20021015

PEDRO MEYER en Chile.

© Cristián Labarca Bravo. © All rights reserved.


Apocalipsis Meyer

(Para románticos iracundos y tecno embobados. De la fotografía analógica a la fotografía digital)

© Cristián Labarca Bravo. © All rights reserved.

A propósito de la visita de cuatro días que Pedro Meyer realizó a Santiago de Chile, de lo que de él esperábamos (o esperaban unos y otros) y del presente y futuro de la fotografía digital, conversamos con el mexicano en la siguiente entrevista.


Pedro Meyer en el Centro de Extensión de la Universidad Católica de Chile.
© Cristián Labarca Bravo. © All rights reserved.



La tentación del Ángel.
© Pedro Meyer © All rights reserved.

Digamos que el auditorio se dividió en aquellos que vieron en Pedro Meyer (1935) al Mesías de la tecnología digital (confundiéndolo con el experto de Kodak, Epson o Nikon) y aquellos que, conociendo su trabajo y la evolución de éste, concurrieron a la espera de su reflexión, de sus cuestionamientos y conclusiones, de su personal filosofía de la imagen fotográfica. Tal expectativa debió primar, incluso, por sobre el clásico enfrentamiento de opinión entre los que ya dan sus primeros pasos obturando una cámara digital, totalmente excitados y sorprendidos de sus propios resultados, y aquellos que se aferran a lo analógico, ya sea por opción creativa o empedernido romanticismo.

Sin embargo, hay que decirlo, el esperado debate nunca llegó. Como suele suceder por estos rincones del cono, los que aseguran tener algo que decir y aquellos con el deber ético de hacerlo (deber que les otorga el estar a la cabeza de gremios, escuelas y cátedras de fotografía o un par de párrafos en algún medio de comunicación), callaron... esperando la sombra de los pasillos, o peor aún, la partida de Meyer, para alzar la voz, insistir en la cuadratura del círculo o mascullar alguna idea ajena, aparentando originalidad. En síntesis, farreándose la venida de uno de los fotógrafos latinoamericanos más importantes de la fotografía contemporánea.

Pero Meyer no vino (no únicamente, por suerte) a mostrarnos los adelantos más recientes de la tecnología digital. Y los que con disimulo miraron el interior de su portafolio, comprobaron que éste no incluía libros de recetas milagrosas para los obsesos del pixel y el PhotoShop. Que “qué cámara me recomienda, de cuántos pixeles (y ¿qué son los pixeles?) o cuál impresora, qué escáner, qué marca de papel”... El cuestionario se veía venir, y llegó. Pese a todo, el mexicano (que fue invitado a una charla y un seminario de dos días organizado por la Sociedad Chilena de la Fotografía) habló, y harto, evidenciando ser dueño de un discurso sólido y coherente, lógico, convincente, bien documentado y provisto de respuestas, mil veces esgrimidas, a las mismas preguntas de siempre. No pocos creímos ver en él al peor de los dogmáticos... Y nos equivocamos.

Se reunió –como más de alguien advirtió- con quien no debía; No visitó las escuelas de fotografía ni vio los trabajos de las nuevas generaciones, no se concretó las charla con fotoperiodistas ni vio portafolios de quienes construyen la fotografía a diario, no como hobby de fin de semana sino con constancia y movidos por obsesiones impostergables. Pero incluso como respuesta a estas falencias organizativas, tuvo la frase exacta: “Si a quienes voy a ver no son los que están haciendo cosas, tanto mejor. Mejor para el proceso mismo, porque si otros ya lo están haciendo bien, pues yo no los puedo ayudar mucho. A quien puedo ayudar, a pensar de una manera diferente, es a quien no lo está haciendo bien. Y en la medida en que éstos se replanteen las cosas, entrarán en menos conflictos con los grupos que señalas. Así se da mejor la posibilidad de desarrollo colectivo, porque en vez de rechazarlos, se suman, y en vez de crear negaciones, se crean reconocimientos. A mí se me hace absurdo que, en vez de aplaudirle, le estén negando a Marinello (por su muestra Fotodigrafías de Identidad) los esfuerzos que está logrando. Si conseguimos cambiar un poco ese entorno, tal vez logren un avance”.

Unamos nuestras plegarias a la suya. Escuchadas sean.


Trabajadores migratorios mexicanos. carretera en California.
© Pedro Meyer © All rights reserved.


¿De qué hablamos cuando hablamos de fotografía?

¿Cuáles son, dónde están las normas que definen la naturaleza de una imagen fotográfica, para que ésta sea lo que su nombre indica y no otra cosa? ¿Dónde radica su esencia? ¿En los aparatos con la que fue captada y reproducida? ¿O es acaso el soporte donde será fijada el que la rige, su sello de garantía certificado ante notario? ¿Y la construcción de la imagen, la mentira inseparable de todo acto fotográfico... debe ejecutarse en la toma, en el laboratorio, en el computador? Finalmente: ¿Influyen las anécdotas que pueda narrar el fotógrafo sobre sus dificultades para obtener esta o tal imagen? ¿Es determinante el hecho de haber sido captada de la inasible “realidad”? ¿Debe ser resultado de la paciencia y del adiestramiento del ojo, atento como el cazador al “momento decisivo”, o fruto de la imaginación y el poder creativo del o la artista?...

Interrogantes como éstas reaparecieron con Pedro Meyer. Poco convencida, parte de la audiencia insistió en que lo que realmente caracteriza a la fotografía, otorgándole los laureles más elevados, se encuentra en la captura de un disparo, “el arte de lo instantáneo, el espejo de lo irrepetible” e incluso “el esfuerzo” y “la conquista”. De ahí emanaría la “magia”. Si una foto no fue capturada de la “realidad”, “eso no es fotografía, es intervención fotográfica, es otro idioma”. Por lo mismo, gran parte de su valor recaería en lo que me significó a mí como fotógrafo captar esta imagen, cuánto tiempo debí esperar a que los elementos se ordenaran frente al lente, hasta lograrse el anhelado “momento decisivo”. Sólo ahí, primando el talento y la rápida respuesta del ojo del cazador a la hora de obturar, podríamos hablar de “una gran fotografía”. Si no, se cuestionó un asistente, “¿Para qué National Geographic sigue gastando en viajes por el mundo, si todo está al alcance de la mano en el computador?”.

Una vez más, el mexicano debió reaccionar, pedagógicamente, ante la confusión. Mientras la mayoría se conformaba con hallar –y repetir- la fórmula del éxito, la tranquilidad del nicho (situémonos a principios de los años ´80), Meyer -que ya era “Pedro Meyer” y pudo, de haber querido, dormirse en los laureles- se arriesgó como punta de lanza de las nuevas tecnologías y nada menos que en un país como México, paradigma de la más clásica fotografía documental latinoamericana. Sucede que como hombre tras la cámara, nunca abandonó el periodismo ni la fotografía documental. Le bastó con comprender la formación de la imagen fotográfica como un proceso intelectual, una construcción que no depende de amuletos sino de la canalización –generalmente inconsciente- del cúmulo total de experiencias recogidas a lo largo de su desarrollo como ser humano. Por medio de una nueva herramienta, ahora podía documentar lo que antes se le vedaba; lo intangible, el mito.

Y una vez más, Meyer (que de Chile sabía más por su historia política, el libro Chile from within y la colección Mal de Ojo, de editorial LOM) aclaró: “Lo primero que es importante definir, es a qué le llamamos fotografía digital. Si lo entendemos claramente, la pregunta casi se contesta por sí sola. Una manera de definirla es diciendo lo que no es. No es un estilo. De igual forma que la fotografía basada en procesos químicos tampoco lo es. Con la fotografía analógica puedes hacer paisaje, desnudo, retrato o lo que te venga en gana. Con la fotografía digital puedes, también, hacer todo esto... más una serie de otras posibilidades. La pregunta es ¿por qué voy a hacer lo mismo que estaba haciendo antes, con otro proceso? La respuesta; porque puede ser más sencillo. Alguien que cruza de la fotografía analógica a la digital, y se queda haciendo lo mismo que en analógico, empieza a descubrir poco a poco las posibilidades que hay, y el siguiente paso es que comienza a usar estas herramientas para que el discurso estilístico que estaba empleando, vaya escalando dimensiones hacia otras latitudes. Todo esto requiere de educación, entrenamiento, recursos tecnológicos... una serie de pasos que en un momento dado tienen que ocurrir, pero no en un espacio finito. De manera paralela las tecnologías van cambiando, haciendo que lo que hago se vea nuevamente replanteado. Las tecnologías van a estar cambiando y cambiando... Qué sé yo, ni idea tengo de cuál es la etapa de maduración de estas tecnologías. Cada vez que alguien llega a pronosticar que ya no se puede hacer más con la velocidad de almacenamiento, de transmisión y la velocidad de las redes, a los seis meses alguien saca una tecnología que abre el horizonte otros treinta años. Puedes tener la absoluta certeza de que nada de lo que conocemos hoy, como herramientas, se parecerá a lo que se tendremos de aquí a treinta años. Sólo hace cinco nació el formato DVD, y en sólo cinco años desplazó al formato de video que llevaba veinte años... Nunca ha habido un cambio tecnológico de tal velocidad, en donde el VHS ya es historia. En un disco cabe el equivalente a 7 CD-ROOMS, y cuando comenzamos a usar el CD-ROOM éste equivalía a 72 disquetes”.

-¿Hacia donde vamos con tanta prisa? Algunos ya hacen un símil alarmista con el potente desarrollo de la humanidad y los actuales problemas demográficos, alimenticios...
-Es curioso que menciones eso de esta manera, porque suelen decirme ‘bueno, pero es que estas tecnologías son caras y la mayoría de la gente no tiene acceso a ellas...

-Es que sí lo tenemos, pues muy rápido bajan los costos...
-¡Exacto! Todos estos ejemplos que te doy son la demostración de un proceso de abaratamiento de los costos, lo que permite que se masifique su uso. Así como hoy el celular viene a resolver grandes problemas en sitios donde mucha gente no tenía teléfono, porque no llegaba a la comunidad donde estaban... El teléfono está transformando socialmente muchas cosas. Si te pones a reflexionar, los problemas que existen y a los que tu aludes, no son por tecnología. La tecnología es inerte. Puedes tomar un teléfono y decir estupideces o cosas muy sabias. El teléfono no tiene una ideología, sí la tienen los individuos que utilizan el teléfono.

-¿Y no tienen ideología las empresas (dirigidas por hombres) que crean las tecnologías y, en el caso de tu trabajo, los software computacionales?
-Ojo. La empresa que crea la tecnología, no. La empresa que la usa, en un caso u otro, puede ser favoreciendo o explotando a la población. Pero la tecnología per se no tiene carga ideológica.

-Insisto, si las tecnologías han afectado –para bien o para mal- nuestra forma de vivir y ver el mundo, ¿por qué no pensar que ya afectan al campo de la creación?
-Quisiera que separaras. Causa y efecto. No hagamos una pregunta que tienen en sí ya una carga ideológica, pues contamina todo lo demás que estamos hablando. Lo importante es no confundir a los lectores de esta entrevista, que no trascienda una visión que deforma la información. Aún con las mejores buenas intenciones, desinforma, en uno u otro sentido. Para mí, las tecnologías no tienen ideología. Nada nos asegura que estén siendo bien usadas. Si alguien adquiere una computadora y se pone a usar el PhotoShop, esto no asegura que sea un artista que hace buenas obras. La tecnología no es un seguro de vida contra algo, ni es una herramienta que resuelve por sí sola algo. Podemos tener herramientas con las que hacemos cosas maravillosas. Y cuando planteo esto te hablo a partir no de lo que me dijeron, sino de experiencias personales. No estoy adivinando, lo estoy viviendo. Y eso es lo que me anima a compartir con otros. Vivimos una época en donde hay mucha gente que escribe, comenta, y que en el fondo no sabe absolutamente nada de lo que está hablando. Yo recibo un boletín informativo que preparan en Estados Unidos, diariamente, sobre todo lo que se publica con referencia específicamente a Apple y Macintosh, y este individuo agarra uno por uno y reseña todos los artículos de lo que alguien dijo, y apunta: ‘Este escribió esto y no tiene ni idea de lo que está diciendo por esto y esto otro’. Y te das cuenta que el nivel de desinformación es asombroso, y estamos hablando ni siquiera de opiniones, sino de hechos, de estadísticas. ¿Por qué alguien puede darse el lujo de escribir boberías sin ninguna clase de respaldo a lo que dice? Porque hay espacio para ello. Precisamente por el ritmo y la velocidad de los cambios. Porque aquí podría estar sentado alguien haciéndome una referencia de lo que pueden o no hacer las cámaras digitales. Y sucede que se quedó hace seis meses y no sabe lo que pasó esta semana. ¡Y así es, en un tiempo tan breve cambia mucho! Entonces, uno tiene que tener la humildad de reconocer y de decir ‘bueno, Pedro me dijo que se podía decir esto, pero me lo dijo la semana pasada y debo actualizar la información’. En consecuencia, si comparamos esto con lo que ocurría en otros tiempos, alguien te podía decir: ‘Se revela así’. O podías haberlo estudiado en la Universidad, luego convertirte en maestro y quedarte 20 años transmitiendo lo mismo. Hoy, si alguien aprende sobre nuevas tecnologías y luego se pone a dar clases, pues ten por seguro que a los seis meses lo que está diciendo son tonterías.


Cancha de baloncesto. San Pablito. Puebla.
© Pedro Meyer © All rights reserved.


El proceso educativo

-Tú eres, en México y Latinoamérica, la cabeza visible trabajando el concepto digital en fotografía. En Chile, uno piensa en Juan Domingo Marinello o Francisco Veloso, pues el resto, pese a ocupar hoy una cámara digital, sigue haciendo el mismo tipo de fotografía que hace 20 años. Destacan las individualidades: El fotógrafo retratista, el o la especialista en desnudos, aquel que emulsiona sus propias telas... ¿En qué momento la fotografía digital entra en franca ruptura con la tradición y se convierte en aporte real a la fotografía mexicana?
-En México no es muy diferente. Y no lo es siquiera en otras partes del mundo. Cuando empecé a trabajar en esto, estaba en Estados Unidos, lo hacía de manera aislada, tratando de resolver los problemas conceptuales de lo que yo veía que estaba ocurriendo. Había creado el CD ROOM de Fotografío para Recordar y estaba en el proceso de crear Verdades y Ficciones. Cuando hice el primero, pensé que se vendría una avalancha de fotógrafos haciendo lo mismo, y como no me llegaban noticias y estaba concentrado en lo mío, me pasó lo del maratonista que creyó que ya todos lo había dejado atrás, pues no veía a nadie al rededor. Y la realidad es que yo estaba al frente completamente. Con el tiempo, a través de ZonaZero, descubrí qué es lo que pasa. Del contingente de fotógrafos, que ya son más de 500, debe haber un uno por ciento que nos envío su obra lista. Al resto hemos debido enseñarles a caminar. Descubrí que éste es un proceso educativo que tarda tiempo en desarrollarse, pero con la añadida realidad de que es cambiante lo que estás queriendo enseñar. La conciencia de eso no podemos dejarlo de lado. Entonces, ésta es una manera de reflexionar sobre la educación de las nuevas tecnologías sin paralelo en al historia.

“Los jóvenes tienen una ventaja, y es que son mucho más fluidos frente al proceso. Recogen y botan, si les sirve bien y si no, a la semana lo cambian. Nosotros somos de los que recogemos algo, nos lo apropiamos y ahí nos quedamos con ello durante diez años. Habla con cualquier fotógrafo y nota cómo se expresa de sus cámaras. A los jóvenes les es irrelevante. Si esta cámara les sirve, bien, y si no es la otra. Es una dinámica que creo que a la larga es mucho más sana, porque es ver -en este caso la grabadora- por lo que es, es un aparato que graba y si no es el teléfono... Por esta misma razón es que nos cuesta trabajo comprar aparatos. Nos preguntamos si es el momento oportuno para adquirirlos o si no será mejor esperar al nuevo modelo. Pues, si te esperas al nuevo modelo, te vas a tener que esperar el resto de tu vida, pues habrá nuevos modelos cada seis meses. Es ésta una forma de pensamiento pre – digital”.

-Y a ti que tienes un pasado y un presente como documentalista. ¿Afectó la nueva tecnología esta forma de ver el mundo?
-Claro. Y si no lo fuera a afectar, nuevamente la pregunta es para qué. Si yo no tengo algo que te pueda mostrar, que represente la purificación, entonces o no entendiste lo que te estoy enseñando o no lo tengo y estoy en serios problemas.

-¿Cuál es tu definición de verdad? “El retoque, la manipulación, devuelve la verdad a la imagen”, asegura Inés Bortagaray.
-La imagen fotográfica per se es manipulación, es tautológico. Hablar de fotografía y manipulación es lo mismo. Todo el tiempo queremos llevar a la fotografía a terrenos moralistas, de la verdad desde el punto de vista moral. Esto no cuadra.

-¿El periodismo, por ejemplo, miente per se?
-No es que ‘miente’. Cuando usas el término ‘miente’ me estás dando un valor moral. Hace algunas horas (en la Plaza de la Constitución) estuve tomando unas fotografías de unos manifestantes. Esas fotografías ¿son la verdad? Desde luego que no.

-¿Es la verdad de Pedro Meyer?
-Claro, es MI VERDAD. Lo cual nada tiene que ver con LA verdad. Ahora, si te presento una imagen de esas y le agrego una serie de información falsa y lo presento como un hecho, entonces estoy incurriendo en una falta de verdad. Pero la fotografía en sí lo es. El medio de por sí es paupérrimo para contar historias específicas. En consecuencia, si el medio es tan pobre para este fin, pedirle que sea portador de la verdad es absurdo. Son portadores de información, eso es lo que habría que replantearse. Y te toca a ti darle contenido de una u otra manera. Esto, con los chicos, ocurre donde ellos tienen la malicia de entender la información de una manera distinta a las generaciones pasadas, que juraban a pies juntillas que todo lo que se les daba era la verdad. Ahí nace la confusión. La imagen fotográfica contiene información, pero ¡con decir eso no le estoy adosando un valor moral!


Cristo en Coyoacán.
© Pedro Meyer © All rights reserved.

“Siempre viví en la frontera”

-A propósito de la manifestación que fotografiaste hace algún rato, quisiera saber hacia dónde va tu búsqueda fotográfica hoy. Si las herramientas tecnológicas nos dan la facilidad de crear nuevos mundos ¿Qué nuevos mundos pretende Pedro Meyer?
-Salgo del hotel, rumbo a un restaurante. Cruzo, frente a La Moneda hay una manifestación. Como tengo un poco de experiencia, logro tomar una serie de imágenes de algo que no tengo ni la más remota idea de qué sucede ahí. No sé ni qué quieren, ni si es justo y razonable o no. Quizás es un líder político que está manipulando a una serie de gente, qué sé yo lo que está pasando allí. Pero lo que sí te puedo asegurar es que tomé una serie de fotos y le puedo poner ‘esto estaba pasando frente a La Moneda’ e inmediatamente hay una serie de conexiones con Allende y una carga ideológica que nada tiene que ver con la realidad, ¡nada! Y ahí es donde te das cuenta que con la fotografía puedes decir lo que quieras. Y que muchas veces, las más de las veces, los fotógrafos van a tomar fotografías sin tener la más remota idea de qué es, en el fondo, el asunto. Saben dónde pararse para captar ciertas acciones, pero de por medio no hay más que el oficio. No hay ninguna reflexión de orden político como responsabilidad de lo que está pasando. Y van a atender un encargo que le hacen en el periódico, y de ahí se van a un desfile de moda y luego a un retrato para una entrevista y así. En lo más mínimo hay una reflexión, causa y efecto o algún discurso personal. La mayoría de las veces siento que somos mercenarios de la imagen. Durante mucho tiempo estuve fotografiando en Nicaragua y vi a colegas fotógrafos montar y escenificar situaciones para crear una foto que el periódico necesitaba. La mayoría de los fotógrafos que están yendo a los escenarios de conflictos bélicos y de masacres en el mundo, son como una ola de buitres. Si hay un muertito, anda rápido a tomarle la foto porque es importante... y este muertito en particular, porque la noticia está aquí.

-Bien, pero has dicho que te estimula contar historias y que tienes “una necesidad de expresar y del registro”, que te interesa el ser humano, las personas interactuando y que, a la hora de armar tus imágenes, frente el computador te sientes como un director de teatro.
-Añádele lo siguiente: ¿Habría alguna diferencia en cómo tomé y qué tomé de la manifestación de esta mañana, si en vez del formato digital hubiese usado película? No. La gran diferencia está en la precisión y pulcritud que puedo tener hoy gracias a la retro-información en la cámara. Y tu podrías decir que son parecidas a estas otras ¿y? Hasta allí, el “¿y?” vale. Pero qué te parece si uso unas cuantas de esas imágenes en la conferencia de esta noche. Pues ya el “¿y?” no corre. Porque eso no lo puedo hacer con película. Y puedo armar otra serie de cosas... y empiezas a ver que cuando te metes en el camino digital, tienes -secuencial o paralelamente- toda una cantidad de opciones. Es cuando empiezas a armar todas estas variables, cuando realmente estás usando lo digital. Puedo tomar estas imágenes -que, repito, son información- y armar otra porque tengo alguna cosa que decir en ese sentido.

-¿Te sientes un provocador?
-Espero que sí. Yo siempre creo que el arte tiene esa necesidad de ser provocador, o provocadora. De reflexiones, de pensamientos, de exploración, y desde luego si no provoca, entonces para qué hacerlo.

-¿Cuál crees que es tu aporte a la fotografía mexicana, al margen de tu experimentación con las nuevas tecnologías? Así como, por ejemplo, ligamos a Flor Garduño al mundo indígena ¿Cuál es el imaginario propio de Pedro Meyer?
-No sé, ni lo uno ni lo otro. Involucrado en un proceso, uno no tiene la distancia para poder medir el significado del mismo. Tengo un archivo con más de un millón de imágenes, de las cuales la mayoría nunca he publicado. ¿Por qué? Porque siempre fui, como ahora en ZoneZero, el anfitrión, y como tal publico algo sólo al margen. Cuando estás en un papel protagónico es difícil mostrar tu obra. Me hablas de Flor Garduño, pues ella hizo una serie de imágenes donde se da cuenta que ciertos elementos tienen éxito, va y los desarrolla con pulcritud. Hay que entender las diferentes personalidades. Yo nunca publiqué mi trabajo de México del ’68, sólo una foto en la portada de un libro de Elena Poniatowska, y esa sin crédito. Nunca he estado anteponiendo mi obra, no porque no crea en ella, no porque no la tenga, sino porque el espacio no lo sentía apropiado. Y las fotos que hice, no eran para publicarlas, sino para mí. Pero ya en este momento se está preparando una gran retrospectiva. Tampoco fue mi intención crear el primer CD ROOM en el mundo, sólo ocurrió. Con una serie de argumentos convincentes la editorial me convenció de hacerlo, junto a una versión en video que se pasó en la TV pública en USA y ahora vive en Internet, en ZonaZero. Ya no existe el problema del distribuidor y las obras van cambiando de espacio conforme a los cambios tecnológicos. El CD ROOM es hoy completamente obsoleto como plataforma.

“Para apreciar la dirección de las tecnologías y su impacto, hay casos específicos que nos pueden ser útiles como referentes. La Enciclopedia Británica siempre ha sido una de esas obras de referencia que todos queríamos tener en nuestra biblioteca. Sin embargo el costo de $1500 dólares por los 32 volúmenes, la hacía accesible sólo para unos pocos. Hoy los puedes comprar, los mismos tomos, en formato DVD, por sólo $50 dólares. Y no sólo es un tema de costo, pues el sistema además es mil veces más sencillo para consultar y relacionar temas entre sí. Pero tuvo que quebrar económicamente la empresa que fue dueña de la EB, desde hace 200 años, para que los nuevos dueños comprendieran que había que cambiar de rumbo, ya que los anteriores se negaban a entrar a la era digital de lleno, pensando que eso arruinaría su mercado de libros. Hoy los siguen vendiendo, supongo que en cifras mucho menores, mientras el DVD suple la pérdida en el mercado librero. Pues, si lo ves, es lo mismo que les pasa a los fabricantes de cámaras digitales a remolque, mientras que los más avezados se están quedando con el mercado”.

-Al enfrentar sociedades más bien tradicionales, como las nuestras, con otras mejor dispuestas al cambio, criticamos que en ese ir tan rápido perdemos la capacidad de recordar, de comprender que para avanzar también es necesario un pasado y la memoria.
-Pero el pasado lo estamos creando en el instante. Y este vértigo existe en todos los ciudadanos del mundo.

-¿Te incluyes?
- Sí, pero de distinta manera. En el sentido de que me da una cierta añoranza de pensar que ya no podré ver muchos cambios de aquí a veinte, treinta o cuarenta años. Y tengo la curiosidad de ver cómo va a estar todo esto. Pero en sí el cambio no, porque ha sido una constante en mi vida. Yo crecí con una cantidad de cambios acelerados a lo largo de toda mi vida y con otra característica; siempre fui la persona que estaba afuera del contexto, siempre viví en la frontera, y para mí la frontera se convierte en un espacio natural y la dinámica del cambio me fluye con una naturalidad que no tiene mayor problemática. Un ejemplo que sorprendió a mi señora: Cuando fuimos a Ecuador, yo iba con la intención de fotografiar Galápagos. Tengo un accidente, re-programo y ahora el tema fotografiado soy yo mismo. Y me estoy fotografiando todo el tiempo durante todo el accidente a lo largo de todo el día.

-¿Por qué?
-Es muy sencillo. Estamos aquí (uno de los salones del Hotel Carrera de Santiago) y podemos fotografiar toda esta sala. De pronto cambian las circunstancias y ya sólo podemos fotografiar en el área de la alfombra sobre la que estamos parados. Entonces empiezo a ver qué hay aquí que valga la pena de ser fotografiado.

-¿Todo vale la pena ser fotografiado?
-Yo creo que sí, mientras tengas algo que valga la pena decir. Nada de lo humano me es ajeno. En ese sentido, a mí me es igual de interesante ver una manifestación que ver a las cocineras del restaurante donde fuimos, que son las fotografías que después hice.


Dónde quedó la lana.
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¿QUIÉN ES PEDRO MEYER?

A partir de la década de los ’60, Pedro Meyer comienza a dar que hablar como fundador del Grupo Arte Fotográfico, productor del primer programa audiovisual hecho en México y destacados reportajes sociales. Ya desde 1976 su obra es adquirida por importantes galerías y museos del mundo.
Siendo un activo participante y organizador, es nombrado en 1977 fundador y presidente del Consejo Mexicano de la Fotografía.
En 1978 es uno de los primeros fotógrafos en documentar el proceso político y social de Nicaragua. El Instituto Nacional de Bellas Artes de México adquiere su producción fotográfica para su colección permanente. A su vez, el mismo año marca un hito en el desarrollo de la fotografía con la organización del 1er Coloquio Latinoamericano de Fotografía, en donde logró reunir fotógrafos no sólo del ámbito latino sino de todos los continentes.
Desde 1980 reside en Los Angeles (USA), donde inicia su aprendizaje de las nuevas tecnologías para la captura y construcción de imágenes digitales.
Su obra Fotografío para recordar constituye el primer trabajo de sonido continuo realizado en el mundo, el cual fue posteriormente grabado en CD-ROM.
En 1985 publicó su libro Tiempos de América y en 1986, Espejos de Espinas. También es autor de Verdades y ficciones, un recorrido personal por México y Estados Unidos donde, a través del proceso digital, Meyer descubre el color, “lo cual me cambia totalmente la dinámica, algo que les está sucediendo a todos los fotógrafos, aún aquellos que quieren hacer blanco y negro. Porque tecnológicamente va a ser mucho más eficaz fotografiar en color y luego escoger cual de las dos modalidades”.
Pedro Meyer es creador del sitio web de fotografía más reconocido y visitado de la red (www.zonezero.com), empresa que busca responder a la transición que está experimentando la fotografía en su paso del cuarto oscuro a la computadora o, dicho en otras palabras, de la fotografía analógica a la digital. En él, un nutrido grupo de fotógrafos encuentra un foro para exhibir sus obras, debatir y reflexionar en torno a la fotografía y el mundo, y enterarse, entre otras cosas, de los últimos avances tecnológicos en cuanto a cámaras y otras herramientas.
ZoneZero fue nombrado en 1997 como uno de los mejores 100 sitios de Internet de todos los tiempos y calificado como uno de los cinco mejores del mundo, en la categoría de arte, por la Net Magazine, así como ganador de cinco estrellas por parte de los editores de Luckman Interactive.

Los Meyer.
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(Entrevista publicada en la revista de comunicación Plus+Gráfica, nº17, octubre 2002)

LEONORA VICUÑA: En busca del Chile Profundo.

© Leonora Vicuña.


“He vivido la mitad de mi vida en Francia y no me considero una ‘retornada’. Volví a Chile a intentar una experiencia diferente de vida, en la provincia, en el corazón del ‘Chile Profundo’ que recién comienzo a conocer... Me gusta compartir la vida con gente sencilla, franca y solidaria. No me gusta el culto a las personalidades, ni el doble discurso nacional, burgués y elitista, ni la impostura actual del poder, ni la mentirosa globalización, ni la cultura oficial y su ‘berretín de figurar’”


“Harto deslenguada esta Leo”, me advirtieron, poco antes de reunirme con ella para sostener este diálogo. Faltaban algunas horas para la inauguración de su muestra “Bares y Garzones. Un Homenaje Visual”, en el Museo Histórico de Santiago. Fue el segundo dato que recibí de ella. El primero crecía en mi imaginación, de manera difusa, con ribetes de leyenda. El de Leonora Vicuña (1952) es un nombre importante en la fotografía chilena, pero la primera vez que oí de él, la fotógrafa ya vivía en Francia, sin ser algo común el recibir noticias suyas. Todo lo que me llegó de su obra no fue otra cosa que un par de postales acerca de su deambular por distintos bares, otrora llenos de vida, y el catálogo de ‘París Flash’, exposición colectiva de chilenos residentes en Francia, exhibida en el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago, en 1996.

¿Cuándo regresó? Pocos lo saben, aunque nadie pierde la oportunidad de informarme: “Sigue igual de loca, cambió París por un villorrio chileno”. Precisamente desde allí, la comuna de Carahue, en la región de la Araucanía, Leo viajó a la capital a supervisar cada uno de los detalles de su muestra, que además incluye un CD ROOM. Pero ¿qué hace hoy, en Carahue? ¿Qué hizo mientras estuvo en Europa? ¿Qué la impulsó, finalmente, a compartir los bares de su vida?

“Mi casa familiar –nos cuenta- era una casa de poetas, que funcionaba en los años ’50 y ’60 casi como un bar abierto. Muchos poetas y escritores venían a pasar horas, días y hasta semanas en casa, y las tertulias y lecturas nocturnas se sucedían espontáneamente... Allí conocí a Nicanor Parra, Pedro Lastra, la Colorina Stella Díaz, Oscar Hahn y tantos otros, siendo yo una niña. A los diez años ya sabía de la existencia del Bosco y con mi padre muchas veces fui a los cafés del centro. En una de mis vueltas a Chile, conocí a Jorge Teillier en el Refugio López Velarde, el bar de la Sech. Muchas veces estuvimos juntos en diferentes bares de Santiago, entre los cuales recuerdo el Ítalo, la Orquídea, El Nerón, La Ermita, El Congreso...”

“Ahora bien, trabajo muy poco por temas, pero con el bar he sido constante. Nunca pensé que ganaría el Fondart (2001), porque éste es un tema que poco le interesa a la gente, o que siempre ligan a los borrachines, a la bohemia, con un cariz más bien peyorativo, pese a que todos somos bastante borrachines y bohemios. La gente desea ir a estos lugares a pasar más que un rato, a estar, a vivir... Me parece una parte fundamental de la cultura chilena, el bar comprendido como segunda casa o lugar abierto, de extensión y conversación... Los bares tienen la particularidad de ser lugares familiares y neutros al mismo tiempo. Durante la dictadura fueron como un refugio, una especie de escondite tácito, donde el tiempo se medía con brújulas más que con relojes. Son, también, lugares en principio masculinos, sobre todo aquí en Chile, grandes o pequeños potreros de hombres. Pero eso ha cambiado, por suerte... Ese personaje que está a la sombra (señala una de sus imágenes) forma parte de una cultura nacional, y es esa marginalidad la que me interesaba fotografiar”.

“Además –agrega- ya no se ven ese tipo de bares, ahora es la gente joven la que sirve, ya no hay uniformes, se están perdiendo estos señores cargados de dignidad, que llevan treinta o cuarenta años sirviendo. El Torres, por ejemplo, es de 1879, y ahora se está muriendo, lo van a vender, ya lo cambiaron, lo pintaron rojo, hicieron un pub ahí... Estos lugares están desapareciendo y a mí me gusta rescatar, esa es una de las cosas que más me interesan de la foto. Me doy cuenta que tengo una visión más o menos nostálgica, pero que es también nostálgica a futuro”.

Con esta filosofía, Vicuña fue fotografiando ese transcurrir del tiempo, tan distinto cuando se detiene entre las paredes de un bar. El Roland Bar, el Cinzano, el Inglés o el Nacional, son algunos de los sitios que recorrió. Imágenes en blanco y negro a las que más tarde la fotógrafa fue devolviendo el color, pero no cualquiera. Empleando mayoritariamente lápices policromos (en algunas copias también utilizó Pinter y PhotoShop), Vicuña intenta recuperar el color que entonces percibió “y cuando me preguntan por qué no hago fotos a color o sólo blanco y negro, o por qué las coloreo, es porque efectivamente yo percibo más la realidad como lo estás viendo aquí, en una tonalidad que no es ni el color saturado ni blanco y negro. Lo que me gusta es captar una cierta emoción y no siempre es posible lograrlo. Me interesa la poesía, presente en todo quehacer y en todo momento, lo inefable de la existencia. Esa es mi búsqueda”.

-Muchos fotógrafos sufren esta obsesión por salvar del paso del tiempo, del abandono y la destrucción, distintos objetos, espacios y lugares con los que convivieron ellos o sus antepasados. Pero una vez que lo logran, que ya lo han capturado fotográficamente, se desinflan, como que el aporte no era más que ese, “rescatar” a través de la imagen, recortar y pegar en un papel, sin un compromiso más allá...
-No sé qué gran aporte será el mío, nunca me lo he planteado como tal. No creo que uno haga nada pensando en aportar algo. Uno tiene una necesidad profunda de hacer, de expresarse. Mientras lo estás haciendo no sabes qué es lo que estás haciendo. Después empieza a tomar una forma. Lo que pasa es que si tú eres muy consciente de lo que vas a hacer, entonces ya se transforma en una cosa racional, una tarea. Hay fotógrafos que son tremendamente racionales, cuya fotografía es interesante por lo mismo. En mi caso no: Soy una persona más bien intuitiva y lo que me gusta de la fotografía nunca sé exactamente qué es. No suelo trabajar con un tema y decir ‘haré esto’. Sin embargo me doy cuenta, y te lo puedo decir honestamente, que éste (el bar) ha terminado siendo un tema, pero no tanto un tema fotográfico, sino como el tema de mi vida, ¡¡¡me gusta estar ahí!!! No sé dar cuenta de otra cosa. Qué va a quedar o qué valor tiene lo que hago, no lo sé.


La France

Leonora nos muestra imágenes de una serie a la que llama "les faubourgs de Barcelone" tomada entre los años 1989-1991 y expuesta en Francia en 1996, para el 2° Mes OFF de la Foto. “Ese trabajo estaba dividido en dos partes: gitanos en un merendero llamado la Pinya d'Or y las fábricas abandonadas de sílice o sílex, que forman la segunda parte. Esta fábrica se hallaba en el pueblo de Valvidreras, a la salida norte de Barcelona, hacia la costa”.

A un segundo trabajo, Leo lo denominó "Mitografías", obra expuesta en la Galerie Vrais Reves de Lyon, en el Primer Mes OFF de la Foto en 1994 y recientemente en el Centro de Extensión de la Universidad Católica. “Se trata –cuenta- del taller de Correia, un artista escultor portugués, hoy fallecido, que hacía sobre todo trabajos de pedido oficial, para ornar plazas, edificios y calles de Francia, Europa, Estados Unidos y cualquier parte del mundo. El taller hoy tampoco existe y sus obras, las que se salvaron, se ubican en diferentes lugares. Forman parte del paisaje generalmente ‘invisible’ de las estatuas oficiales... Son fotos tomadas entre 1989 y 1992 y expuestas en París y en Lyon, el ‘94 y el ’96 respectivamente”.

Sobre Leo y este trabajo, el poeta y profesor de la Sorbonne, Waldo Rojas, escribió: “El lugar no podía sino que interpelar sin vuelta el ojo de la fotógrafa, que posee por arborescencia genealógica un vínculo muy real, y por lo tanto complejo, con la memoria cívica nacional tanto o más que con aquella de las artes de la pluma y el pincel (...) Las estatuas de próceres padecen la suerte del mito que las conforma cuando no prosperan con ella. A la devoción totémica sigue la familiaridad rutinaria y a ésta la apatía y finalmente la franca... invisibilidad. De encarnación de aquellos ‘lugares de memoria’ que refractan los reflejos del patrimonio, dan forma a la liturgia de las conmemoraciones y fascinan hoy día a los historiadores, terminan naufragadas en playas de olvido, que es la otra cara de la misma medalla”.

-¿Cambió tu visión de la fotografía chilena luego de vivir tantos años en Francia?
-Conozco poco de la fotografía chilena actual. En los ‘80 había una visión de lucha, y la fotografía existía contra la dictadura. En lo social se destacaron fotógrafos que hicieron historia. Luego me fui y se produjo el natural vacío y la ausencia. En ese momento se desarrolló una cantidad importante de fotógrafos que no conozco, pues sus trabajos no llegan afuera y no he estado mucho en contacto con Chile. Hoy me admiro de la cantidad de gente que hace fotografía. Y la calidad de la fotografía en Chile ha cambiado, hay una preocupación real -no así en términos de la cultura oficial, eso ya viene- pero sí hay gente con ganas de ahondar, de expresar a través de la fotografía. Eso es muy positivo y sucedió en pocos años... Porque, contrariamente, en Francia, después de Andre Rouillé que decretó que la fotografía estaba muerta, hay una tendencia mayor a la infografía y cualquier otra cosa, menos la fotografía clásica, incluso una especie de saturación con el Mes OFF de la foto. Porque además hay muchos fotógrafos y son todos excelentes. En cambio aquí hay novedad y por primera vez la posibilidad de mayor libertad en lo creativo de la foto. Me encanta ver desnudos totalmente osados y me encanta saber de gente que está trabajando cosas muy dispares y atrevidas.

-Y ante esta superpoblación de talentosos fotógrafos, ¿qué sugieres a los nuestros, especialmente a aquellos que vivimos mirando hacia afuera? ¿Somos una mirada novedosa para el viejo continente?
-Creo que la meta tiene que estar acá. ¡Traigámosla para acá! La fotografía argentina, la fotografía cubana, venezolana, mexicana... es extraordinaria. ¿Por qué Chile no? Chile ha tenido nombres en la fotografía, aunque han sido pocos, que el fotógrafo de tal época, que Keko Larraín, Paz Errázuriz, este fulano o tal. Pero hay mucha gente, muchas voces, y lo que tenemos que aprender es a reconocernos en esas voces y a saber que hay distintos lenguajes y hay que apoyarlos a todos, porque mucha de esa gente va a llegar muy lejos y tiene muchas cosas que decir. Esto está recién empezando, pienso yo, y es fascinante. Te lo digo sin gran conocimiento, pero he atisbado cosas... Aquí el problema fundamental, que sobrepasa a la fotografía, es el problema del poder. Si tú te metes en la cuestión del discurso del poder, hay ciertos fotógrafos que tienen la banda ancha. Pero eso me importa un pito. Vayámonos por el lado de la expresión. Tenemos que ayudar a que haya más fotógrafos que se expresen y que saquen adelante su lenguaje.

-¿Cómo es que Francia no influye en tu fotografía? Tus encuadres son bastante clásicos y no caes –para bien o para mal- en un lenguaje más complejo o sofisticado, difícil de leer sin ciertos códigos... Más bien asimilas esa fotografía que Robert Doisneau hizo famosa caminando por los cafés y calles de París...
-Bueno, yo ya soy viejita también. Yo viví un mundo europeo clásico. Me encanta la fotografía moderna, pero mi mirada será siempre esa. Ya estaba formada, no comencé a hacer fotos allá. Y me costó mucho hacer fotos en Francia, identificarme y no sentirme una turista japonesa, porque allá todo el mundo saca fotos. ‘Yo no quiero hacer eso’, te dices, ‘no quiero ser un pato que saca fotos, no quiero sacar la cámara a cada rato’. Y durante mucho tiempo no saqué fotos, o usaba cámaras escondidas, o sea andaba robando imágenes, pero también escondida de mí misma. Hasta que de repente comprendí que podía sacar fotos como en Chile. Y fotografié lugares donde me identificaba, nunca o muy rara vez hice fotos en lugares que en sí eran muy interesantes, pero que a mí no me pasaba nada con ellos... Esa es mi mirada... es clásica, cierto... y aparentemente hay más una influencia -de Doisneau o Brassaï- con el viejo París, pues ese es el París que a mí me gusta, el París de ahora me carga. Por algo me vine.


Chile, acusando el golpe

“Me fui antes del golpe, en marzo del ’73. Tenía 20 años. Me fui a París, a estudiar antropología en La Sorbona... Luego viví un año en Atenas y estudié griego moderno. Allí comencé a interesarme en la fotografía. Regresé a Chile el ‘78 para quedarme hasta el ’83. La AFI se fundó el ’80. Como no había vivido el golpe, no acusé el golpe. Llegué a Chile y la gente vivía muerta de miedo. Yo tuve un hermano que estuvo preso, fue torturado en la Villa Grimaldi, un tío desaparecido, en fin... Pero a mí no me llegó ninguna cuestión, yo viví el golpe en París. Saliendo de la Prefectura de Policía leo: “Extraño asesinato del doctor Salvador Allende”, y unas bombas que se veían caer sobre La Moneda... Entonces, cuando volví, no sólo participé en la AFI, creé los Encuentros de Arte Joven, trabajé en una revista de poesía, en mi casa se imprimió más de un número de la revista El Rebelde, o sea, no tenía ningún miedo, tenía esa libertad y empecé a fotografiar los bares en esa época, como una cosa social. A mí nunca me interesó salir a la calle a tomarle fotos a los pacos... Era amiga de Álvaro Hoppe, pero yo no iba a salir con él a que me apalearan, ni muerta, porque ya me habían apaleado varias veces. Trabajaba para la Phillips, en Valdivia, y me tomaron presa, me quitaron las cámaras, me pegaron... Ya no tenía ganas, yo no tengo ese espíritu de reportero gráfico, pero sí me interesaba lo intimista de la fotografía, siempre me interesó. Y en parte estas fotos de bares dan cuenta de la terrible vida que se llevaba acá, una vida puertas adentro y muy amordazada”.

“Harta del clima político de Chile, regresé a Francia, donde residí hasta fines del año 2000. Allí viví y sobreviví haciendo diferentes cosas: Fui ‘linternera’ de cine, cuidadora de condesas bretonas, bailarina ocasional, garzona de hoteles de lujo, profesora de castellano, cantante de bares, baby – sitter, “fille au pair”, vendedora ambulante, etc. Hasta que entré en el mundo del cine de animación en 1986 y me fui especializando en montaje de sonido, detecciones y lipsinch (sincronización de labios para monos animados) El ’90 trabajé como asistente de montaje con Alejandro Jodorowsky en la película The Rainbow Thief... Siempre seguí pintando fotos y expuse en diversas galerías europeas. Pertenecí, además, al comité administrativo del Mes OFF de la Fotografía de París y fui jurado de selección del 2° y 3° certamen. Desde el ‘95 hago fotografía digital y sigo pintando fotos a mano. Nunca he vivido de la fotografía, sólo he vendido algunas fotos a museos, coleccionistas y amateurs. Nunca he ganado premios y no suelo participar en concursos. Me considero fotógrafa sólo hasta cierto punto”.

-¿Por qué decides volver?
-Volver atrás es imposible, pero no del todo. Yo volví, después de treinta años, pero a experimentar otra vida diferente. No quise volver a Santiago, porque realmente cambiar París por Santiago me parecía una lata. La cosa urbana de esta ciudad es muy triste. Creo que no habría podido, además tendría que haberme puesto arribista, pesada, empezar con codazos, decir ‘córrete pa’ allá, déjame hueco, yo soy la fulana de tal...’ Yo no sirvo para eso. Trato de sobrevivir en un país que, a pesar de haberse liberado de la mordaza y del terror, vive en la histeria del poder y del dinero, y en una desigualdad clasista endémica, haciendo creer al resto del mundo que todo está Okay... Y también teníamos (mi pequeña familia y yo), ganas de entrar a un Chile que no conocíamos. Siempre he hablado de Chile fuera y resulta que una vez en Francia alguien me dijo: ‘Pero ¿tú conoces Chile?’ No mucho, la verdad. Volví porque quiero estar cerca de mi familia, mis hermanos... Pero volví a Carahue para vivir en el Chile Profundo. Ahí es muy pobre, muy triste a veces, y la gente es cerrada. Pero hay mucho que hacer, está lleno de gente joven fantástica. Hay mucho que enseñar y yo también quiero aprender de esa gente.

-¿Estás fotografiando?
-Sí, tengo un proyecto intercultural con las mujeres de la isla Huapi, al borde del lago Budi.

-¿Qué te atrajo de ellas?
-La risa. Son gente admirable, la más linda que he visto en estos últimos años. Porque tienen una capacidad para resistir la precariedad, la brutalidad y la violencia, con una alegría y claridad impresionantes.


País de dictadorzuelos

-¿Ayuda a la fotografía el agruparse en asociaciones o gremios?
-Hoy hay mucha dificultad para agruparse. Hemos llegado a tal individualismo en el mundo y a una guerra económica tan salvaje, que hay una especie de cosa terrorífica, de la necesidad de agruparse, pero también el individuo tiene un peso terrible. Yo creo que es muy necesario agruparse, pero no engrupirse. Y hay grupos y grupos. En eso yo soy fiera, o sea no quiero entrar a cualquier sociedad de fotografía, porque ya pertenecí a la AFI y he visto demasiados grupos. Creo en la colectividad, pero también creo en la individualidad dentro de ella, y en el respeto. Los grupos tienen que crecer, pero no para el poder de algunos ni para que unos se pongan a la sombra de otros.

-¿Cómo fotografiar esto que sucede ahora, esta realidad que se asemeja a la nada?
-¡Es que esto es infotografiable! (risas) Hay que meterse en las altas esferas. A mí lo que más me gustaría es meterme en lugares increíbles y fotografiarlos, pero ¿qué acceso tengo?. Y no es que nadie haya fotografiado a la clase alta. Hay un trabajo muy interesante de Lucho Weinstein. No sé si tiró la esponja o cambió de vida, pero al parecer no lo terminó. Recuerdo unas fotos muy bellas y muy expresivas de una especie de decadencia muy chilena. Pero sólo vi tres o cuatro fotos, que eran como una cita a William Klein. El tema del sujeto fotográfico es eterno, podemos fotografiarlo todo pero también es importante que la fotografía tenga un espacio lo más democrático posible. Ese es el ejercicio que tenemos que aprender; la democracia y la tolerancia, porque este país está lleno de dictadorzuelos... y matones intelectuales, y arribistas, y gente que llega diciendo ‘aquí estoy yo, soy el mejor’. Viniendo de Europa te puedo contar que ahí tu levantas una piedra y salen cien fotógrafos diez veces superiores al mejor. Y superiores en todo, gente que tiene escuela, medios, que rompe 20 fotos fantásticas y las tira a la basura mientras tu exclamas ‘¡dios mío, señor! Y yo ‘dónde me meto, dónde quepo’. Vuelves aquí y te das cuenta que hay algunos que quieren ser EL FOTÓGRAFO, único y nadie más. Entonces es terrible, muy ridículo. Es como volver al kindergarten y yo no quiero volver al colegio…
-¿Por qué no sugerir, para no fotografiar lo obvio?
-La imagen es también algo interior, eso es muy importante. La imagen es lo que queda de uno, es como un guiño. Si me preguntan ¿por qué hago fotos? Yo no hago fotos, la foto me capta. Yo no creo en eso de ‘oye pasa algo allá, vamos a tomar fotos’. La cosa de los eventos. Para algunos es muy interesante lo de Spencer Tunick, desnudarse en la calle... Pero también la parte espectacular del asunto es poco interesante, le quita fuerza y aparece como un trabajo ‘consumista’. Vamos a ver qué queda de eso más adelante. Lo que es interesante es meterse en una vena y hacerlo. Uno no sabe lo que hace mientras lo hace. Hoppe no lo supo en su momento. Es cierto que en tiempos de adversidad se crea quizás más, pero no por eso vamos a desear que la adversidad se nos venga encima. ¿No nos pasa nada a nosotros? ¿Qué me pasa a mí, con esta nada misma? ¿No se puede fotografiar? Por supuesto que sí, pero todavía el lenguaje se está gestando. Y siempre pasa algo, y esa nada, ese vacío que uno siente, es también algo... El cómo se acerca uno a eso (que no es un evento ni un espectáculo) es lo importante.

-¿Qué opinas de las clasificaciones “fotografía chilena” y “fotografía latinoamericana”?
-Quizá porque nuestro país es muy chiquitito, hay una necesidad muy grande de estar siempre refiriéndose a “lo chileno”. No he sentido eso en otras partes. En Europa nunca sientes eso de “¿tú eres chileno, francés, tú eres checoeslovaco, suizo?” Nadie es de ninguna parte y todo el mundo es de todas partes. Y la fotografía sobrepasa fronteras, da lo mismo... Cuando miras la fotografía de Koudelka, que es checho, tú no sabes dónde fue tomada, es su ojo nomás, y no la valoras por ser checa. Lo mismo los reporteros. Depardon, francés, saca fotos en Irak y en todos lados. Es su ojo, esa foto no es ni más ni menos francesa. Esa necesidad que tiene Chile de anteponer su nombre en todas partes y en cada cosa que se hace, es una enfermedad.

-¿El lugar donde naces, tu cultura, no influye en cómo ves?
-Es que no hay una cultura chilena, no creo en eso. Porque entonces habría una cultura del norte de Chile, otra del sur... Creo que hay una especie de exceso de chilenidad o de deseo de identidad, pero un tipo como Arrau, por ejemplo, puede que sea chileno, pero sobre todo toca el piano, nació en Chile y toca a lo mejor el descueve a Bethoven, pero si hubiese nacido en Uruguay o en Tumbuctú habría hecho la misma cosa, no hay una chilenidad en esa tocatela de teclas... Ahora, un ojo como el de la Paz Errázuriz... ¿En qué está lo chileno de su fotografía? Su ojo es sensacional, quizás en cualquier otra parte le habría costado identificarse, pero lo interesante es la foto, y no lo chileno, sino lo que transmite, y eso es universal. Al mirar una foto de Paz Errázuriz no puedes saber instantáneamente si fue tomada en Chile. Me parece que es importante destacarlo, es una de las cosas que más me molesta de este país: A cualquier cosa que hagas hay que ponerle Chile o terminar con Chile y cantar la canción nacional... Estos mismos que se empelotaron para Tunick, ¡todos cantaron la canción nacional! ¿Por qué no cantaron otra cosa? Ningún francés se empelotó y salió con ‘Allons enfants de la patrie...’ Jamás, prefieren cantar un reggae. A mí me perturba tanto nacionalismo. No hay necesidad de definir la foto por su nacionalidad. Y otra cosa, ayer leía un artículo de un señor muy importante, que escribe mucho sobre fotografía, y dice “lo femenino...” Si estoy mirando una foto, no puedo saber si la hizo un hombre o una mujer. El ojo es ante todo ‘humano’. Hay fotos de niños o de gente muy vieja, incluso de gente ciega que son extraordinarias... Ciertamente que la diferencia cultural hace la riqueza, somos diferentes, es distinto ser sudafricano o mapuche que ser eslavo o vivir en Siberia, eso no cabe duda, pero no es esencialmente distinto. La identidad se forja a lo largo de la vida. Lo importante de un escritor como Coloane no es que sea chilote o chileno, sino que le dio una dimensión universal a la Patagonia. Lo importante de Sebastián Salgado no es que haya nacido en Brasil, sino su obra fotográfica a lo largo de todo el mundo.

-¿Y la identidad según tu origen social...?
-Elegí irme fuera de Chile, nadie me echó. Siempre me sentí ahogada aquí, y desde chica tenía ganas de irme fuera, a cualquier parte, y me encantó afuera y sufrí también. Hoy puedo ser del Tercer mundo incluso viviendo en el Primer mundo… En Francia se habla hasta del Cuarto mundo, es todo una cosa económica al final. Puedes ser del Tercer mundo sin haber salido nunca de París, y ser del Primer mundo sin haberte movido de acá. Esta es una guerra económica establecida, y aquí nos vamos a batir, y los hijos de nuestros hijos... Es distinto ser un negro con 10 millones de dólares en el bolsillo, a ser un negro que barre la calle y aparece en una foto de Salgado. Es distinto ser un chileno que gana cuatro millones cuando pestañea, a ser un chileno que gana cuarenta mil pesos al mes para mantener una familia. Y ¿es ser tan chileno lo uno como lo otro? Yo me identifico con la gente común y corriente de cualquier parte del mundo.

* Entrevista publicada en Octubre de 2002, en la revista Plus+Gráfica