(I need encontrar my identity)
Locales y visitas, fotógrafos todos, han mirado a Chile y los chilenos. Tienen una opinión sobre el territorio y sus habitantes, la que muchas veces se manifiesta –escupiéndonos en pleno rostro- desde sus no siempre “lindas” imágenes. Retrato o postal que rechazan en la oficina de turismo: ningún gobierno la solicitaría para promover “imagen país”. Sin embargo, constituyen un valioso acervo patrimonial y expresivo: iconografía chilensis for export.
¿Existen los chilenos? La pregunta, por irrespetuosa, se gana al menos el beneficio a la duda... aunque sólo busca sembrar la incomodidad suficiente para que reflexionemos (una vez más y como no lo volveremos a hacer -no al menos con igual entusiasmo- hasta dentro de otros cien años), sobre la existencia de la anhelada y huidiza “identidad chilena”. El año del Bicentenario actualiza la interrogante y corrobora que conformamos un mosaico complejo, no podía ser de otra forma en un país de clima, geografía y culturas diversas. Pero el “dato” sólo complica las cosas y la urgencia por saber quiénes somos o al menos “cómo somos”, nos obliga a volver sobre el vestigio y la “prueba” que nos genera más confianza: nuestro reflejo frente al espejo, retrato históricamente construido -“a imagen y semejanza”- por la fotografía.
Al menos así lo creímos hasta bien avanzado el siglo XX. El documento fotográfico, la imagen técnica, se convirtió en útil prótesis de antropólogos. Los individuos podíamos “conocer” la realidad a través de las imágenes extraídas de ésta (fotografía: “el espejo con memoria”, se le definió; “una ventana al mundo”, se dijo más tarde), y de esta forma, quienes nunca vimos a un fueguino sobre su canoa, a un mapuche en su ruca, bien podríamos sentir que “revivíamos” esa experiencia, que nos aproximábamos ontológicamente, un paso más, a los pueblos originarios. Por ende: que al mirar fotografías de nuestros antepasados conocíamos un poco mejor Chile y a los “chilenos”.
Pero ya lo sabemos: “la fotografía no revela al mundo, lo traduce y en esta traducción se distancia inexorablemente de él, para acercarse a la interpretación que hace quien opera el aparato técnico de dicho mundo”. Así anota el docente del Instituto de Estética de la Universidad Católica, José Pablo Concha, en su libro “Más allá del referente, fotografía” (2004): “Ahora el distanciamiento que experimenta el hombre, respecto del mundo, se observa en la imposibilidad de la reproducción y comunicación de dicha experiencia”.
Así, este artículo que en su concepción pretende hablar de Chile y los chilenos, desde las fotografías existentes, sólo puede aspirar a hablar de ciertos chilenos: los fotógrafos que se han valido y utilizan hoy la fotografía, con Chile como pretexto. ¿Para qué? Para hablar de sí mismos (“Madame Bovary soy yo”)... a lo sumo, opinar de lo que ven. Es decir: ideología.
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“Joe Pino”
Bien lo explica Daniel Barraco: “A mí no me interesa tanto lo que fotografío, sino el sentido de qué son, en términos fotográfico / visuales, esas cosas. No me interesa tanto porque no creo que la fotografía esté en condiciones de hablar verdaderamente de ellas. Lo que sí persigo es emitir alguna opinión sobre lo fotografiado. Esa opinión será forzosamente la de las imágenes, también con sus grandes limitaciones. Una opinión sobre el paisaje, la gente, los animales, los niños... Pero lo que ellos en sí mismo son... la verdad no lo sé”.
Los acontecimientos no son independientes de quien toma la foto, la realidad siempre es intervenida por su presencia. Así sucede cuando Claudio Pérez va a Andacollo y documenta “Rito pagano después de la siesta” (Lom, 1995) y termina cargando a la chinita; cuando Antonio Quintana construye “El rostro de Chile” o cuando Sergio Larraín deambula ávido por las calles de Valparaíso, estableciendo vínculos que permitan entrar a determinados espacios sin alterar lo que se quiere documentar.
“Primero uno toma fotografías de la puerta para afuera”, dice Lincoyán Parada. “Luego vuelves con las fotos y te permiten fotografiar de la puerta hacia adentro. Se establece una relación, ‘de amistad’. Porque el mapuche siempre es mapuche y yo, aunque tenga los rasgos y la ascendencia... ellos son de allá y yo de acá. Hay que tener claro cuál es tu lugar”.
Cada uno desde su lugar, los lentes criollos han ido armando el que algunos quieren ver como el gran álbum de Chile, hecho por chilenos. Pero ¿qué y cómo fotografían? ¿qué es lo que les seduce del país en el que les tocó nacer? ¿es la búsqueda y/o construcción de una supuesta identidad, un acto metódico y consciente?
Lo más sano es descartar de entrada la denominación de origen. ¿Cuál es la fotografía chilena? ¿La que se practica dentro de nuestras fronteras, al margen del origen del fotógrafo? (la alemana Gertrudis de Moses, el español Elde Gelos...) ¿Aquella hecha por chilenos, aquí y en la quebrada del ají? (Larraín en Londres). Lorenzo Moscia, abogado italiano, devino fotógrafo hace poco más de una década, en Chile. Vive en Santiago y sus reportajes sobre Rapa Nui y Lota no tienen parangón entre los profesionales chilenos. ¿Qué impide que en Italia sea considerado parte de la fotografía italiana contemporánea?.
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Responde Leonora Vicuña: “quizá porque nuestro país es muy chiquitito, hay una necesidad muy grande de estar siempre refiriéndose a ‘lo chileno’ (...) Al mirar una foto de Paz Errázuriz no puedes saber instantáneamente si fue tomada en Chile. Es una de las cosas que más me molesta de este país: a cualquier cosa que hagas hay que ponerle Chile o terminar con Chile y cantar la canción nacional. Ciertamente que la diferencia cultural hace la riqueza, no es igual ser sudafricano o mapuche que ser eslavo o vivir en Siberia, pero tampoco es esencialmente distinto. La identidad se forja a lo largo de la vida. Lo importante de un escritor como Coloane no es que sea chilote o chileno, sino que le dio una dimensión universal a la Patagonia”.
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Chilenos en Chile busco
Si lo que importa entonces es lo que se fotografía –Chile, los chilenos- y el cómo, por sobre la nacionalidad de quien opera la cámara, ¿conseguimos posar para la foto con nuestras mejores “pilchas”, bien peinados y con afortunada sonrisa?
Recién retornado al país, proveniente de París, el año 2000 el fotógrafo Julio Donoso advertía: “No vamos a limitarnos a La Dehesa y Zapallar. Claro, está muy bonito Zapallar, pero no es el Chile que a mí me interesa. A mi me interesa el Chile de los chilenos”. Y... ¿cuál sería ese?. ¿Clasifico, Julio?
Otra: Diez años dice haber invertido el poeta Claudio Bertoni fotografiando mujeres en la calle. A fines de 2004 pudimos conocer ese material titulado “Chilenas”. Claro que la muestra se expuso en la encumbrada galería de arte Cecilia Palma, en la comuna de Vitacura, donde sin duda las chilenas a las que Donoso dice hacer el quite, pero vecinas del barrio y las inmediaciones de la sala, debieron sentirse algo lejanas (frente a un sucio espejo, digamos), ante esas mujeres del “Chile profundo” que son el deleite de Bertoni en su deambular en pleno centro de Santiago, en Estación Central, en el persa Biobío o en Concón. Es ahí donde están, según el vate-sátiro, las “chilenas” de Chile.
Un año después, Juan Diego Santa Cruz publicó “Chilean Beauty” con un objetivo claro: “que la gente vea estas fotos y se reconozca, y contribuir al cambio del ideal de belleza de los chilenos, totalmente marcado por lo anglosajón. Ojalá un día nos encontremos bonitos, porque encontrarse feos es una imbecilidad, feo comparado con qué, ¿no?”. Pero al mismo tiempo, el fotógrafo lamentaba: “varios de estos retratos los tomé en calle Isidora Goyenechea. Quise fotografiar al tipo ‘banquero millonario’, pero ese banquero millonario no se pasea por la calle y cuando lo hace no tiene tiempo para tu foto. Sí, me hubiera gustado fotografiar un par de personajes con pinta de gerentes”.
Tres momentos
“El Rostro de Chile” (1960), “Chile from within” (1989) y “El Artificio del Lente” (2000) son los tres grandes hitos colectivos de la fotografía nacional. “El Rostro de Chile” nació con un objetivo preciso: configurar un retrato gráfico de nuestro país, dando cuenta tanto de las distintas realidades geográficas como de la presencia de hombres y mujeres junto a sus actividades. Roberto Montandón, Domingo Ulloa, Mario Guillard, Fernando Ballet y Antonio Quintana, el gestor de la idea, fueron los responsables de esa empresa.
Quintana y su equipo pretendieron retratar, en el más convencional de los sentidos, ese inasible que es la identidad chilena. No cualquiera, sino la que les resultaba funcional para ciertos aspectos ideológicos de su momento, por ejemplo la incorporación del mundo marginal campesino e indígena. Sin embargo, esa estetización, bellamente lograda de las fotos, “impediría –según Concha- ver la condición periférica de estas minorías a las que, por el contrario, vemos dignificadas en exceso”.
En el otro extremo, “Chile from within” está compuesta por 75 fotografías en b/n que registran la dictadura militar de Augusto Pinochet, entre 1973 y 1988. Las imágenes pertenecen, entre otros, a fotógrafos de la talla de Paz Errázuriz, Álvaro Hoppe, Marcelo Montecino o Claudio Pérez, quienes ya en la década del ’80 comenzaron a cuestionar la objetividad del documento, en el primer apronte hacia la construcción consciente de esa subjetividad implícita en el lenguaje fotográfico. Se trata de Chile, el referente es evidente y la contingencia ineludible, “denunciar” es la palabra. Pero es Chile “desde adentro”, captado por los lentes locales (y no la prensa foránea) y desde el interior de cada fotógrafo.
Es así como “El Artificio del Lente”, en manos de Álvaro Hoppe, Héctor López, Javier Godoy y Claudio Pérez, es heredero y consecuente con esos primeros palos de ciegos, aunque de un grupo de “ciegos” con demasiada buena vista.
Y si “El Rostro...” es la referencialidad (la planificación de documentar Chile y su gente de norte a sur), en “El Artificio...” la imagen no es sino eso, un artificio, una construcción, en respuesta a una búsqueda de una mirada propia, interpretativa. Ahora la ideología que prevalece es estética, en cuanto al reconocimiento de las posibilidades del lenguaje fotográfico, y ya no política partidista. Pero, ¿de dónde emana esta libertad creativa? López recuerda que “la idea base era ver cómo miramos este país a finales del siglo XX”. Especialmente después de una dictadura. Sobre el perfil al que debían responder los ejecutores del proyecto, subraya: “fotógrafos documentalistas con opinión, con punto de vista”.
“La idea era evitar el cliché, el Chile típico. Documentar, por ejemplo, ciertas fiestas religiosas, pero de la manera más personal posible”, rememora Godoy. “Más que un cliché fotográfico, lo que evitamos es la configuración de país”, insiste López. “El país está ordenado en regiones, ciudades y pueblos, el pueblo es la plaza con edificios institucionales, donde el estado está representado, así como la iglesia. Eso no lo queríamos”.
Una de las carencias constantes en la fotografía documental chilena –ya lo apuntaba Santa Cruz- ha sido la resimbolización de la clase alta. La idea impacienta a López: “si me dices cuál fue la gran carencia de este Chile que miramos, pues que la clase alta una vez más no está representada. La historia de Chile está construida por la aristocracia y luego por la clase alta. Nosotros, el ‘perraje’, somos los que levantamos la cuestión, pero ellos son los que concibieron este país, entonces se ‘merecían’ estar. Esa fue nuestra falencia”.
© Rodrigo Gómez-Rovira. © All rights reserved.
Nobleza criolla
Hace menos de un año, Rodrigo Gómez publicó “Valparaíso Gráfico” (Midia, 2009). El fotógrafo vivió 22 años en Francia y regresó a Chile en 1996. Hoy recuerda: “viviendo en Europa nunca pensé venir a vivir a Chile para fotografiarlo. Pensé: ‘tengo que ir a Chile para conocer mi país. Soy chileno pero no conozco Chile’. La fotografía me ha permitido lograr este anhelo. No sólo me ha llevado por todo el país, sobre todo me ha permito tener una relación con él, tener una distancia, poder penetrar en su espesor; estar en la oficina del Presidente de la Republica y en la cocina de una familia anónima. En el fondo, cuando fotografío es un ir y venir entre mi persona y el mundo que tengo por delante: no tengo el proyecto de querer fotografiar Chile, creo mas bien que necesito entender qué estoy haciendo aquí y qué está pasando a mi alrededor. Mi intención no es generar una identidad, sí vivir, mirar, encontrar Chile. La identidad es una consecuencia, no un objetivo”.
-Cuando te solicitan de algún periódico europeo, buscan la solidez de un estilo y un discurso, el que a la larga construye una realidad: ¿Cómo es el Chile que ha construido Rodrigo Gómez?
-Un Chile desorientado, solitario, quebrado, en un entorno excepcional, donde fuera de la ciudad domina la naturaleza. Un Chile muy frágil. Estoy convencido de que el desarrollo de Chile se funda en cimientos inestables: la naturaleza, cuando se manifiesta, es una muy buena metáfora de eso.
-Describe una imagen de tu autoría, de Chile, que te parezca atractiva.
-Una imagen a color de la nueva Calama, la ciudad construida por Codelco para cerrar Chuquicamata. Es la fachada de una casa, en primer plano hay un árbol que se plantó ahí para tratar de humanizar el lugar. Pero el árbol está enfermo, caído, sobreviviendo a duras penas. Se hizo la ciudad y después se puso el árbol para adornar. Es una metáfora del hombre moderno que calculó, en su computadora funcionaba. El árbol no tuvo tiempo de crecer, y ya le están exigiendo que de sombra. Chile quiere bailar más rápido que la música.
¿Qué nos determina como chilenos?
-La relación entre los elementos de la naturaleza y las personas. Vivir en el desierto no es banal, como no lo es vivir de la pesca en Chiloé. Eso te hace diferente. El mar, la cordillera, el viento, le dan una cierta nobleza a las y los chilenos. Es cómo la potencia de la naturaleza esculpe la personalidad de la gente. Y si hablamos de la ciudad -Santiago (porque ahí vive la otra mitad de los chilenos)- veo un esfuerzo por avanzar, nada es fácil. Sin embargo existe lo latinoamericano, esa inocencia / inconciencia que permite vivir la vida. Mi fotografía es un punto de encuentro entre esa nobleza y mi deseo de entender lo que soy y lo que vivo.
En concordancia con Gómez, Héctor López agrega: “Chile conforma una personalidad particular dentro de Latinoamérica, que está súper matizada con cierta pedantería, arrogancia y complejo de inferioridad, todo un caldo de cultivo maravilloso para sociólogos. Tenemos cuatro tremendas fortalezas que nos definen: el desierto más seco del mundo, el Océano Pacífico (nada de pacífico), la Antártica y el macizo andino. Vivimos en el último país del mundo, rodeado naturalmente de esos monstruos. Un país aislado durante toda su historia. Y la idea de sobrevivir dentro de esos límites ha generado una personalidad donde al extranjero lo tratamos muy bien, le sobamos el lomo, pero lo pelamos cuando se va. Y pese a todo, Chile es un país que, de tarde en tarde, genera cosas como ‘el primer gobierno socialista que llega al poder por elecciones democráticas’; la dictadura, una de las más violentas del mundo, destronada por votación popular. O ahora, la presidenta saliente que se va con la aprobación más alta que ha tenido un gobernante en el mundo, luego su coalición pierde las elecciones y pasamos a un gobierno de derecha... es raro. No sé si al nivel de lo surreal, pero raro”.
© Javier Godoy. © All rights reserved.
El amigo, cuando es forastero
“Un amigo norteamericano me dio un buen dato, me recomendó Chile. Te va a encantar mucho el paisaje, el clima y las mujeres –me dijo-. Resultó absolutamente cierto. Llegué a Santiago, en agosto de 1951, con una pequeña maleta, un par de camisas, un par de zapatos y sin hablar castellano. Pero como hablaba inglés y alemán, me asocié al Instituto Chileno Norteamericano de Cultura. Así pude leer y conocer gente y fue ahí donde trabajé por primera vez como fotógrafo en el país”. El polaco Bob Borowicz no fue el primero ni será el último “fotógrafo gringo” en instalarse en Chile. Y como pocos, toda su vida se jactó de conocer Chile pueblo por pueblo, “mejor que todos lo chilenos, porque el chileno cuando tiene plata se va a París y cuando no tiene va al Casino de Viña, pero jamás viaja por su propio país”.
La lista es larga y convoca a profesionales de diversos puntos del globo, como Harry Olds, el estadounidense que fotografió Valparaíso en 1900. O Gertrudis de Moses, la judía alemana que, como Borowicz, debió arrancar de Europa y del nazismo. Una de sus fotografías, captada en los cerros de Chena, reúne, a juicio de algunos, todos los elementos típicos chilenos: La bandera, la pareja bailando cueca, el ciego y el “curaíto”. Juzgue usted: ¿la esencia de la chilenidad o mero pintoresquismo?
Y están Louis Stettner y su “Chile en el corazón” (Lom, 2001), Martin Parr (2009) intentando replicar su firma “irónica” al mirar nuestras playas o el judío francés Patrick Zachmann -como Parr, también de Magnum- que en 1998 fue enviado por la revista Marie Claire a retratar a las mujeres víctimas del régimen militar: “Encontré un país en que el estado de amnesia me asombró (...) Me encontré con víctimas y sus familias, con hijos e hijas de desaparecidos que fotografiaba reteniendo mis suspiros”. El fruto de este encuentro fueron cinco nuevas visitas a Chile, en 1999 y 2000, y la muestra "Chile, una memoria en camino" (2001).
Tras visitar Pisagua, Zachmann consignó: “una prisión que sirvió de campo de encierro y tortura, transformada en hotel. En las celdas llamadas ‘catacumbas’ se encuentra hoy un sauna, una sala de billar y de gimnasia”. Y luego: "de vuelta a Santiago fui al tristemente célebre Estadio Nacional. Nada insta al visitante al recuerdo; y pensé en Drancy, en el velódromo de París, donde durante mucho tiempo nada hacía recordar que allí fueron ‘concentrados’ los judíos detenidos por la policía francesa, antes de ser deportados. En Chile no ha habido justicia. Muchos son aún los que, por interés, acomodamiento o ignorancia, se satisfacen de la amnesia organizada o de las mentiras oficiales. Sin embargo, una memoria está en camino”.
Lorenzo Moscia es autor de un libro y un documental sobre Rapa Nui, como hasta ahora no se conocía. Vino por primera vez a Chile en 1997 y fijó residencia el 2001. Se casó con una cubana y pronto tendrá su tercer hijo. Aún no supera los 40 años y ha estado en las favelas de Río, junto a las tropas chilenas en Haití, en Lota, Armenia, Cuba, Tanzania, Japón... muchas veces sólo “para probarme, para demostrarme que podía hacerlo”. Y el resultado es atrayente, aunque no necesariamente “bello”.
© Lorenzo Moscia. © All rights reserved.
“No es buena idea mostrar la pobreza. Después de Lota (2003-2006) algunos me preguntaron por qué siempre muestro el lado B de Chile. ‘Bueno, págame y le tomo fotos a la piscina del Sheraton’, respondo. Yo no llegué a Chile buscando a Allende. A Lota llegué por contar una historia que, a mi juicio, no se había contado, el sufrimiento tras el cierre de la mina; en el caso del documental de Rapa Nui, mostrar cómo ha vivido esta gente desde que fueron anexados a Chile. A mí se me activan las neuronas con situaciones de dolor y sufrimiento como esas”.
Héctor López recuerda cómo él vivió una situación similar. Estando en Europa, “una chica francesa me pidió que le mostrara mi trabajo. En medio de eso, se quebró, se puso a llorar y se fue. Por supuesto la seguí hasta que me dijo: ‘tú eres el responsable de que yo nunca visite Chile’. Ahí tomé conciencia de que en mis fotos había cierta soledad, cierta tristeza, que no era esa la imagen del Chile que insita a visitarlo: exótico, lleno de tradiciones, de lindos paisajes... sino un país un poco más denso, duro, amargo quizás. En algún minuto me causó un conflicto, porque hay una parte de uno en la fotografía que haces”.
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Quien mejor que el argentino Daniel Barraco para constatarlo. El que para muchos es uno de los grandes maestros que ha pasado por nuestro territorio (acaba de volver a casa; Mendoza), antes de irse publicó su último libro en y sobre Chile: “Cartas de Valparaíso” (El amante universal, 2009), obra desarrollada entre 1990 y 2009. “Al salir de un ascensor me encuentro con esta fotografía –dice de la imagen que acompaña este texto. Casi instintivamente tomo la foto que saldrá con cierto desenfoque, empujado por los que vienen detrás mío y saliendo también del ascensor. Aires, vientos marinos de Melville, de Stevenson, de Selkirk, de mi amado siglo XIX me parece intuir en esta imagen”.
Elde Gelos, español avecindado en Chile hace 14 años, también escoge una fotografía de Valparaíso: “los argumentos son muy sencillos, aparte del grandioso mérito de algo que es Valparaíso y no tiene cerros ni ascensores: tiene levedad, y transmite un sentido de la existencia de los que en ella están, incluyendo al que mira, lúdico y precario, una necesidad de agarrar al vuelo algo que está pasando y que cuelga de un hilo, una manera de vivir en el borde, en un extremo, con conciencia gozosa de ello, y una presunción de fragilidad que identifico con lo que, al menos para mí, puede suponer ese concepto de nombre horroroso: la chilenidad. Y que me perdonen los copihues”.
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Gómez, sentado en un rincón, da un mordisco a su empanada y aviva la cueca: “Valparaíso es un lugar donde las cosas no están totalmente definidas y eso es interesante para la fotografía. Aquí hay identidad”.
Esa “identidad” no la ve Moscia sino en regiones. “Santiago es igual a Los Ángeles, Estados Unidos. En cambio Valdivia, Chiloé, son lo propio. Nunca vas a ver una polera que diga I love Santiago, pero I love Río -o Buenos Aires- te hace más sentido. Lo más rico de Chile son las etnias y, curiosamente, siempre han tendido a minimizarlas. Eso refleja cómo los chilenos viven la identidad. Ahora, incluso en Santiago puedes encontrar una pequeña Lota... en 10 de julio, Estación Central. La primera vez que fotografié una protesta, un 11 de septiembre de 1997, estábamos en medio de los gases lacrimógenos y de la nada aparece un tipo: “¡liiimón a 100, liiimón a 100!”
López corrobora: “carecemos de un trabajo documental sobre, por ejemplo, los mapuches”. Pero ahí está Luis Sergio, el peruano errante: “Me llamó mucho la atención la cultura mapuche. Sin embargo, nunca he visto un trabajo documental sobre ellos, sólo libros turísticos. ¿Qué me lleva, desde hace cuatro años, a hacer fotos de este pueblo? La convicción personal de que son gente llenos de sabiduría, además de interesarme su lucha por la recuperación de sus tierras”.
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“No tengo ningún interés en hacer una representación fiel o reconocible de Chile”, concluye Elde Gelos. “¿Quién soy yo para eso? Como autor me espanta ese concepto de la imagen país, aunque entiendo que puede tener alguna funcionalidad política. En cualquier caso, ese modelo de representación absoluta, que yo identifico con una suerte de realismo frío y colorido, está en las antípodas de lo que me interesa y siempre me produce mucha desconfianza. Sin embargo, me hago cargo que la sola mención de unos nombres geográficos, unos lugares identificables en este mapa, asociados a mis imágenes están, de alguna forma y en sus modestas proporciones, dando cuenta de un país y son referentes visuales para acercarse a el, pero el lugar desde el que hablo, que entiendo como el más verosímil, es sólo el de mi experiencia particular en intransferible aquí”.
(*Artículo solicitado por la revista Patrimonio Cultural, antes de la llegada al poder del hoy presidente de la República, Sebastián Piñera. No publicado).