó en “The Americans” (1958), una mirada en la que la ridiculización de la clase alta y la mirada compasiva de la clase baja incomodó profundamente a la sociedad estadounidense. Pero esa ya es otra historia.


*Artículo publicado en Revista Universitaria. 98. Pontificia Universidad Católica de Chile. 2008.