19990115
CARTAGENA. Por MAGLIO PEREZ.
CALLES SIN PAVIMENTAR*
© Cristián Labarca Bravo. © All rights reserved.
“Los que viajan mucho, sabiendo para qué viajan, valen más que los sedentarios...”, escribió Arturo Capdevilla en su libro Los hijos del Sol. Bajo este juicio, tajante como discutible, imaginé a Maglio Pérez, fotógrafo chileno que se prepara a transgredir el límite de las tres décadas de edad, en un primer encuentro con sus fotografías. Con el título: Identidades Descubiertas e inserto en un colectivo de fotógrafos, su trabajo documental acerca de Cartagena, sus habitantes, su historia, podían ser apreciados por medio de una ventana dispuesta en una galería de Santiago. A través de ella, como una metáfora de lo que el balneario fue o de lo que va quedando de él al concluir cada año un verano más, presenciamos el abandono, una mesa cubierta con los restos de un almuerzo frente al Pacífico, botellas de Coca - Cola vacías y limones exprimidos que aliñaron mariscos y pescado frito... y más latentes aún, la presencia punzante de quienes ya no están. Hombres, mujeres, niños tal vez, que respiraron y sintieron mirándose sobre esa mesa, o tal vez con la vista fija en el horizonte dibujado por las aguas salinas del mar... sus voces -y su silencio- quedaron plasmados en algo más tangible y concreto que el recuerdo del transeúnte que, de paso, pudo presenciar esta escena.
En el caso de este autor, la “nostalgia” por el pasado, por lo que desaparece, que invade desde inicios de la fotografía a muchos de sus adeptos, el interés por la identidad (¿nacional? ¿Latinoamericana?...) la atracción por lo que a vista y paciencia de todos muere irremediablemente, por aquellos lugares y sus gentes que cohabitan en mundos paralelos al nuestro (con frecuencia denominados “submundos”), no están ausentes. El paso desaforado de la modernidad por sobre nuestras ciudades y nuestras mentes, no deja indiferente al fotógrafo. Urbano por naturaleza, Maglio también cargó su cámara por los rincones de Santiago, la ciudad que lo cobija. Durante tres años retrató personajes de los cuales no tendríamos conocimiento de no ser por trabajos como el suyo. Entre los años 1992 y 1995 fotografió las peluquerías y los cines de barrio, el Cementerio de Playa Ancha, pequeños espacios de la calle San Diego y Cartagena ¿Por qué la inquietud obsesiva y cuál su utilidad? Nuevamente hoy, dos años más tarde de ese primer encuentro con Maglio Pérez y su obra, me vienen a la cabeza las palabras de Capdevilla: “El que vive en quietud se expone a ignorarse a sí mismo... El que camina, en cambio, suelta a andar con él sus ideas, las refresca, las ventila. Lo que era firme y arraigado se queda en su sitio; lo que estaba demás se lo lleva el viento”. Tal vez a modo de consuelo, aquellos pequeños mundos que el fotógrafo rescata para sí, permiten hoy que no acabemos ignorándonos por completo.
A diferencia de otros caminantes, célebres y renombrados, de un Martín Chambi con su cámara de cajón a cuestas por el altiplano, de un Antonio Quintana recorriendo Chile o un Manuel Álvarez Bravo en México, la mirada de Pérez es infinitamente más contemplativa. No acecha a la sombra como el cazador, pero sí busca pasar inadvertido. De ahí que el gran angular no encuadre composiciones con primerísimos primeros planos de gente intimidada por el lente. De ahí que dentro del reporterismo gráfico, su profesión remunerada, Maglio se desempeñe en revistas (Qué Pasa y anteriormente en Apsi) y no en diarios o agencias noticiosas.
Cansado del ruido y la neurosis capitalinos, del epicentro superpoblado, camina hacia la periferia topándose con los olvidados. Es la búsqueda de la calma y la sencillez con que éstos ven pasar el tiempo. Tiempo y espacio que Maglio reclama para sí. La libertad de acercarse y captar la atmósfera particular de cada espacio, sin influir en ella con su presencia. Pero, a pesar de este distanciamiento, el fotógrafo no logra desvincularse de la gente. En Cartagena es uno más de los peatones, deambula y sólo su cámara lo delatan al principio, pero pronto es uno más de los peculiares personajes que matizan el lugar. En esas ocasiones ha sido necesario que el fotógrafo se materialice. Sólo así pudo trabajar junto a don Nicacio o el famoso don Vicente “El Fígaro Nortino”, ante espejos, peinetas y rasuradoras, o retratar a don Lucho esperando el comienzo de una función más en el Cine Prat... lejos, muy lejos del Pop Corn y el THX sound de las modernas multisalas actuales.
Pero el concepto sigue siendo el mismo, pues todo se desmorona en torno a estas personas y sin embargo en sus ojos hay paz, “viven felices, no les importa el éxito, no les importa el dinero casi, no les importa nada de lo que en este mundo reina, es decir, es un pueblo aislado, una rareza, y vas encontrado cosas, pequeños cuadros que reflejaban un poco mi estado de ánimo en la ciudad”, explica el autor. Por esta razón el efectismo, la grandilocuencia, están ausentes en estas imágenes. Y por lo mismo el nombre de Maglio Pérez está tan ligado a Cartagena, ya que salvo el trabajo que Felipe Riobó realizara hace más de una década en el balneario, no se conoce otro ensayo de la magnitud y el vigor del de Pérez. Sus fotos no tienen cabida en suplementos turísticos. Éstos jamás se permitirían tanta sutileza. No hay "belleza” en un árbol escuálido y torcido que frente al mar se transforma en el estandarte de la ciudad, como el solitario y deteriorado mascarón de proa de un enorme barco otrora orgulloso de su atractivo.
El fotógrafo francés Robert Doisneau decía que la fotografía es cómo parar la vida para luchar contra la muerte, pero que ésta es una lucha perdida desde el principio. Nada más lejano a las ideas de Pérez, pienso. La verdadera lucha es y será siempre contra el olvido. La hebra con la que Pérez aporta a este tejido que es nuestra memoria, donde buena parte está constituida por kilómetros de film fotográfico, ha sido arrancada de la Muerte, o como dijera Roland Barthes, “son producidas por la Muerte, al querer conservar la vida. Vida/Muerte, la pose inicial separada del papel final tan sólo por un clic”. Vida y Muerte, Memoria y Olvido, indisolublemente unidos en la imagen.
Hace tres años que el fotógrafo no camina con su cámara por calle San Diego. Tampoco ha viajado al Cementerio de Playa Ancha ni a Puerto Montt o San Antonio. Siente que el documentalismo es una etapa de su vida que desea dejar atrás: “Los conceptos de fotografía en Chile son baratos. No veo profundización de nada. Pienso que la fotografía nacional se está quedando pegada en el documentalismo y que basándose en éste, se supone que se está haciendo algo en Chile”. Además, cada vez le es más difícil desarrollar un tema: “Los lugares ya los busqué, los encontré, y aunque posiblemente hay muchos más, ya no me interesa”, asegura. Estos lugares y sus fantasmas le sirvieron para plantearse una nueva idea de lo que quiere de la fotografía, un paso más hacia la “creación”. Saciado y agradecido del azar, aquél que estando en el lugar adecuado y a determinada hora permitió que el “momento preciso” se desarrollara frente a su lente, aspira hoy a la imagen en movimiento, al cine, pero más que nada, a controlar el proceso narrativo, “porque me interesa la perfección”, señala. “Quiero equivocarme hartas veces y frustrarme y darme cuenta que en realidad no soy nada y me falta mucho todavía...”
Para Maglio, la vida es muy corta y son muchas las cosas por hacer. Sin embargo, para Cartagena siempre habrá tiempo: “Hace dos semanas estuve ahí. Fue entretenido volver después de mucho tiempo y encontrarme con la ciudad y que me pasaran cosas nuevamente, o que me deprimiera. Fui con mi hijo, lo llevé a conocer el mar de Cartagena... Siempre va a haber alguna variación y siempre lo voy a retomar... Pero otro tema, no sé”. Si de pronto se hallara viviendo en una nueva ciudad, en otro país, tal vez Maglio volvería a sus caminatas, sentiría la necesidad de refrescar las ideas una vez más, “pues inconscientemente ahí se te hace necesario encontrar el lugar. Es necesario que el fotógrafo sepa dónde está parado. Y es mucho más que el lugar. Si vas a París y te quedas en el hotel mirando la Torre Eiffel o en el Sena, no encontrarás nada. Hay que caminar, recorrer...”
Sin lugar a dudas que el talento y la perseverancia de este fotógrafo, le permitirán desarrollarse frente a bifurcaciones y senderos paralelos al camino inicial. Pero este distanciamiento de las calles que ninguna autoridad se preocupa de pavimentar, no será definitivo. Pues sin duda su viaje por ellas aún no ha terminado.
(*Texto publicado en Revista Fotografías n° 10, enero-febrero de 1999)
© Cristián Labarca Bravo. © All rights reserved.
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