20021118

IMA: UNA AGENCIA (DE FOTÓGRAFOS) PARA CHILE

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© Cristián Labarca Bravo. © All rights reserved.


por Cristián Labarca Bravo

¿Qué propone hoy la Agencia IMA? A poco más de dos años de su creación; ¿mantiene su apostolado original?, a saber: “Proponemos una visión personal en todos los campos de la imagen fotográfica: la actualidad noticiosa nacional e internacional, la comunicación institucional y comercial, la expresión individual del reportaje y el retrato. Nos involucramos en el desarrollo de los más ambiciosos proyectos culturales y artísticos (...) Ofrecemos un testimonio honesto y comprometido desde el lugar donde ocurren los hechos. Miramos la actualidad muy de cerca, hoy para documentar mañana la historia”.

Pertenecer a una famosa agencia de fotógrafos... Internarse en lugares remotos en busca de una historia que relatar, acceder a esos mundos –al otro lado del globo o en nuestro propio barrio- que desde niños nos cautivan, y empaparse de la realidad, vivir el periodismo en busca de la noticia de interés nacional y mundial. Y publicar el fruto de nuestra curiosidad en una prestigiosa revista internacional, para más tarde –quien sabe, quizá- exponerlo en la capital mundial de la fotografía, cual Sebastián Salgado o Josef Koudelka. ¿No es éste el sueño más recurrente de miles de jóvenes fotógrafos, sean éstos de prensa, documentales o ‘autorales’?

El camino al cielo, esta especie de búsqueda de la consagración profesional y espiritual, suele ser más escabroso de lo que se piensa. En Chile –este país que pareciera servirnos sólo para criticarle sus falencias- la barrera económica, ni que decirlo, es la primera que se impone, en general para cualquiera que se interese por la fotografía. Pero otra realidad, el atisbo de una solución, es la que se vislumbra cuando los fotógrafos se disciplinan, aúnan esfuerzos e ideales, y con profesionalismo deciden asir el mundo en forma de colectivo... ¿No fue ésta la historia que unió a Henri Cartier – Bresson, Robert Capa y David Seymour, en 1947, bajo el alero de la sociedad “Magnum”? ¿No es éste (la idea de formar junto a un grupo de amigos, lentes prodigios, una agencia fotográfica de las características de Magnum, RAPHO, Sygma o Gamma, en Chile) otro sueño eterno de nuestros fotógrafos? Según algunos, el sueño al fin parece haberse cumplido.

Las dos bottles of spirit se mantienen rebosantes (pero esta vez en Santiago de Chile) desde 1999. Ese año, un grupo de profesionales de la mirada -la mirada hurgadora, incisiva y crítica- decidió llevar a la práctica un antiguo anhelo que, de boca en boca, circulaba en forma de manoseado proyecto eternamente postergado: El de ofrecer una mirada al mundo, una visión personal en el amplio campo de la imagen, ya sea de prensa, institucional y comercial o como expresión individual del reportaje y el retrato, pero defendiendo, siempre, la autoría del oficio de fotógrafo. El grupo que se reunió, bajo el nombre de IMA Agencia de Fotógrafos, quedó constituido por Claudio Pérez (1957) y Rodrigo Gómez (1968), como socios fundadores e inversionistas. Junto a ellos estaban Javier Godoy, Miguel Navarro, el español Elde Gelos y el francés Eric Facon, como miembros asociados. Y si el mercado y la demanda así lo exigían, adherían como colaboradores esporádicos (que en realidad cedían su conocido material según los requerimientos) nombres como el de Alejandro Hoppe, quien hoy se desempeña como fotógrafo presidencial del gobierno de Ricardo Lagos. La iniciativa (que tuvo como precedente a un primer grupo compuesto por Gómez, Godoy y Facon; la ‘Agencia Aujourd’ hui’) se concretó al fin.

¿Y al despertar, qué?

A veces los sueños nos persiguen aún despiertos... Y nos ofrendan día a día. Así parece sucederle a estos inquietos fotógrafos. Pero ¿qué sucedió entonces? ¿Qué propone hoy la Agencia IMA? A poco más de dos años de su creación; ¿mantiene su apostolado original?, a saber: “Proponemos una visión personal en todos los campos de la imagen fotográfica: la actualidad noticiosa nacional e internacional, la comunicación institucional y comercial, la expresión individual del reportaje y el retrato. Nos involucramos en el desarrollo de los más ambiciosos proyectos culturales y artísticos (...) Ofrecemos un testimonio honesto y comprometido desde el lugar donde ocurren los hechos. Miramos la actualidad muy de cerca, hoy para documentar mañana la historia”. Ante abanico tan amplio, los organizadores fueron precavidos y no faltos de visión. El grupo aunaba inquietudes variopintas. Mientras Pérez gestaba y mantenía vínculos con importantes empresas del país, Godoy y Gelos (Miguel Ángel Felipe) se desempeñaban en el diario capitalino Las Últimas Noticias, como reportero gráfico y editor, respectivamente, y Gómez incursionaba cada vez con mejores resultados en el mundo del retrato y el ensayo, para revistas como Elle - Chile o el diario francés Liberation. Por supuesto, el deseo de Pérez y Gómez era que IMA llegara a ser mediador importante entre el trabajo de jóvenes talentos, tales como Tomás Munita y Miguel Navarro, y los clientes habidos y por haber de la empresa.

Es Rodrigo Gómez quien responde: “Lo fundamental es diferenciar entre una agencia ‘de fotógrafos’ y las agencias noticiosas o el banco de imágenes. Una agencia de fotógrafos, como IMA, es aquella donde la estructura es gestionada por los mismos fotógrafos para valorizar y favorecer el trabajo de los fotógrafos, en términos del oficio y del autor. En el banco de imágenes, los dueños se preocupan de vender fotografías, de satisfacer a sus clientes y ganar dinero con esta transacción. Igual sucede en la agencia de fotógrafos, aunque sin ser esto lo que predomina. Lo nuestro es la fotografía y su autor. En una banco de imágenes, en cambio, las fotografías son anónimas, y no hay un deseo de relato ni de posicionarse social y políticamente frente a lo que se está fotografiando. Una cosa es reflexionar con la fotografía, a través de un discurso, y lo otro es utilizar ésta en términos netamente ilustrativos. En ese sentido creo que hemos mantenido la línea. ¿Cuál es nuestra intención hoy, en Santiago de Chile?: Tener una agencia de fotógrafos, que no es simplemente un colectivo de fotógrafos que se juntan y hacen una página web; No es sólo compartir un espacio, un taller entre dos o tres fotógrafos... Sino esta manera de funcionar con una intención frente a nuestro trabajo y nuestra manera de abordarlo, con cierta identidad, lo que significa que los fotógrafos deben hallar una coherencia entre ellos, y no que hagamos fotos parecidas. Adoptamos nuestras propias decisiones frente al cómo queremos que nuestras imágenes sean utilizadas”.

Como en medio de esto, reconocen, “también hay una necesidad cotidiana de trabajar y avanzar, ganarse la vida con nuestra profesión”, el proyecto requirió de ciertas exigencias mínimas, es decir, involucrarse en la arriesgada aventura requería de capital, organización, disponibilidad de tiempo completo y otro requisito fundamental: Cada miembro debía ceder su archivo personal de imágenes, para la creación de un sólo gran archivo que la agencia administraría con mayor agilidad que si éste permaneciera, por separado, en el hogar de cada uno de sus miembros. Después de dos años se cortó por lo sano, el tiempo y las experiencias fueron los mejores decantadores y el estado de las cosas volvió al orden deseado por Pérez y Gómez, quien admite: “Todavía la agencia no tiene la capacidad de administrar el archivo completo de otros fotógrafos. Sin embargo, se mantiene el espíritu inicial, que es ser el núcleo, un corazón que ha sabido posicionarse, obtener contactos y relaciones importantes con gente que hace festivales, con la prensa, empresas que nos quieren y fotógrafos que han venido a ampliar nuestro campo de acción”.

De esta forma, IMA mantiene hoy –desde su nueva casa en calle Root 535- un estrecho y muy efectivo sistema de cooperación con un selecto grupo de fotógrafos ubicados en sitios estratégicos de América Latina, como Eduardo Verdugo en Chiapas, México, Maglio Pérez en República Dominicana, Tomás Munita en Panamá, Marcelo Salinas en Colombia, Evelyn Ruman en Brasil y Diego Giudice en Buenos Aires, Argentina. “Si una agencia europea necesita, por ejemplo, fotos de México, se hace el trabajo y la facturación es de agencia a agencia –explica Gómez. O en el caso de un festival sobre la fotografía latinoamericana que se realizará en Holanda, nos contactaron y de inmediato colocamos 20 trabajos de fotógrafos del continente. En el fondo, ¿qué es la agencia? Es un centro, un relevo entre fotógrafos y medios, empresas o agencias. Eso está funcionado hoy”.

-¿No les afecta no tener a mano el archivo personal de estos fotógrafos asociados?
-No, porque como no trabajamos con la inmediatez de una agencia de noticias... Supón que aparece una editorial francesa que está haciendo un libro sobre los grandes puertos del mundo, y nos pide imágenes de Valparaíso. Yo sé muy bien quién tiene trabajos que a nosotros nos interesan de Valparaíso, los recopilo y en un corto plazo envío algo de calidad.

-¿Pueden los fotógrafos jóvenes ofrecer su material para que éste sea divulgado por la agencia?
-Sí, puede ser. Ahora, el nivel de exigencia es igual al que tenemos para con nuestros trabajos. No nos interesa acumular imágenes por acumular, como lo hacen otras agencias, que tienen una foto de De la Rúa, sin ningún interés, pero la tienen. Quizá lo óptimo es tener, pero nosotros privilegiamos la calidad por sobre la cantidad.


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La proyección

“Otra cosa importante es la incorporación de dos nuevas personas a la agencia, que no son fotógrafos y se encargarán de la parte administrativa, o sea de los proyectos especiales con empresas, de las relaciones con los medios de comunicación y con el ámbito cultural nacional -cuenta el fotógrafo. Creo que este año hemos ascendido un escalón más, vivimos hoy una agencia real, un espacio propio y bien complementado con una infraestructura digital, archivo, edición, diseño y transmisión de imágenes y un funcionamiento a la par de las agencias de fotógrafos de otros puntos del planeta”.

-¿Alcanzaron el nivel óptimo?
-No, queremos más. Debe funcionar mucho mejor. Pero estamos con proyectos, no estamos lamentándonos.

-En esta idea de “ofrecer miradas al mundo”, ¿qué mirada propone Agencia IMA al Chile actual, al Chile que algunos quieren ver como el país de punta en Sudamérica, democrático, con una oposición fuerte por parte del mundo empresarial de derecha, una oposición que traba cualquier posibilidad de crecimiento?
-Hemos reflexionado mucho, como chilenos y como fotógrafos, en torno a la memoria. Chile tiene un problema de memoria, un pasado doloroso. Trabajamos en torno a eso, no sólo con “El Muro de la Memoria”. Claudio, por ejemplo, está desarrollando un trabajo (denominado hasta el momento como ‘Huellas’) en que fotografía espacios donde operó la dictadura; Centros de tortura, casas y sitios de detención... Un trabajo muy plástico, muy bello, pero mostrando una cosa que fue terrible, totalmente denunciable. Y también, por ejemplo en torno a este Chile cotidiano, que en los últimos 10 años ha vivido un cambio de una dictadura a un intento de democracia, se están haciendo trabajos que creo tienen mucho que ver con este mundo nuevo, que va rápido. La ciudad de Chuquicamata, por ejemplo, va a desaparecer, porque hay que sacar la tierra de la mina y ponerla en algún lugar. Y como transportarla hacia el desierto es costoso, sale más barato construir otra ciudad. Entonces se está tapando, la ‘torta’ de Chuquicamata va avanzando hacia la ciudad, y eso es un fenómeno impresionante, donde los parámetros que corren son del orden económico, del mundo capitalista. Sale más caro poner la tierra un poco más allá, en el desierto, entonces se tapa una ciudad y se construye otra. ¿Qué significa eso en torno a la memoria de un pueblo, de su gente?. Claudio está viajando cada un mes a fotografiar a la gente y los lugares que las autoridades van cerrando, hasta lograr un registro importante de eso. Y por mi parte, estuve en Argentina. El último tiempo he viajado tres veces a Buenos Aires, estoy captando el pulso, algo así como las sensaciones de lo que está sucediendo. En Argentina se vive algo dramático, en un país flamante, un país ejemplo del continente, hoy la gente tiene hambre. Todos los argentinos me preguntan: ‘Y cómo está Chile’, como diciendo ‘allá están bien’, y yo, no... Por pudor, pero también porque no me parecería nada de extraño que se dé vuelta la tortilla, porque así funciona el sistema capitalista.

-¿Cómo se tradujo este deseo de estar presentes en todos los campos donde se utiliza la fotografía?
-Apuntamos al mundo empresarial, y firmas como Codelco Chile, Minera Los Pelambres, Gener, Enap, Consejo Minero o el Ministerio de Educación, han sido algunos de nuestros principales clientes. En cuanto a la prensa chilena, ésta no trabaja con fotógrafos independientes, entonces el espacio que nos brinda es muy pobre y los presupuestos que tiene son lamentables. Así las cosas, se ha ido dando mejor una relación con la prensa extranjera, fundamentalmente europea, de Estados Unidos y parte de América Latina, lo cual es, también, más excitante para nosotros. Aún así, en Chile yo hago retratos, todos los domingos, para el diario Las Últimas Noticias y hemos tenido una buena relación con revistas como Rocinante y Elle. Pero, definitivamente, nos hemos concentrado en medios como el New York Times, News Week o el francés Liberation, cumpliendo pedidos de retratos de gente que está en Chile, como sucedió con el escritor Alberto Fuguet que fue portada del News Week o una entrevista para el New York Times, un reportaje sobre la situación en Argentina para Telerama, uno sobre la sensualidad del tango para un suplemento sobre sexo en Cosmopolitan u otro sobre San Pedro de Atacama para Gatopardo, de Colombia.

“Finalmente, en este último sector cultural, seguimos trabajando y formulando proyectos con fotógrafos como Patrick Zachmann o Susan Meiselas, ambos de Magnum, además de otros más personales. Sin ir más lejos, ya afinamos los últimos detalles para una reunión en París con Robert Delpine, el editor que descubrió en Francia a Robert Frank, a través de “Los Americanos”. Esperamos, también, los resultados del Fondart para mejorar “El Muro de la Memoria” y acordamos con la administración de Matucana 100 la postergada muestra al público de “El Amanecer de Chile” (ver recuadro). Entonces, estamos en estos tres focos, tres focos indispensables para estar en el mundo, en la actualidad, viendo qué pasa, reflexionando y llevando la cosa a algo quizá aún más personal, aunque siempre tratando de entender lo que necesitan nuestros clientes. Pero en el fondo, son tres sectores que se mezclan. Muchos hacen la diferencia entre el trabajo personal (para la exposición) y el trabajo de prensa (‘para vivir’). No es esa nuestra intención, sino que todos nuestros trabajos sean personales, adecuados al pedido, pero siempre con la intención de la autoría, cualquiera sea el soporte o el trabajo, ya que un trabajo de prensa puede perfectamente ser utilizado en una empresa, mientras que lo mismo que publicamos en revistas o como imagen corporativa, puede ser llevado a museos, galerías o libros.

-¿Cuánto están dispuestos a ceder, cuál es el límite ante las exigencias de una empresa?
-Es que no es una cosa de ceder, sino de entender lo que se necesita y que resulte algo bello. Ahora claro, por lo general, en un 90% no tenemos problemas con nuestros clientes, porque ellos entienden nuestra intención y nos quieren, porque somos apasionados y estamos enamorados de lo que hacemos, no lo hacemos simplemente para poder facturar. Hay gente con la que llanamente no te entiendes y... o se cumple, para que quede satisfecho ese cliente, o te peleas, cosa que todavía no nos ha sucedido con nadie... En el fondo, nuestra idea es enseñarle a la gente a leer, para después pasarle la poesía. A nuestros clientes les hablamos con esta pasión, les explicamos de qué se trata todo esto y entonces éste se da cuenta de cosas que no se había imaginado que podía alcanzar por medio de la fotografía.


El fotógrafo Claudio Pérez, en la hoy desaparecida oficina de IMA, en calle Root, Santiago.
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El amanecer tardío

Entre los proyectos culturales más interesantes gestados el año pasado desde IMA, destaca “El Muro de la Memoria” (junio de 2001), mural fotográfico permanente, de aproximadamente 40 metros cuadrados, que reúne 950 imágenes fotográficas de los 1.192 detenidos desaparecidos durante la dictadura militar. El proyecto -auspiciado en gran medida por el Fondart- está ubicado en el puente Bulnes, sobre el emblemático río Mapocho.

Pocos meses más tarde, Gómez presentó en Santiago su libro: “Gemelos, un viaje con el teatro La Troppa” (Ed. LOM, 2001), que comenzó con las primeras funciones del grupo en la Casa Amarilla, continuó en el Festival de Avignon y finalizó con una gira por varias ciudades de Francia.

Pero es, sin duda, el postergado estreno de “El Amanecer de Chile”, el proyecto que ha generado mayor expectativa. Financiado por el Fondart, “El amanecer de Chile” consiste en el acto fotográfico de trece fotógrafos -Soledad Montero, Sergio Pérez, Antonio Quercia, Andrés Cruz, Héctor López, Javier Godoy, Elde Gelos, Verónica Quense, Thomas Wedderwille, Claudio Pérez, Richard Salgado, Rodrigo Gómez y Miguel Navarro- que entre las 05:00 AM. y el mediodía del 30 de noviembre de 2000, dejaron impreso su punto de vista –documental, de autor, publicitario o periodístico- del lugar que, a lo largo de Chile, les tocó fotografiar.

A la fecha, sólo se ha mostrado parte del resultado final del proyecto (hace un año, para la 1ª Bienal de fotografía de autor, en Coquimbo, y actualmente en Barcelona) ya que las conversaciones con la empresa Metro SA., que facilitarían la muestra para este año en la capital, naufragaron. Finalmente, “El Amanecer de Chile” se expondrá, en forma íntegra, a comienzos del 2003 en Matucana 100.

20021015

PEDRO MEYER en Chile.

© Cristián Labarca Bravo. © All rights reserved.


Apocalipsis Meyer

(Para románticos iracundos y tecno embobados. De la fotografía analógica a la fotografía digital)

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A propósito de la visita de cuatro días que Pedro Meyer realizó a Santiago de Chile, de lo que de él esperábamos (o esperaban unos y otros) y del presente y futuro de la fotografía digital, conversamos con el mexicano en la siguiente entrevista.


Pedro Meyer en el Centro de Extensión de la Universidad Católica de Chile.
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La tentación del Ángel.
© Pedro Meyer © All rights reserved.

Digamos que el auditorio se dividió en aquellos que vieron en Pedro Meyer (1935) al Mesías de la tecnología digital (confundiéndolo con el experto de Kodak, Epson o Nikon) y aquellos que, conociendo su trabajo y la evolución de éste, concurrieron a la espera de su reflexión, de sus cuestionamientos y conclusiones, de su personal filosofía de la imagen fotográfica. Tal expectativa debió primar, incluso, por sobre el clásico enfrentamiento de opinión entre los que ya dan sus primeros pasos obturando una cámara digital, totalmente excitados y sorprendidos de sus propios resultados, y aquellos que se aferran a lo analógico, ya sea por opción creativa o empedernido romanticismo.

Sin embargo, hay que decirlo, el esperado debate nunca llegó. Como suele suceder por estos rincones del cono, los que aseguran tener algo que decir y aquellos con el deber ético de hacerlo (deber que les otorga el estar a la cabeza de gremios, escuelas y cátedras de fotografía o un par de párrafos en algún medio de comunicación), callaron... esperando la sombra de los pasillos, o peor aún, la partida de Meyer, para alzar la voz, insistir en la cuadratura del círculo o mascullar alguna idea ajena, aparentando originalidad. En síntesis, farreándose la venida de uno de los fotógrafos latinoamericanos más importantes de la fotografía contemporánea.

Pero Meyer no vino (no únicamente, por suerte) a mostrarnos los adelantos más recientes de la tecnología digital. Y los que con disimulo miraron el interior de su portafolio, comprobaron que éste no incluía libros de recetas milagrosas para los obsesos del pixel y el PhotoShop. Que “qué cámara me recomienda, de cuántos pixeles (y ¿qué son los pixeles?) o cuál impresora, qué escáner, qué marca de papel”... El cuestionario se veía venir, y llegó. Pese a todo, el mexicano (que fue invitado a una charla y un seminario de dos días organizado por la Sociedad Chilena de la Fotografía) habló, y harto, evidenciando ser dueño de un discurso sólido y coherente, lógico, convincente, bien documentado y provisto de respuestas, mil veces esgrimidas, a las mismas preguntas de siempre. No pocos creímos ver en él al peor de los dogmáticos... Y nos equivocamos.

Se reunió –como más de alguien advirtió- con quien no debía; No visitó las escuelas de fotografía ni vio los trabajos de las nuevas generaciones, no se concretó las charla con fotoperiodistas ni vio portafolios de quienes construyen la fotografía a diario, no como hobby de fin de semana sino con constancia y movidos por obsesiones impostergables. Pero incluso como respuesta a estas falencias organizativas, tuvo la frase exacta: “Si a quienes voy a ver no son los que están haciendo cosas, tanto mejor. Mejor para el proceso mismo, porque si otros ya lo están haciendo bien, pues yo no los puedo ayudar mucho. A quien puedo ayudar, a pensar de una manera diferente, es a quien no lo está haciendo bien. Y en la medida en que éstos se replanteen las cosas, entrarán en menos conflictos con los grupos que señalas. Así se da mejor la posibilidad de desarrollo colectivo, porque en vez de rechazarlos, se suman, y en vez de crear negaciones, se crean reconocimientos. A mí se me hace absurdo que, en vez de aplaudirle, le estén negando a Marinello (por su muestra Fotodigrafías de Identidad) los esfuerzos que está logrando. Si conseguimos cambiar un poco ese entorno, tal vez logren un avance”.

Unamos nuestras plegarias a la suya. Escuchadas sean.


Trabajadores migratorios mexicanos. carretera en California.
© Pedro Meyer © All rights reserved.


¿De qué hablamos cuando hablamos de fotografía?

¿Cuáles son, dónde están las normas que definen la naturaleza de una imagen fotográfica, para que ésta sea lo que su nombre indica y no otra cosa? ¿Dónde radica su esencia? ¿En los aparatos con la que fue captada y reproducida? ¿O es acaso el soporte donde será fijada el que la rige, su sello de garantía certificado ante notario? ¿Y la construcción de la imagen, la mentira inseparable de todo acto fotográfico... debe ejecutarse en la toma, en el laboratorio, en el computador? Finalmente: ¿Influyen las anécdotas que pueda narrar el fotógrafo sobre sus dificultades para obtener esta o tal imagen? ¿Es determinante el hecho de haber sido captada de la inasible “realidad”? ¿Debe ser resultado de la paciencia y del adiestramiento del ojo, atento como el cazador al “momento decisivo”, o fruto de la imaginación y el poder creativo del o la artista?...

Interrogantes como éstas reaparecieron con Pedro Meyer. Poco convencida, parte de la audiencia insistió en que lo que realmente caracteriza a la fotografía, otorgándole los laureles más elevados, se encuentra en la captura de un disparo, “el arte de lo instantáneo, el espejo de lo irrepetible” e incluso “el esfuerzo” y “la conquista”. De ahí emanaría la “magia”. Si una foto no fue capturada de la “realidad”, “eso no es fotografía, es intervención fotográfica, es otro idioma”. Por lo mismo, gran parte de su valor recaería en lo que me significó a mí como fotógrafo captar esta imagen, cuánto tiempo debí esperar a que los elementos se ordenaran frente al lente, hasta lograrse el anhelado “momento decisivo”. Sólo ahí, primando el talento y la rápida respuesta del ojo del cazador a la hora de obturar, podríamos hablar de “una gran fotografía”. Si no, se cuestionó un asistente, “¿Para qué National Geographic sigue gastando en viajes por el mundo, si todo está al alcance de la mano en el computador?”.

Una vez más, el mexicano debió reaccionar, pedagógicamente, ante la confusión. Mientras la mayoría se conformaba con hallar –y repetir- la fórmula del éxito, la tranquilidad del nicho (situémonos a principios de los años ´80), Meyer -que ya era “Pedro Meyer” y pudo, de haber querido, dormirse en los laureles- se arriesgó como punta de lanza de las nuevas tecnologías y nada menos que en un país como México, paradigma de la más clásica fotografía documental latinoamericana. Sucede que como hombre tras la cámara, nunca abandonó el periodismo ni la fotografía documental. Le bastó con comprender la formación de la imagen fotográfica como un proceso intelectual, una construcción que no depende de amuletos sino de la canalización –generalmente inconsciente- del cúmulo total de experiencias recogidas a lo largo de su desarrollo como ser humano. Por medio de una nueva herramienta, ahora podía documentar lo que antes se le vedaba; lo intangible, el mito.

Y una vez más, Meyer (que de Chile sabía más por su historia política, el libro Chile from within y la colección Mal de Ojo, de editorial LOM) aclaró: “Lo primero que es importante definir, es a qué le llamamos fotografía digital. Si lo entendemos claramente, la pregunta casi se contesta por sí sola. Una manera de definirla es diciendo lo que no es. No es un estilo. De igual forma que la fotografía basada en procesos químicos tampoco lo es. Con la fotografía analógica puedes hacer paisaje, desnudo, retrato o lo que te venga en gana. Con la fotografía digital puedes, también, hacer todo esto... más una serie de otras posibilidades. La pregunta es ¿por qué voy a hacer lo mismo que estaba haciendo antes, con otro proceso? La respuesta; porque puede ser más sencillo. Alguien que cruza de la fotografía analógica a la digital, y se queda haciendo lo mismo que en analógico, empieza a descubrir poco a poco las posibilidades que hay, y el siguiente paso es que comienza a usar estas herramientas para que el discurso estilístico que estaba empleando, vaya escalando dimensiones hacia otras latitudes. Todo esto requiere de educación, entrenamiento, recursos tecnológicos... una serie de pasos que en un momento dado tienen que ocurrir, pero no en un espacio finito. De manera paralela las tecnologías van cambiando, haciendo que lo que hago se vea nuevamente replanteado. Las tecnologías van a estar cambiando y cambiando... Qué sé yo, ni idea tengo de cuál es la etapa de maduración de estas tecnologías. Cada vez que alguien llega a pronosticar que ya no se puede hacer más con la velocidad de almacenamiento, de transmisión y la velocidad de las redes, a los seis meses alguien saca una tecnología que abre el horizonte otros treinta años. Puedes tener la absoluta certeza de que nada de lo que conocemos hoy, como herramientas, se parecerá a lo que se tendremos de aquí a treinta años. Sólo hace cinco nació el formato DVD, y en sólo cinco años desplazó al formato de video que llevaba veinte años... Nunca ha habido un cambio tecnológico de tal velocidad, en donde el VHS ya es historia. En un disco cabe el equivalente a 7 CD-ROOMS, y cuando comenzamos a usar el CD-ROOM éste equivalía a 72 disquetes”.

-¿Hacia donde vamos con tanta prisa? Algunos ya hacen un símil alarmista con el potente desarrollo de la humanidad y los actuales problemas demográficos, alimenticios...
-Es curioso que menciones eso de esta manera, porque suelen decirme ‘bueno, pero es que estas tecnologías son caras y la mayoría de la gente no tiene acceso a ellas...

-Es que sí lo tenemos, pues muy rápido bajan los costos...
-¡Exacto! Todos estos ejemplos que te doy son la demostración de un proceso de abaratamiento de los costos, lo que permite que se masifique su uso. Así como hoy el celular viene a resolver grandes problemas en sitios donde mucha gente no tenía teléfono, porque no llegaba a la comunidad donde estaban... El teléfono está transformando socialmente muchas cosas. Si te pones a reflexionar, los problemas que existen y a los que tu aludes, no son por tecnología. La tecnología es inerte. Puedes tomar un teléfono y decir estupideces o cosas muy sabias. El teléfono no tiene una ideología, sí la tienen los individuos que utilizan el teléfono.

-¿Y no tienen ideología las empresas (dirigidas por hombres) que crean las tecnologías y, en el caso de tu trabajo, los software computacionales?
-Ojo. La empresa que crea la tecnología, no. La empresa que la usa, en un caso u otro, puede ser favoreciendo o explotando a la población. Pero la tecnología per se no tiene carga ideológica.

-Insisto, si las tecnologías han afectado –para bien o para mal- nuestra forma de vivir y ver el mundo, ¿por qué no pensar que ya afectan al campo de la creación?
-Quisiera que separaras. Causa y efecto. No hagamos una pregunta que tienen en sí ya una carga ideológica, pues contamina todo lo demás que estamos hablando. Lo importante es no confundir a los lectores de esta entrevista, que no trascienda una visión que deforma la información. Aún con las mejores buenas intenciones, desinforma, en uno u otro sentido. Para mí, las tecnologías no tienen ideología. Nada nos asegura que estén siendo bien usadas. Si alguien adquiere una computadora y se pone a usar el PhotoShop, esto no asegura que sea un artista que hace buenas obras. La tecnología no es un seguro de vida contra algo, ni es una herramienta que resuelve por sí sola algo. Podemos tener herramientas con las que hacemos cosas maravillosas. Y cuando planteo esto te hablo a partir no de lo que me dijeron, sino de experiencias personales. No estoy adivinando, lo estoy viviendo. Y eso es lo que me anima a compartir con otros. Vivimos una época en donde hay mucha gente que escribe, comenta, y que en el fondo no sabe absolutamente nada de lo que está hablando. Yo recibo un boletín informativo que preparan en Estados Unidos, diariamente, sobre todo lo que se publica con referencia específicamente a Apple y Macintosh, y este individuo agarra uno por uno y reseña todos los artículos de lo que alguien dijo, y apunta: ‘Este escribió esto y no tiene ni idea de lo que está diciendo por esto y esto otro’. Y te das cuenta que el nivel de desinformación es asombroso, y estamos hablando ni siquiera de opiniones, sino de hechos, de estadísticas. ¿Por qué alguien puede darse el lujo de escribir boberías sin ninguna clase de respaldo a lo que dice? Porque hay espacio para ello. Precisamente por el ritmo y la velocidad de los cambios. Porque aquí podría estar sentado alguien haciéndome una referencia de lo que pueden o no hacer las cámaras digitales. Y sucede que se quedó hace seis meses y no sabe lo que pasó esta semana. ¡Y así es, en un tiempo tan breve cambia mucho! Entonces, uno tiene que tener la humildad de reconocer y de decir ‘bueno, Pedro me dijo que se podía decir esto, pero me lo dijo la semana pasada y debo actualizar la información’. En consecuencia, si comparamos esto con lo que ocurría en otros tiempos, alguien te podía decir: ‘Se revela así’. O podías haberlo estudiado en la Universidad, luego convertirte en maestro y quedarte 20 años transmitiendo lo mismo. Hoy, si alguien aprende sobre nuevas tecnologías y luego se pone a dar clases, pues ten por seguro que a los seis meses lo que está diciendo son tonterías.


Cancha de baloncesto. San Pablito. Puebla.
© Pedro Meyer © All rights reserved.


El proceso educativo

-Tú eres, en México y Latinoamérica, la cabeza visible trabajando el concepto digital en fotografía. En Chile, uno piensa en Juan Domingo Marinello o Francisco Veloso, pues el resto, pese a ocupar hoy una cámara digital, sigue haciendo el mismo tipo de fotografía que hace 20 años. Destacan las individualidades: El fotógrafo retratista, el o la especialista en desnudos, aquel que emulsiona sus propias telas... ¿En qué momento la fotografía digital entra en franca ruptura con la tradición y se convierte en aporte real a la fotografía mexicana?
-En México no es muy diferente. Y no lo es siquiera en otras partes del mundo. Cuando empecé a trabajar en esto, estaba en Estados Unidos, lo hacía de manera aislada, tratando de resolver los problemas conceptuales de lo que yo veía que estaba ocurriendo. Había creado el CD ROOM de Fotografío para Recordar y estaba en el proceso de crear Verdades y Ficciones. Cuando hice el primero, pensé que se vendría una avalancha de fotógrafos haciendo lo mismo, y como no me llegaban noticias y estaba concentrado en lo mío, me pasó lo del maratonista que creyó que ya todos lo había dejado atrás, pues no veía a nadie al rededor. Y la realidad es que yo estaba al frente completamente. Con el tiempo, a través de ZonaZero, descubrí qué es lo que pasa. Del contingente de fotógrafos, que ya son más de 500, debe haber un uno por ciento que nos envío su obra lista. Al resto hemos debido enseñarles a caminar. Descubrí que éste es un proceso educativo que tarda tiempo en desarrollarse, pero con la añadida realidad de que es cambiante lo que estás queriendo enseñar. La conciencia de eso no podemos dejarlo de lado. Entonces, ésta es una manera de reflexionar sobre la educación de las nuevas tecnologías sin paralelo en al historia.

“Los jóvenes tienen una ventaja, y es que son mucho más fluidos frente al proceso. Recogen y botan, si les sirve bien y si no, a la semana lo cambian. Nosotros somos de los que recogemos algo, nos lo apropiamos y ahí nos quedamos con ello durante diez años. Habla con cualquier fotógrafo y nota cómo se expresa de sus cámaras. A los jóvenes les es irrelevante. Si esta cámara les sirve, bien, y si no es la otra. Es una dinámica que creo que a la larga es mucho más sana, porque es ver -en este caso la grabadora- por lo que es, es un aparato que graba y si no es el teléfono... Por esta misma razón es que nos cuesta trabajo comprar aparatos. Nos preguntamos si es el momento oportuno para adquirirlos o si no será mejor esperar al nuevo modelo. Pues, si te esperas al nuevo modelo, te vas a tener que esperar el resto de tu vida, pues habrá nuevos modelos cada seis meses. Es ésta una forma de pensamiento pre – digital”.

-Y a ti que tienes un pasado y un presente como documentalista. ¿Afectó la nueva tecnología esta forma de ver el mundo?
-Claro. Y si no lo fuera a afectar, nuevamente la pregunta es para qué. Si yo no tengo algo que te pueda mostrar, que represente la purificación, entonces o no entendiste lo que te estoy enseñando o no lo tengo y estoy en serios problemas.

-¿Cuál es tu definición de verdad? “El retoque, la manipulación, devuelve la verdad a la imagen”, asegura Inés Bortagaray.
-La imagen fotográfica per se es manipulación, es tautológico. Hablar de fotografía y manipulación es lo mismo. Todo el tiempo queremos llevar a la fotografía a terrenos moralistas, de la verdad desde el punto de vista moral. Esto no cuadra.

-¿El periodismo, por ejemplo, miente per se?
-No es que ‘miente’. Cuando usas el término ‘miente’ me estás dando un valor moral. Hace algunas horas (en la Plaza de la Constitución) estuve tomando unas fotografías de unos manifestantes. Esas fotografías ¿son la verdad? Desde luego que no.

-¿Es la verdad de Pedro Meyer?
-Claro, es MI VERDAD. Lo cual nada tiene que ver con LA verdad. Ahora, si te presento una imagen de esas y le agrego una serie de información falsa y lo presento como un hecho, entonces estoy incurriendo en una falta de verdad. Pero la fotografía en sí lo es. El medio de por sí es paupérrimo para contar historias específicas. En consecuencia, si el medio es tan pobre para este fin, pedirle que sea portador de la verdad es absurdo. Son portadores de información, eso es lo que habría que replantearse. Y te toca a ti darle contenido de una u otra manera. Esto, con los chicos, ocurre donde ellos tienen la malicia de entender la información de una manera distinta a las generaciones pasadas, que juraban a pies juntillas que todo lo que se les daba era la verdad. Ahí nace la confusión. La imagen fotográfica contiene información, pero ¡con decir eso no le estoy adosando un valor moral!


Cristo en Coyoacán.
© Pedro Meyer © All rights reserved.

“Siempre viví en la frontera”

-A propósito de la manifestación que fotografiaste hace algún rato, quisiera saber hacia dónde va tu búsqueda fotográfica hoy. Si las herramientas tecnológicas nos dan la facilidad de crear nuevos mundos ¿Qué nuevos mundos pretende Pedro Meyer?
-Salgo del hotel, rumbo a un restaurante. Cruzo, frente a La Moneda hay una manifestación. Como tengo un poco de experiencia, logro tomar una serie de imágenes de algo que no tengo ni la más remota idea de qué sucede ahí. No sé ni qué quieren, ni si es justo y razonable o no. Quizás es un líder político que está manipulando a una serie de gente, qué sé yo lo que está pasando allí. Pero lo que sí te puedo asegurar es que tomé una serie de fotos y le puedo poner ‘esto estaba pasando frente a La Moneda’ e inmediatamente hay una serie de conexiones con Allende y una carga ideológica que nada tiene que ver con la realidad, ¡nada! Y ahí es donde te das cuenta que con la fotografía puedes decir lo que quieras. Y que muchas veces, las más de las veces, los fotógrafos van a tomar fotografías sin tener la más remota idea de qué es, en el fondo, el asunto. Saben dónde pararse para captar ciertas acciones, pero de por medio no hay más que el oficio. No hay ninguna reflexión de orden político como responsabilidad de lo que está pasando. Y van a atender un encargo que le hacen en el periódico, y de ahí se van a un desfile de moda y luego a un retrato para una entrevista y así. En lo más mínimo hay una reflexión, causa y efecto o algún discurso personal. La mayoría de las veces siento que somos mercenarios de la imagen. Durante mucho tiempo estuve fotografiando en Nicaragua y vi a colegas fotógrafos montar y escenificar situaciones para crear una foto que el periódico necesitaba. La mayoría de los fotógrafos que están yendo a los escenarios de conflictos bélicos y de masacres en el mundo, son como una ola de buitres. Si hay un muertito, anda rápido a tomarle la foto porque es importante... y este muertito en particular, porque la noticia está aquí.

-Bien, pero has dicho que te estimula contar historias y que tienes “una necesidad de expresar y del registro”, que te interesa el ser humano, las personas interactuando y que, a la hora de armar tus imágenes, frente el computador te sientes como un director de teatro.
-Añádele lo siguiente: ¿Habría alguna diferencia en cómo tomé y qué tomé de la manifestación de esta mañana, si en vez del formato digital hubiese usado película? No. La gran diferencia está en la precisión y pulcritud que puedo tener hoy gracias a la retro-información en la cámara. Y tu podrías decir que son parecidas a estas otras ¿y? Hasta allí, el “¿y?” vale. Pero qué te parece si uso unas cuantas de esas imágenes en la conferencia de esta noche. Pues ya el “¿y?” no corre. Porque eso no lo puedo hacer con película. Y puedo armar otra serie de cosas... y empiezas a ver que cuando te metes en el camino digital, tienes -secuencial o paralelamente- toda una cantidad de opciones. Es cuando empiezas a armar todas estas variables, cuando realmente estás usando lo digital. Puedo tomar estas imágenes -que, repito, son información- y armar otra porque tengo alguna cosa que decir en ese sentido.

-¿Te sientes un provocador?
-Espero que sí. Yo siempre creo que el arte tiene esa necesidad de ser provocador, o provocadora. De reflexiones, de pensamientos, de exploración, y desde luego si no provoca, entonces para qué hacerlo.

-¿Cuál crees que es tu aporte a la fotografía mexicana, al margen de tu experimentación con las nuevas tecnologías? Así como, por ejemplo, ligamos a Flor Garduño al mundo indígena ¿Cuál es el imaginario propio de Pedro Meyer?
-No sé, ni lo uno ni lo otro. Involucrado en un proceso, uno no tiene la distancia para poder medir el significado del mismo. Tengo un archivo con más de un millón de imágenes, de las cuales la mayoría nunca he publicado. ¿Por qué? Porque siempre fui, como ahora en ZoneZero, el anfitrión, y como tal publico algo sólo al margen. Cuando estás en un papel protagónico es difícil mostrar tu obra. Me hablas de Flor Garduño, pues ella hizo una serie de imágenes donde se da cuenta que ciertos elementos tienen éxito, va y los desarrolla con pulcritud. Hay que entender las diferentes personalidades. Yo nunca publiqué mi trabajo de México del ’68, sólo una foto en la portada de un libro de Elena Poniatowska, y esa sin crédito. Nunca he estado anteponiendo mi obra, no porque no crea en ella, no porque no la tenga, sino porque el espacio no lo sentía apropiado. Y las fotos que hice, no eran para publicarlas, sino para mí. Pero ya en este momento se está preparando una gran retrospectiva. Tampoco fue mi intención crear el primer CD ROOM en el mundo, sólo ocurrió. Con una serie de argumentos convincentes la editorial me convenció de hacerlo, junto a una versión en video que se pasó en la TV pública en USA y ahora vive en Internet, en ZonaZero. Ya no existe el problema del distribuidor y las obras van cambiando de espacio conforme a los cambios tecnológicos. El CD ROOM es hoy completamente obsoleto como plataforma.

“Para apreciar la dirección de las tecnologías y su impacto, hay casos específicos que nos pueden ser útiles como referentes. La Enciclopedia Británica siempre ha sido una de esas obras de referencia que todos queríamos tener en nuestra biblioteca. Sin embargo el costo de $1500 dólares por los 32 volúmenes, la hacía accesible sólo para unos pocos. Hoy los puedes comprar, los mismos tomos, en formato DVD, por sólo $50 dólares. Y no sólo es un tema de costo, pues el sistema además es mil veces más sencillo para consultar y relacionar temas entre sí. Pero tuvo que quebrar económicamente la empresa que fue dueña de la EB, desde hace 200 años, para que los nuevos dueños comprendieran que había que cambiar de rumbo, ya que los anteriores se negaban a entrar a la era digital de lleno, pensando que eso arruinaría su mercado de libros. Hoy los siguen vendiendo, supongo que en cifras mucho menores, mientras el DVD suple la pérdida en el mercado librero. Pues, si lo ves, es lo mismo que les pasa a los fabricantes de cámaras digitales a remolque, mientras que los más avezados se están quedando con el mercado”.

-Al enfrentar sociedades más bien tradicionales, como las nuestras, con otras mejor dispuestas al cambio, criticamos que en ese ir tan rápido perdemos la capacidad de recordar, de comprender que para avanzar también es necesario un pasado y la memoria.
-Pero el pasado lo estamos creando en el instante. Y este vértigo existe en todos los ciudadanos del mundo.

-¿Te incluyes?
- Sí, pero de distinta manera. En el sentido de que me da una cierta añoranza de pensar que ya no podré ver muchos cambios de aquí a veinte, treinta o cuarenta años. Y tengo la curiosidad de ver cómo va a estar todo esto. Pero en sí el cambio no, porque ha sido una constante en mi vida. Yo crecí con una cantidad de cambios acelerados a lo largo de toda mi vida y con otra característica; siempre fui la persona que estaba afuera del contexto, siempre viví en la frontera, y para mí la frontera se convierte en un espacio natural y la dinámica del cambio me fluye con una naturalidad que no tiene mayor problemática. Un ejemplo que sorprendió a mi señora: Cuando fuimos a Ecuador, yo iba con la intención de fotografiar Galápagos. Tengo un accidente, re-programo y ahora el tema fotografiado soy yo mismo. Y me estoy fotografiando todo el tiempo durante todo el accidente a lo largo de todo el día.

-¿Por qué?
-Es muy sencillo. Estamos aquí (uno de los salones del Hotel Carrera de Santiago) y podemos fotografiar toda esta sala. De pronto cambian las circunstancias y ya sólo podemos fotografiar en el área de la alfombra sobre la que estamos parados. Entonces empiezo a ver qué hay aquí que valga la pena de ser fotografiado.

-¿Todo vale la pena ser fotografiado?
-Yo creo que sí, mientras tengas algo que valga la pena decir. Nada de lo humano me es ajeno. En ese sentido, a mí me es igual de interesante ver una manifestación que ver a las cocineras del restaurante donde fuimos, que son las fotografías que después hice.


Dónde quedó la lana.
© Pedro Meyer © All rights reserved.

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¿QUIÉN ES PEDRO MEYER?

A partir de la década de los ’60, Pedro Meyer comienza a dar que hablar como fundador del Grupo Arte Fotográfico, productor del primer programa audiovisual hecho en México y destacados reportajes sociales. Ya desde 1976 su obra es adquirida por importantes galerías y museos del mundo.
Siendo un activo participante y organizador, es nombrado en 1977 fundador y presidente del Consejo Mexicano de la Fotografía.
En 1978 es uno de los primeros fotógrafos en documentar el proceso político y social de Nicaragua. El Instituto Nacional de Bellas Artes de México adquiere su producción fotográfica para su colección permanente. A su vez, el mismo año marca un hito en el desarrollo de la fotografía con la organización del 1er Coloquio Latinoamericano de Fotografía, en donde logró reunir fotógrafos no sólo del ámbito latino sino de todos los continentes.
Desde 1980 reside en Los Angeles (USA), donde inicia su aprendizaje de las nuevas tecnologías para la captura y construcción de imágenes digitales.
Su obra Fotografío para recordar constituye el primer trabajo de sonido continuo realizado en el mundo, el cual fue posteriormente grabado en CD-ROM.
En 1985 publicó su libro Tiempos de América y en 1986, Espejos de Espinas. También es autor de Verdades y ficciones, un recorrido personal por México y Estados Unidos donde, a través del proceso digital, Meyer descubre el color, “lo cual me cambia totalmente la dinámica, algo que les está sucediendo a todos los fotógrafos, aún aquellos que quieren hacer blanco y negro. Porque tecnológicamente va a ser mucho más eficaz fotografiar en color y luego escoger cual de las dos modalidades”.
Pedro Meyer es creador del sitio web de fotografía más reconocido y visitado de la red (www.zonezero.com), empresa que busca responder a la transición que está experimentando la fotografía en su paso del cuarto oscuro a la computadora o, dicho en otras palabras, de la fotografía analógica a la digital. En él, un nutrido grupo de fotógrafos encuentra un foro para exhibir sus obras, debatir y reflexionar en torno a la fotografía y el mundo, y enterarse, entre otras cosas, de los últimos avances tecnológicos en cuanto a cámaras y otras herramientas.
ZoneZero fue nombrado en 1997 como uno de los mejores 100 sitios de Internet de todos los tiempos y calificado como uno de los cinco mejores del mundo, en la categoría de arte, por la Net Magazine, así como ganador de cinco estrellas por parte de los editores de Luckman Interactive.

Los Meyer.
© Pedro Meyer © All rights reserved.


(Entrevista publicada en la revista de comunicación Plus+Gráfica, nº17, octubre 2002)

LEONORA VICUÑA: En busca del Chile Profundo.

© Leonora Vicuña.


“He vivido la mitad de mi vida en Francia y no me considero una ‘retornada’. Volví a Chile a intentar una experiencia diferente de vida, en la provincia, en el corazón del ‘Chile Profundo’ que recién comienzo a conocer... Me gusta compartir la vida con gente sencilla, franca y solidaria. No me gusta el culto a las personalidades, ni el doble discurso nacional, burgués y elitista, ni la impostura actual del poder, ni la mentirosa globalización, ni la cultura oficial y su ‘berretín de figurar’”


“Harto deslenguada esta Leo”, me advirtieron, poco antes de reunirme con ella para sostener este diálogo. Faltaban algunas horas para la inauguración de su muestra “Bares y Garzones. Un Homenaje Visual”, en el Museo Histórico de Santiago. Fue el segundo dato que recibí de ella. El primero crecía en mi imaginación, de manera difusa, con ribetes de leyenda. El de Leonora Vicuña (1952) es un nombre importante en la fotografía chilena, pero la primera vez que oí de él, la fotógrafa ya vivía en Francia, sin ser algo común el recibir noticias suyas. Todo lo que me llegó de su obra no fue otra cosa que un par de postales acerca de su deambular por distintos bares, otrora llenos de vida, y el catálogo de ‘París Flash’, exposición colectiva de chilenos residentes en Francia, exhibida en el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago, en 1996.

¿Cuándo regresó? Pocos lo saben, aunque nadie pierde la oportunidad de informarme: “Sigue igual de loca, cambió París por un villorrio chileno”. Precisamente desde allí, la comuna de Carahue, en la región de la Araucanía, Leo viajó a la capital a supervisar cada uno de los detalles de su muestra, que además incluye un CD ROOM. Pero ¿qué hace hoy, en Carahue? ¿Qué hizo mientras estuvo en Europa? ¿Qué la impulsó, finalmente, a compartir los bares de su vida?

“Mi casa familiar –nos cuenta- era una casa de poetas, que funcionaba en los años ’50 y ’60 casi como un bar abierto. Muchos poetas y escritores venían a pasar horas, días y hasta semanas en casa, y las tertulias y lecturas nocturnas se sucedían espontáneamente... Allí conocí a Nicanor Parra, Pedro Lastra, la Colorina Stella Díaz, Oscar Hahn y tantos otros, siendo yo una niña. A los diez años ya sabía de la existencia del Bosco y con mi padre muchas veces fui a los cafés del centro. En una de mis vueltas a Chile, conocí a Jorge Teillier en el Refugio López Velarde, el bar de la Sech. Muchas veces estuvimos juntos en diferentes bares de Santiago, entre los cuales recuerdo el Ítalo, la Orquídea, El Nerón, La Ermita, El Congreso...”

“Ahora bien, trabajo muy poco por temas, pero con el bar he sido constante. Nunca pensé que ganaría el Fondart (2001), porque éste es un tema que poco le interesa a la gente, o que siempre ligan a los borrachines, a la bohemia, con un cariz más bien peyorativo, pese a que todos somos bastante borrachines y bohemios. La gente desea ir a estos lugares a pasar más que un rato, a estar, a vivir... Me parece una parte fundamental de la cultura chilena, el bar comprendido como segunda casa o lugar abierto, de extensión y conversación... Los bares tienen la particularidad de ser lugares familiares y neutros al mismo tiempo. Durante la dictadura fueron como un refugio, una especie de escondite tácito, donde el tiempo se medía con brújulas más que con relojes. Son, también, lugares en principio masculinos, sobre todo aquí en Chile, grandes o pequeños potreros de hombres. Pero eso ha cambiado, por suerte... Ese personaje que está a la sombra (señala una de sus imágenes) forma parte de una cultura nacional, y es esa marginalidad la que me interesaba fotografiar”.

“Además –agrega- ya no se ven ese tipo de bares, ahora es la gente joven la que sirve, ya no hay uniformes, se están perdiendo estos señores cargados de dignidad, que llevan treinta o cuarenta años sirviendo. El Torres, por ejemplo, es de 1879, y ahora se está muriendo, lo van a vender, ya lo cambiaron, lo pintaron rojo, hicieron un pub ahí... Estos lugares están desapareciendo y a mí me gusta rescatar, esa es una de las cosas que más me interesan de la foto. Me doy cuenta que tengo una visión más o menos nostálgica, pero que es también nostálgica a futuro”.

Con esta filosofía, Vicuña fue fotografiando ese transcurrir del tiempo, tan distinto cuando se detiene entre las paredes de un bar. El Roland Bar, el Cinzano, el Inglés o el Nacional, son algunos de los sitios que recorrió. Imágenes en blanco y negro a las que más tarde la fotógrafa fue devolviendo el color, pero no cualquiera. Empleando mayoritariamente lápices policromos (en algunas copias también utilizó Pinter y PhotoShop), Vicuña intenta recuperar el color que entonces percibió “y cuando me preguntan por qué no hago fotos a color o sólo blanco y negro, o por qué las coloreo, es porque efectivamente yo percibo más la realidad como lo estás viendo aquí, en una tonalidad que no es ni el color saturado ni blanco y negro. Lo que me gusta es captar una cierta emoción y no siempre es posible lograrlo. Me interesa la poesía, presente en todo quehacer y en todo momento, lo inefable de la existencia. Esa es mi búsqueda”.

-Muchos fotógrafos sufren esta obsesión por salvar del paso del tiempo, del abandono y la destrucción, distintos objetos, espacios y lugares con los que convivieron ellos o sus antepasados. Pero una vez que lo logran, que ya lo han capturado fotográficamente, se desinflan, como que el aporte no era más que ese, “rescatar” a través de la imagen, recortar y pegar en un papel, sin un compromiso más allá...
-No sé qué gran aporte será el mío, nunca me lo he planteado como tal. No creo que uno haga nada pensando en aportar algo. Uno tiene una necesidad profunda de hacer, de expresarse. Mientras lo estás haciendo no sabes qué es lo que estás haciendo. Después empieza a tomar una forma. Lo que pasa es que si tú eres muy consciente de lo que vas a hacer, entonces ya se transforma en una cosa racional, una tarea. Hay fotógrafos que son tremendamente racionales, cuya fotografía es interesante por lo mismo. En mi caso no: Soy una persona más bien intuitiva y lo que me gusta de la fotografía nunca sé exactamente qué es. No suelo trabajar con un tema y decir ‘haré esto’. Sin embargo me doy cuenta, y te lo puedo decir honestamente, que éste (el bar) ha terminado siendo un tema, pero no tanto un tema fotográfico, sino como el tema de mi vida, ¡¡¡me gusta estar ahí!!! No sé dar cuenta de otra cosa. Qué va a quedar o qué valor tiene lo que hago, no lo sé.


La France

Leonora nos muestra imágenes de una serie a la que llama "les faubourgs de Barcelone" tomada entre los años 1989-1991 y expuesta en Francia en 1996, para el 2° Mes OFF de la Foto. “Ese trabajo estaba dividido en dos partes: gitanos en un merendero llamado la Pinya d'Or y las fábricas abandonadas de sílice o sílex, que forman la segunda parte. Esta fábrica se hallaba en el pueblo de Valvidreras, a la salida norte de Barcelona, hacia la costa”.

A un segundo trabajo, Leo lo denominó "Mitografías", obra expuesta en la Galerie Vrais Reves de Lyon, en el Primer Mes OFF de la Foto en 1994 y recientemente en el Centro de Extensión de la Universidad Católica. “Se trata –cuenta- del taller de Correia, un artista escultor portugués, hoy fallecido, que hacía sobre todo trabajos de pedido oficial, para ornar plazas, edificios y calles de Francia, Europa, Estados Unidos y cualquier parte del mundo. El taller hoy tampoco existe y sus obras, las que se salvaron, se ubican en diferentes lugares. Forman parte del paisaje generalmente ‘invisible’ de las estatuas oficiales... Son fotos tomadas entre 1989 y 1992 y expuestas en París y en Lyon, el ‘94 y el ’96 respectivamente”.

Sobre Leo y este trabajo, el poeta y profesor de la Sorbonne, Waldo Rojas, escribió: “El lugar no podía sino que interpelar sin vuelta el ojo de la fotógrafa, que posee por arborescencia genealógica un vínculo muy real, y por lo tanto complejo, con la memoria cívica nacional tanto o más que con aquella de las artes de la pluma y el pincel (...) Las estatuas de próceres padecen la suerte del mito que las conforma cuando no prosperan con ella. A la devoción totémica sigue la familiaridad rutinaria y a ésta la apatía y finalmente la franca... invisibilidad. De encarnación de aquellos ‘lugares de memoria’ que refractan los reflejos del patrimonio, dan forma a la liturgia de las conmemoraciones y fascinan hoy día a los historiadores, terminan naufragadas en playas de olvido, que es la otra cara de la misma medalla”.

-¿Cambió tu visión de la fotografía chilena luego de vivir tantos años en Francia?
-Conozco poco de la fotografía chilena actual. En los ‘80 había una visión de lucha, y la fotografía existía contra la dictadura. En lo social se destacaron fotógrafos que hicieron historia. Luego me fui y se produjo el natural vacío y la ausencia. En ese momento se desarrolló una cantidad importante de fotógrafos que no conozco, pues sus trabajos no llegan afuera y no he estado mucho en contacto con Chile. Hoy me admiro de la cantidad de gente que hace fotografía. Y la calidad de la fotografía en Chile ha cambiado, hay una preocupación real -no así en términos de la cultura oficial, eso ya viene- pero sí hay gente con ganas de ahondar, de expresar a través de la fotografía. Eso es muy positivo y sucedió en pocos años... Porque, contrariamente, en Francia, después de Andre Rouillé que decretó que la fotografía estaba muerta, hay una tendencia mayor a la infografía y cualquier otra cosa, menos la fotografía clásica, incluso una especie de saturación con el Mes OFF de la foto. Porque además hay muchos fotógrafos y son todos excelentes. En cambio aquí hay novedad y por primera vez la posibilidad de mayor libertad en lo creativo de la foto. Me encanta ver desnudos totalmente osados y me encanta saber de gente que está trabajando cosas muy dispares y atrevidas.

-Y ante esta superpoblación de talentosos fotógrafos, ¿qué sugieres a los nuestros, especialmente a aquellos que vivimos mirando hacia afuera? ¿Somos una mirada novedosa para el viejo continente?
-Creo que la meta tiene que estar acá. ¡Traigámosla para acá! La fotografía argentina, la fotografía cubana, venezolana, mexicana... es extraordinaria. ¿Por qué Chile no? Chile ha tenido nombres en la fotografía, aunque han sido pocos, que el fotógrafo de tal época, que Keko Larraín, Paz Errázuriz, este fulano o tal. Pero hay mucha gente, muchas voces, y lo que tenemos que aprender es a reconocernos en esas voces y a saber que hay distintos lenguajes y hay que apoyarlos a todos, porque mucha de esa gente va a llegar muy lejos y tiene muchas cosas que decir. Esto está recién empezando, pienso yo, y es fascinante. Te lo digo sin gran conocimiento, pero he atisbado cosas... Aquí el problema fundamental, que sobrepasa a la fotografía, es el problema del poder. Si tú te metes en la cuestión del discurso del poder, hay ciertos fotógrafos que tienen la banda ancha. Pero eso me importa un pito. Vayámonos por el lado de la expresión. Tenemos que ayudar a que haya más fotógrafos que se expresen y que saquen adelante su lenguaje.

-¿Cómo es que Francia no influye en tu fotografía? Tus encuadres son bastante clásicos y no caes –para bien o para mal- en un lenguaje más complejo o sofisticado, difícil de leer sin ciertos códigos... Más bien asimilas esa fotografía que Robert Doisneau hizo famosa caminando por los cafés y calles de París...
-Bueno, yo ya soy viejita también. Yo viví un mundo europeo clásico. Me encanta la fotografía moderna, pero mi mirada será siempre esa. Ya estaba formada, no comencé a hacer fotos allá. Y me costó mucho hacer fotos en Francia, identificarme y no sentirme una turista japonesa, porque allá todo el mundo saca fotos. ‘Yo no quiero hacer eso’, te dices, ‘no quiero ser un pato que saca fotos, no quiero sacar la cámara a cada rato’. Y durante mucho tiempo no saqué fotos, o usaba cámaras escondidas, o sea andaba robando imágenes, pero también escondida de mí misma. Hasta que de repente comprendí que podía sacar fotos como en Chile. Y fotografié lugares donde me identificaba, nunca o muy rara vez hice fotos en lugares que en sí eran muy interesantes, pero que a mí no me pasaba nada con ellos... Esa es mi mirada... es clásica, cierto... y aparentemente hay más una influencia -de Doisneau o Brassaï- con el viejo París, pues ese es el París que a mí me gusta, el París de ahora me carga. Por algo me vine.


Chile, acusando el golpe

“Me fui antes del golpe, en marzo del ’73. Tenía 20 años. Me fui a París, a estudiar antropología en La Sorbona... Luego viví un año en Atenas y estudié griego moderno. Allí comencé a interesarme en la fotografía. Regresé a Chile el ‘78 para quedarme hasta el ’83. La AFI se fundó el ’80. Como no había vivido el golpe, no acusé el golpe. Llegué a Chile y la gente vivía muerta de miedo. Yo tuve un hermano que estuvo preso, fue torturado en la Villa Grimaldi, un tío desaparecido, en fin... Pero a mí no me llegó ninguna cuestión, yo viví el golpe en París. Saliendo de la Prefectura de Policía leo: “Extraño asesinato del doctor Salvador Allende”, y unas bombas que se veían caer sobre La Moneda... Entonces, cuando volví, no sólo participé en la AFI, creé los Encuentros de Arte Joven, trabajé en una revista de poesía, en mi casa se imprimió más de un número de la revista El Rebelde, o sea, no tenía ningún miedo, tenía esa libertad y empecé a fotografiar los bares en esa época, como una cosa social. A mí nunca me interesó salir a la calle a tomarle fotos a los pacos... Era amiga de Álvaro Hoppe, pero yo no iba a salir con él a que me apalearan, ni muerta, porque ya me habían apaleado varias veces. Trabajaba para la Phillips, en Valdivia, y me tomaron presa, me quitaron las cámaras, me pegaron... Ya no tenía ganas, yo no tengo ese espíritu de reportero gráfico, pero sí me interesaba lo intimista de la fotografía, siempre me interesó. Y en parte estas fotos de bares dan cuenta de la terrible vida que se llevaba acá, una vida puertas adentro y muy amordazada”.

“Harta del clima político de Chile, regresé a Francia, donde residí hasta fines del año 2000. Allí viví y sobreviví haciendo diferentes cosas: Fui ‘linternera’ de cine, cuidadora de condesas bretonas, bailarina ocasional, garzona de hoteles de lujo, profesora de castellano, cantante de bares, baby – sitter, “fille au pair”, vendedora ambulante, etc. Hasta que entré en el mundo del cine de animación en 1986 y me fui especializando en montaje de sonido, detecciones y lipsinch (sincronización de labios para monos animados) El ’90 trabajé como asistente de montaje con Alejandro Jodorowsky en la película The Rainbow Thief... Siempre seguí pintando fotos y expuse en diversas galerías europeas. Pertenecí, además, al comité administrativo del Mes OFF de la Fotografía de París y fui jurado de selección del 2° y 3° certamen. Desde el ‘95 hago fotografía digital y sigo pintando fotos a mano. Nunca he vivido de la fotografía, sólo he vendido algunas fotos a museos, coleccionistas y amateurs. Nunca he ganado premios y no suelo participar en concursos. Me considero fotógrafa sólo hasta cierto punto”.

-¿Por qué decides volver?
-Volver atrás es imposible, pero no del todo. Yo volví, después de treinta años, pero a experimentar otra vida diferente. No quise volver a Santiago, porque realmente cambiar París por Santiago me parecía una lata. La cosa urbana de esta ciudad es muy triste. Creo que no habría podido, además tendría que haberme puesto arribista, pesada, empezar con codazos, decir ‘córrete pa’ allá, déjame hueco, yo soy la fulana de tal...’ Yo no sirvo para eso. Trato de sobrevivir en un país que, a pesar de haberse liberado de la mordaza y del terror, vive en la histeria del poder y del dinero, y en una desigualdad clasista endémica, haciendo creer al resto del mundo que todo está Okay... Y también teníamos (mi pequeña familia y yo), ganas de entrar a un Chile que no conocíamos. Siempre he hablado de Chile fuera y resulta que una vez en Francia alguien me dijo: ‘Pero ¿tú conoces Chile?’ No mucho, la verdad. Volví porque quiero estar cerca de mi familia, mis hermanos... Pero volví a Carahue para vivir en el Chile Profundo. Ahí es muy pobre, muy triste a veces, y la gente es cerrada. Pero hay mucho que hacer, está lleno de gente joven fantástica. Hay mucho que enseñar y yo también quiero aprender de esa gente.

-¿Estás fotografiando?
-Sí, tengo un proyecto intercultural con las mujeres de la isla Huapi, al borde del lago Budi.

-¿Qué te atrajo de ellas?
-La risa. Son gente admirable, la más linda que he visto en estos últimos años. Porque tienen una capacidad para resistir la precariedad, la brutalidad y la violencia, con una alegría y claridad impresionantes.


País de dictadorzuelos

-¿Ayuda a la fotografía el agruparse en asociaciones o gremios?
-Hoy hay mucha dificultad para agruparse. Hemos llegado a tal individualismo en el mundo y a una guerra económica tan salvaje, que hay una especie de cosa terrorífica, de la necesidad de agruparse, pero también el individuo tiene un peso terrible. Yo creo que es muy necesario agruparse, pero no engrupirse. Y hay grupos y grupos. En eso yo soy fiera, o sea no quiero entrar a cualquier sociedad de fotografía, porque ya pertenecí a la AFI y he visto demasiados grupos. Creo en la colectividad, pero también creo en la individualidad dentro de ella, y en el respeto. Los grupos tienen que crecer, pero no para el poder de algunos ni para que unos se pongan a la sombra de otros.

-¿Cómo fotografiar esto que sucede ahora, esta realidad que se asemeja a la nada?
-¡Es que esto es infotografiable! (risas) Hay que meterse en las altas esferas. A mí lo que más me gustaría es meterme en lugares increíbles y fotografiarlos, pero ¿qué acceso tengo?. Y no es que nadie haya fotografiado a la clase alta. Hay un trabajo muy interesante de Lucho Weinstein. No sé si tiró la esponja o cambió de vida, pero al parecer no lo terminó. Recuerdo unas fotos muy bellas y muy expresivas de una especie de decadencia muy chilena. Pero sólo vi tres o cuatro fotos, que eran como una cita a William Klein. El tema del sujeto fotográfico es eterno, podemos fotografiarlo todo pero también es importante que la fotografía tenga un espacio lo más democrático posible. Ese es el ejercicio que tenemos que aprender; la democracia y la tolerancia, porque este país está lleno de dictadorzuelos... y matones intelectuales, y arribistas, y gente que llega diciendo ‘aquí estoy yo, soy el mejor’. Viniendo de Europa te puedo contar que ahí tu levantas una piedra y salen cien fotógrafos diez veces superiores al mejor. Y superiores en todo, gente que tiene escuela, medios, que rompe 20 fotos fantásticas y las tira a la basura mientras tu exclamas ‘¡dios mío, señor! Y yo ‘dónde me meto, dónde quepo’. Vuelves aquí y te das cuenta que hay algunos que quieren ser EL FOTÓGRAFO, único y nadie más. Entonces es terrible, muy ridículo. Es como volver al kindergarten y yo no quiero volver al colegio…
-¿Por qué no sugerir, para no fotografiar lo obvio?
-La imagen es también algo interior, eso es muy importante. La imagen es lo que queda de uno, es como un guiño. Si me preguntan ¿por qué hago fotos? Yo no hago fotos, la foto me capta. Yo no creo en eso de ‘oye pasa algo allá, vamos a tomar fotos’. La cosa de los eventos. Para algunos es muy interesante lo de Spencer Tunick, desnudarse en la calle... Pero también la parte espectacular del asunto es poco interesante, le quita fuerza y aparece como un trabajo ‘consumista’. Vamos a ver qué queda de eso más adelante. Lo que es interesante es meterse en una vena y hacerlo. Uno no sabe lo que hace mientras lo hace. Hoppe no lo supo en su momento. Es cierto que en tiempos de adversidad se crea quizás más, pero no por eso vamos a desear que la adversidad se nos venga encima. ¿No nos pasa nada a nosotros? ¿Qué me pasa a mí, con esta nada misma? ¿No se puede fotografiar? Por supuesto que sí, pero todavía el lenguaje se está gestando. Y siempre pasa algo, y esa nada, ese vacío que uno siente, es también algo... El cómo se acerca uno a eso (que no es un evento ni un espectáculo) es lo importante.

-¿Qué opinas de las clasificaciones “fotografía chilena” y “fotografía latinoamericana”?
-Quizá porque nuestro país es muy chiquitito, hay una necesidad muy grande de estar siempre refiriéndose a “lo chileno”. No he sentido eso en otras partes. En Europa nunca sientes eso de “¿tú eres chileno, francés, tú eres checoeslovaco, suizo?” Nadie es de ninguna parte y todo el mundo es de todas partes. Y la fotografía sobrepasa fronteras, da lo mismo... Cuando miras la fotografía de Koudelka, que es checho, tú no sabes dónde fue tomada, es su ojo nomás, y no la valoras por ser checa. Lo mismo los reporteros. Depardon, francés, saca fotos en Irak y en todos lados. Es su ojo, esa foto no es ni más ni menos francesa. Esa necesidad que tiene Chile de anteponer su nombre en todas partes y en cada cosa que se hace, es una enfermedad.

-¿El lugar donde naces, tu cultura, no influye en cómo ves?
-Es que no hay una cultura chilena, no creo en eso. Porque entonces habría una cultura del norte de Chile, otra del sur... Creo que hay una especie de exceso de chilenidad o de deseo de identidad, pero un tipo como Arrau, por ejemplo, puede que sea chileno, pero sobre todo toca el piano, nació en Chile y toca a lo mejor el descueve a Bethoven, pero si hubiese nacido en Uruguay o en Tumbuctú habría hecho la misma cosa, no hay una chilenidad en esa tocatela de teclas... Ahora, un ojo como el de la Paz Errázuriz... ¿En qué está lo chileno de su fotografía? Su ojo es sensacional, quizás en cualquier otra parte le habría costado identificarse, pero lo interesante es la foto, y no lo chileno, sino lo que transmite, y eso es universal. Al mirar una foto de Paz Errázuriz no puedes saber instantáneamente si fue tomada en Chile. Me parece que es importante destacarlo, es una de las cosas que más me molesta de este país: A cualquier cosa que hagas hay que ponerle Chile o terminar con Chile y cantar la canción nacional... Estos mismos que se empelotaron para Tunick, ¡todos cantaron la canción nacional! ¿Por qué no cantaron otra cosa? Ningún francés se empelotó y salió con ‘Allons enfants de la patrie...’ Jamás, prefieren cantar un reggae. A mí me perturba tanto nacionalismo. No hay necesidad de definir la foto por su nacionalidad. Y otra cosa, ayer leía un artículo de un señor muy importante, que escribe mucho sobre fotografía, y dice “lo femenino...” Si estoy mirando una foto, no puedo saber si la hizo un hombre o una mujer. El ojo es ante todo ‘humano’. Hay fotos de niños o de gente muy vieja, incluso de gente ciega que son extraordinarias... Ciertamente que la diferencia cultural hace la riqueza, somos diferentes, es distinto ser sudafricano o mapuche que ser eslavo o vivir en Siberia, eso no cabe duda, pero no es esencialmente distinto. La identidad se forja a lo largo de la vida. Lo importante de un escritor como Coloane no es que sea chilote o chileno, sino que le dio una dimensión universal a la Patagonia. Lo importante de Sebastián Salgado no es que haya nacido en Brasil, sino su obra fotográfica a lo largo de todo el mundo.

-¿Y la identidad según tu origen social...?
-Elegí irme fuera de Chile, nadie me echó. Siempre me sentí ahogada aquí, y desde chica tenía ganas de irme fuera, a cualquier parte, y me encantó afuera y sufrí también. Hoy puedo ser del Tercer mundo incluso viviendo en el Primer mundo… En Francia se habla hasta del Cuarto mundo, es todo una cosa económica al final. Puedes ser del Tercer mundo sin haber salido nunca de París, y ser del Primer mundo sin haberte movido de acá. Esta es una guerra económica establecida, y aquí nos vamos a batir, y los hijos de nuestros hijos... Es distinto ser un negro con 10 millones de dólares en el bolsillo, a ser un negro que barre la calle y aparece en una foto de Salgado. Es distinto ser un chileno que gana cuatro millones cuando pestañea, a ser un chileno que gana cuarenta mil pesos al mes para mantener una familia. Y ¿es ser tan chileno lo uno como lo otro? Yo me identifico con la gente común y corriente de cualquier parte del mundo.

* Entrevista publicada en Octubre de 2002, en la revista Plus+Gráfica

20020815

JUAN DOMINGO MARINELLO: “No es un descubrimiento el de Pedro Meyer”



por Cristián Labarca Bravo

Como dijo Arturo Navarro en su discurso inaugural de la exposición "Fotodigrafías de Identidad": Juan Domingo Marinello ya estaba... Ya estaba, cuando la mayoría de los fotógrafos que actualmente ‘poseen un nombre’ iniciaban su carrera; Ya estaba, cuando muchos periodistas a cargo de secciones en importantes medios de prensa nacionales, llegaron a su primera clase de fotografía en la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica, institución en la que lleva más de dos décadas enseñando. Convengamos: Marinello siempre ha estado. Y lo curioso es que apenas bordea los 55 años.

Pero, si es así... ¿Por qué es tan poco conocido fuera de los muros que, lamentablemente, marginan a este pueblo chico que es la fotografía en Chile? Bueno, bueno... Los ‘famosos’, es cierto, aquellos que han sabido sacarle el jugo al manual básico de marketing o al look televisivo con que vinieron al mundo, son los menos, por eso brillan, aunque en ocasiones sólo sea con el efímero resplandor del fuego de artificio. Marinello les lleva distancia, pero en su época de juventud, la fotografía -como medio de expresión, no como adorno del texto- ni siquiera tenía espacio en los medios de prensa escrita. Por eso siempre parece tan necesario volver a desplegar parte de su vasto curriculum, y decir que después de estudiar Arte y Periodismo en la Universidad Católica (1966-1974) y especializarse en Alemania (1974-1975), fue socio fundador de la Asociación de Fotógrafos Independientes (AFI-Chile) y más tarde Jefe de Fotografía de Taller Uno (Cochrane Internacional), desde 1984 a 1992; Agregar a ello su labor como Reportero Gráfico en diversos medios, tales como la "Revista del Domingo" de El Mercurio y la Revista "EVA" ( ZIG - ZAG), como Fotógrafo corresponsal de "STERN" y Ameuropress, o como Editor Gráfico de las revistas "Creces" (1981 - 1984) y "Donde Vivir" (1981 - 1982). O puntualizar, finalmente, que el broche de oro no fue prendido en su solapa cuando, en 1996, recibió la distinción "Ansel Adams", otorgada a la trayectoria profesional... Marinello dejó a un lado los laureles y publicó "La Ciudad que Muere" (Ed. Mil Hojas, 1999), título que se sumó a los ya clásicos "Fundamentos Prácticos de fotografía" (1978), "La aventura de Ver" (1983) e "Iniciación a la Fotografía Profesional" (1993), de la Editorial Teleduc; a la Serie "Geografía Poética de Chile" (Ed. Antártica, desde 1989 a la fecha) e "Inventario de una Arquitectura" (Ed. Lord Cochrane, 1982) donde trabajó junto con Cristian Boza y Hernán Duval, además de un primer y segundo "Anuario Fotográfico Chileno" (Ed. Puliwen-Antu, 1981 - 1982), junto a Ricardo Astorga y Paz Errázuriz.

Juan Domingo Marinello.

Pero ¡qué desaire! ¿Quién dice que no son éstos, también, los tiempos de Marinello? ¿No lo demuestra acaso "Fotodigrafías de Identidad", exposición que también acompañó de una nueva publicación? ¿No quisieron algunos ver en su autor al Pedro Meyer chileno? ¿Cuántos más jóvenes que Marinello siguen ‘pegados’ en la rutina, creyendo que experimentar en nuevas formas de un mismo lenguaje pasa por añejos y repetidos juegos de laboratorio?...

Pero vamos con calma, que es aquí donde se enfrentan las opiniones. Intentemos dar respuesta, o dejar que el propio Marinello lo haga, a estas preguntas. ¿Dónde se abre la polémica? Muchos alabaron su trabajo. Muchos reconocen su innegable aporte a la fotografía, aunque otros, más cautos o envidiosos, limiten éste al área de la pedagogía. No pocos critican que lo mostrado en la nueva sala del Centro Cultural Estación Mapocho es sólo la depuración -¿final?- de una técnica, la explotación con oficio de un programa computacional sobre -eso sí- interesantes fotografías analógicas captas por el mismo Marinello. Y se preguntan: ¿Dónde está el aporte a la fotografía chilena? ¿No viene el fotógrafo mexicano Pedro Meyer haciendo lo mismo hace más de una década? ¿Qué nuevo paso dio el autor en el lenguaje, en la imaginería, en el discurso... etc., etc., etc. Y más importante aún: ¿Cuál es el límite del software? ¿El que ponen las grandes transnacionales que los fabrican? Si es así ¿Son ellos los que nos dicen hasta donde puede llegar el arte, en este caso digital? ¿Transgredió por alguna fisura, Juan Domingo Marinello, este límite? Es Arlindo Machado quien se cuestiona: "¿En qué nivel de competencia tecnológica debe operar un artista que pretende realizar una intervención verdaderamente original: Apenas como usuario de productos colocados en el mercado por la industria de la electrónica; O como ingeniero o programador, de modo de poder construir las máquinas y los programas necesarios para dar forma a sus ideas estéticas; O tal vez debe operar en el plano de la negatividad, como alguien que rehúsa hacer una utilización legitimadora de la tecnología?

La teoría no es nueva. En "Filosofía de la Caja Negra", Vilém Flusser critica a aquellos que sólo están fuera de las máquinas y los programas, y no pueden "escribir" el "interior" de la Caja Negra. De acuerdo con Flusser, Machado explica que las imágenes técnicas (fotografías, hologramas, video secuencias, gráfica de computadora) son productos de conceptos científicos materializados en el software o el hardware. "Si el artista -dice- no es lo suficientemente diestro para interferir dentro del oculto secreto de los dispositivos y programas, no hará otra cosa que repetir el proceso codificado ya programado en el comportamiento de la máquina".



¿Un cambio que nada cambia?
"Yo creo que eso en la fotografía ha sido un continuo -responde Juan Domingo Marinello. Las primeras cámaras se las fabricaron los fotógrafos. Incluso en Chile, si bien los lentes se compraban en Inglaterra, había una fábrica del armazón de madera. Pero desde que apareció la Kodak, comienzan a darte la cámara hecha y de alguna manera te obligan a entrar en una situación, parecida a la que plantea Flusser para las nuevas tecnologías. Ello, sin hablar del papel fotográfico que te condiciona a un cierto número de grises con los que puedes jugar, y a tu dinero y a que, dependiendo el país, lo puedas adquirir o no. Entonces, pienso que las herramientas no son inocentes, porque te limitan, pero son como las canchas de fútbol, o sea: Puedes jugar mejor, bien o peor. Ahora, cuando las nuevas tecnologías mejoran, hay un problema conceptual; que rompen los bordes de la profesión, o sea, uno se fabrica un corral para estar seguro dentro una profesión que domina y ‘qué lata que lleguen cosas nuevas’, porque pierdes (desde el punto de vista más bien profesional que conceptual, aunque también conceptual) la seguridad en lo que sabes. Uno tiene mucho terror a que lo que sabe, a lo que ha dedicado su vida, desaparezca o pierda su utilidad. Existe incluso el reconvertir para seguir manteniendo. Creo que la aseveración de Flusser le da demasiada importancia a la tecnología, y el problema ha sido siempre inherente a ella, nada más que ahora se nota muchísimo porque los avances tienen una velocidad inhumana, que te pone frente a otra cosa nueva y otra y otra".

No ha sido breve el camino que Marinello ha andado por la reflexión ante este tema. Ya en 1994, a través de sus artículos en los Cuadernos de Información de la UC, el periodista nos hablaba de ética y manipulación digital, de la agencia Corbis y de cómo Bill Gates se convirtió en propietario de nuestra memoria visual. Y cuando hace ya cinco años, en el marco del seminario "Fotografía y Sociedad", realizado en el desaparecido Centro de Difusión y Estudios de la Fotografía, Marinello participó en la mesa ‘Fotografía y Nuevas Tecnologías’ (junto a Miguel Ángel Larrea, Sergio Marras y Francisco Veloso), señaló: "Las imágenes verdaderamente virtuales son las que parten de otro sistema llamado vectorizado, son imágenes que ocupan ciertos programas, que te hacen, por así decirlo, unos tramados que uno cubre con texturas, con pieles brillantes. Esos son los mundos llamados propiamente virtuales, mundos donde la gente no existe, donde no partes de una imagen fotográfica, porque a ésta tú la puedes transformar. Básicamente los mundos virtuales, que es una pureza lingüística, son mundos que no preexistían. Se intentó durante mucho tiempo crear una cara absolutamente virtual, por ahí se hizo famoso un personaje rubio que era creado por completo de forma virtual, o sea, que no existía ni su nariz... La acepción de mundo virtual tendrá muchas connotaciones, de hecho una pintura es un mundo virtual. No existe. Creo que lo principal es el problema de quién lee, que yo me entere o no que es un mundo virtual. Me engañen o no. Leo correctamente o no. Como decir ‘esta foto es realidad’, y resulta que la saqué de una película. Y la lectura cambia. Si el autor te dice que es real, tú le crees".

"Yo creo que, así como la ópera -por colocar un anacronismo musical- sigue siendo válida, la fotografía documental o el lenguaje de la fotografía del ‘momento decisivo’, del tiempo, del espacio, o del documento subjetivo -porque la fotografía no es en ningún caso realidad-, esa subjetividad que tiene el fotógrafo, de la distancia, del lente, de la luz, seguirá siendo mágico. Para mí, en ese sentido, siguen siendo mágicas las fotos de Atget o de Cartier - Bresson. Pero tampoco es nuevo, ya el surrealismo, ya Man Ray acumuló memorias propias. Es decir, en el sentido de crear mundos virtuales, no creo que sea algo nuevo. Man Ray tiene una memoria añadida mucho antes que Pedro Meyer. No es, para mí, un descubrimiento el de Meyer. Lo que pasa, lo asombroso, es que ahora la facilidad está en las manos de todos. Ese es otro problema".

Es aquí donde Marinello, aprovechándose de esta nueva posibilidad, comienza a dar curso a sus obsesiones. Pues sin poseer un ojo de fotoperiodista neto, infalible como el cazador y acompañado de la dosis de fortuna necesaria (para que por delante de su lente desfilen personajes y situaciones increíbles, al borde de lo onírico) las herramientas digitales se transforman para el académico y no pocos fotógrafos -no por esto menos creativos- en la solución. Y para quien, como Marinello, ha dedicado parte importante de su recorrido a las calles olvidadas, al edificio que desaparece, al rincón nostálgico, repleto de susurros y fantasmas que, desde el ayer, parecieran guiñarle un ojo frente al espejo, fue como si todos los mundos que jamás pudo frecuentar, golpearan de pronto y a raudales, a la puerta de su oficina en la UC: "¡El hecho de poder acumular mis memorias en un rectángulo fotográfico!... Antes, con el Day Transfer, se hacía cosas maravillosas, caballos con seis patas, cohetes llegando a la Luna, todo con una propiedad fotográfica tal cual la hace hoy el computador. Lo que pasa es que hacer Day Transfer era de una artesanía exquisita, y había poca gente que ganaba muy buen dinero haciéndolo en Estados Unidos. Creo que la acumulación o las nuevas tecnologías no han producido tantos documentos como para darle a la gente la filosofía, una reflexión. Tenemos que tener en cuenta que la reflexión filosófica de la fotografía, por parte del padre del ensayo fotográfico, Walter Benjamin, se hace en la década del ’20 o del ’30. Antes eran aproximaciones, porque ya había una acumulación suficiente para hacerlo. Si el fotógrafo se halla ‘acorralado por la realidad’, y no depende del momento y del espacio, puede surgir otra cosa, pero no podrá ser leída como fotografía, tiene que ser leída como memoria acumulada y ser medida casi como lo es la pintura conceptual. Estas herramientas no cambian el lenguaje fotográfico, y el que no lo quiere cambiar no tiene por qué cambiarlo".



La fotodigrafía y los fantasmas
"Probablemente, si yo hubiera estado jubilado habría seguido haciendo fotos analógicas -asegura Marinello. A mí, toda la cosa conceptual que involucra esto no me llegó de manera tan directa como el que innatamente es un autor fotográfico. Yo no lo soy, yo viví de la fotografía vendiendo, aún soy del tipo de fotógrafo que para en la carretera para sacar una vaca por si se puede vender para una memoria. Tal vez, incluso, a lo largo de mi vida he tomado con más énfasis e interés la pedagogía, que me parece más vocacional. La autoría fotográfica ha sido más accidental, en el sentido de hacer un librito personal, con motivos muy particulares... Soy separado y quería dejarle a los niños un librito. Me tentó mucho lo digital, hacer veinte o treinta libros y dejarlos circulando a nivel álbum familiar. Cuando fui a la imprenta a ver cuánto me salían los veinte libros, el tipo de la impresora se entusiasmó, se convirtió en editor y salió esto de ‘La ciudad que muere’. Porque en el fondo uno se traga la fórmula hollywoodense de que algún día los niños te van a preguntar cosas importantes y tú vas a tener una gran conversación con ellos, como en las películas, o vas a estar a la orilla de un lago hablándoles de la vida. Como esto no pasaba vacación a vacación, cuando me los llevaba, y como además me daba plancha... Así nació el libro. Y disfruté un poco de esta sensación más colectiva que lo primario. Tampoco me hizo pensarme como autor. Yo no te podría hablar con la propiedad de un Lucho Poirot o una Paz Errázuriz o el mismo Oscar Wittke, que son tozudamente autores, sacrificando muchas veces las parte económica -no negándola-, sino que ellos hacen su trabajo y lo venden después. Yo hago esta distinción, que no es sentirse ni menos ni más, sino que es real. Yo me embarco en proyectos, normalmente son editoriales, que tienen funciones y destinatarios y son, hasta cierto punto, ideológicos".

-Aún así, la prensa le dio gran cobertura a la muestra...
-Esta segunda exposición nace de muchos ejercicios hechos para aprender Photoshop. Creo que toda la fotografía tiene una tienda y una trastienda. Cuando expones, y más aún en un país como el nuestro, pasas a estar en cierto plano de la prensa. Después de haber hecho durante muchos años clases en Periodismo, creo que haber aparecido en la prensa tiene mucho que ver con el afecto -o la medición del afecto- de mis ex alumnos... lo cual, también, a uno lo hace dudar y buscar más el refuerzo anónimo que felizmente he tenido. Gente a la que no conozco y le ha llegado mi trabajo.

"Aún así, probablemente ésta sea una muestra más light -en el sentido de una cierta liviandad que podemos apreciar hoy en la cultura- que la próxima muestra que se realizará en la Estación Mapocho, de Jorge Aceituno. Es más colorida... aparentemente, porque para mí si tienen una profundidad final en el sentido de encontrar los propios fantasmas. Pero en el fondo, siento que por primera vez, haciendo estas cosas, me empecé a entretener. Y como culturalmente, por este sesgo de catolicismo español, entendemos que no podemos ser felices y por lo tanto debemos trabajar en cosas duras, para ganarnos la plata (el pecado original) como que todo debe ser terrible. Soy católico, no practicante, respeto pero tengo mis diferencias con la iglesia, y me encantaría que se les propusiera a los católicos el deber de ser felices. Pero parece ser una idea algo subversiva".

-¿De dónde salen estos fantasmas?
- Muchas de estas imágenes fueron hechas por venganza de ciertas fotos que, o les sobraba o les faltaba algo. Esta cosa que era tan difícil, salvo vía Day Transfer, de sacar un cable o arreglar la perspectiva. Mas tarde pensé que hay muchas fotos que parecen verdad pero son mentira, y me dio una vergüenza atroz. Pero es válido -así como un autor literario- hacer un mundo interior testimonial, pero con la advertencia al espectador de que está en ese nivel y no en el del mundo de la realidad. Por eso el nombre fotodigrafías. E insisto, si bien eran ejercicios, me entretenía mucho porque eran mis fantasmas, que nacen de cosas muy simples, de perspectivas o cuentos. Tenía, por ejemplo, una ventana de tren. Como muchos jóvenes, cuando yo era cabro soñaba que viajaba en tren y me iba a tocar una niña espectacular al lado y a la altura de Linares ya íbamos a ir pololeando. Bueno, nunca me pasó. Siempre era una señora buena persona que me convidaba un quequito... Esto te permite vengarte de eso. Pones una niña que... tiene que ver con otra cosa, con que a falta de poder coleccionar cámaras, por lo costoso, comencé a comprar fotos. Gente anónima que me atraía, niñas buenas mozas, un tipo con un bigote especial, que tenían un aire familiar o por alguna razón era el juego de rescatarlas del olvido. Ahí empezaron los fantasmas. Me hubiera gustado viajar con esta niña en tren. Y me entretuve haciendo mis propios fantasmas y, como te dije, yo no había entendido nunca que las cosas que a uno lo entretienen son las más sinceras finalmente... Sin perjuicio de que hay quince fotos más donde volví a trabajar editorialmente, a pedido, para completar la muestra.

-Ante las comparaciones con Meyer, se ha dicho que tus imágenes son un ejercicio que el mexicano desarrolló hace casi diez años...
- No, tiene sus diferencias. La problemática es de un documental interior, en el sentido de validar las situaciones fotográficas. Si te fijas, a diferencia de Pedro, esto es tan antiguo como el collage, no hay nada nuevo en el montaje digital. Las herramientas se usan, pero no son el centro del asunto. Los fotógrafos estamos acorralados por la realidad, por lo tanto estamos obligados a testimoniar con la cámara un espacio y tiempo simultáneo. Esto -que no lo pensé al hacerlo y también es válido así - valida un documental interior en que espacio y tiempo diferentes son unidos a través del arte y la vida del fotógrafo. He ahí donde puedes hacer aparecer personas donde nunca pasó nada. Puedo validar personas que vi en una ventana y trasladarlas a otras, pero dentro de la óptica fotográfica. Porque ese nivel de lectura sigue siendo fotográfico y no plástico. Lo que presentó Meyer, en Venezuela, eran estructuras más bien plásticas, donde no existían perspectivas fotográficas. Yo intenté conservar cierta perspectiva entre las personas, según el lente fotográfico. Probablemente esa sería la única pequeña novedad, pero también el validar estos viajes interiores dentro del archivo, y mezclar dos o tres fotos, no en el sentido de ponerle nubes al cielo, sino en el sentido más personal. Validar un documental interior, dándole rango de documental. Porque es juntar dos imágenes sacadas en distinto tiempo, fotográficamente y que ojalá no pierdan su naturaleza al volver a juntarse. Entonces pueden ser espacios diferentes y tiempos diferentes. Es revertir el tiempo, es como la alucinación, la sacas de adentro y sensibilizas la retina desde el cerebro, y no desde el estímulo exterior.

"Más que a Flusser, me adscribo a Saint - Exupery en la cosa de la máquina, cuando en ‘Vuelo Nocturno’ habla de los inventos y ponía como ejemplo el avión. Cuando el avión fue, toda la gente miraba el avión y discutía como volaba y como funcionaba, pero el para qué fue muy posterior. Recién hacia el año ‘13 comienza el correo, el transporte de pasajeros... Creo que los inventos, si bien son limitados en su propia estructura, es en la aplicabilidad donde está la creatividad, por más que sea una Caja Negra. La foto digital es tal vez incluso más simple que el funcionamiento de la película, no es una Caja Negra. Si te metes un poco más a través de aplicaciones sencillas, puedes diseñar filtros, con SKF. Yo no soy ningún programador, pero soy capaz, en ese sentido, de programar fractales a mi pinta. Así surgirán aquellos que le darán una aplicabilidad insospechada. Normalmente los inventores ni saben a donde irán a parar sus inventos. El que inventó el teléfono lo hizo para escuchar ópera en su casa, no sospechó que hoy sea la base de Internet, menos los celulares. Creo que hoy el incentivo es no a seguir pegando fotos, si no a seguir buscando bordes de expansión para estas herramientas.

(Entrevista publicada en la revista de comunicación Plus+Gráfica, nº16, agosto 2002)