20021015

LEONORA VICUÑA: En busca del Chile Profundo.

© Leonora Vicuña.


“He vivido la mitad de mi vida en Francia y no me considero una ‘retornada’. Volví a Chile a intentar una experiencia diferente de vida, en la provincia, en el corazón del ‘Chile Profundo’ que recién comienzo a conocer... Me gusta compartir la vida con gente sencilla, franca y solidaria. No me gusta el culto a las personalidades, ni el doble discurso nacional, burgués y elitista, ni la impostura actual del poder, ni la mentirosa globalización, ni la cultura oficial y su ‘berretín de figurar’”


“Harto deslenguada esta Leo”, me advirtieron, poco antes de reunirme con ella para sostener este diálogo. Faltaban algunas horas para la inauguración de su muestra “Bares y Garzones. Un Homenaje Visual”, en el Museo Histórico de Santiago. Fue el segundo dato que recibí de ella. El primero crecía en mi imaginación, de manera difusa, con ribetes de leyenda. El de Leonora Vicuña (1952) es un nombre importante en la fotografía chilena, pero la primera vez que oí de él, la fotógrafa ya vivía en Francia, sin ser algo común el recibir noticias suyas. Todo lo que me llegó de su obra no fue otra cosa que un par de postales acerca de su deambular por distintos bares, otrora llenos de vida, y el catálogo de ‘París Flash’, exposición colectiva de chilenos residentes en Francia, exhibida en el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago, en 1996.

¿Cuándo regresó? Pocos lo saben, aunque nadie pierde la oportunidad de informarme: “Sigue igual de loca, cambió París por un villorrio chileno”. Precisamente desde allí, la comuna de Carahue, en la región de la Araucanía, Leo viajó a la capital a supervisar cada uno de los detalles de su muestra, que además incluye un CD ROOM. Pero ¿qué hace hoy, en Carahue? ¿Qué hizo mientras estuvo en Europa? ¿Qué la impulsó, finalmente, a compartir los bares de su vida?

“Mi casa familiar –nos cuenta- era una casa de poetas, que funcionaba en los años ’50 y ’60 casi como un bar abierto. Muchos poetas y escritores venían a pasar horas, días y hasta semanas en casa, y las tertulias y lecturas nocturnas se sucedían espontáneamente... Allí conocí a Nicanor Parra, Pedro Lastra, la Colorina Stella Díaz, Oscar Hahn y tantos otros, siendo yo una niña. A los diez años ya sabía de la existencia del Bosco y con mi padre muchas veces fui a los cafés del centro. En una de mis vueltas a Chile, conocí a Jorge Teillier en el Refugio López Velarde, el bar de la Sech. Muchas veces estuvimos juntos en diferentes bares de Santiago, entre los cuales recuerdo el Ítalo, la Orquídea, El Nerón, La Ermita, El Congreso...”

“Ahora bien, trabajo muy poco por temas, pero con el bar he sido constante. Nunca pensé que ganaría el Fondart (2001), porque éste es un tema que poco le interesa a la gente, o que siempre ligan a los borrachines, a la bohemia, con un cariz más bien peyorativo, pese a que todos somos bastante borrachines y bohemios. La gente desea ir a estos lugares a pasar más que un rato, a estar, a vivir... Me parece una parte fundamental de la cultura chilena, el bar comprendido como segunda casa o lugar abierto, de extensión y conversación... Los bares tienen la particularidad de ser lugares familiares y neutros al mismo tiempo. Durante la dictadura fueron como un refugio, una especie de escondite tácito, donde el tiempo se medía con brújulas más que con relojes. Son, también, lugares en principio masculinos, sobre todo aquí en Chile, grandes o pequeños potreros de hombres. Pero eso ha cambiado, por suerte... Ese personaje que está a la sombra (señala una de sus imágenes) forma parte de una cultura nacional, y es esa marginalidad la que me interesaba fotografiar”.

“Además –agrega- ya no se ven ese tipo de bares, ahora es la gente joven la que sirve, ya no hay uniformes, se están perdiendo estos señores cargados de dignidad, que llevan treinta o cuarenta años sirviendo. El Torres, por ejemplo, es de 1879, y ahora se está muriendo, lo van a vender, ya lo cambiaron, lo pintaron rojo, hicieron un pub ahí... Estos lugares están desapareciendo y a mí me gusta rescatar, esa es una de las cosas que más me interesan de la foto. Me doy cuenta que tengo una visión más o menos nostálgica, pero que es también nostálgica a futuro”.

Con esta filosofía, Vicuña fue fotografiando ese transcurrir del tiempo, tan distinto cuando se detiene entre las paredes de un bar. El Roland Bar, el Cinzano, el Inglés o el Nacional, son algunos de los sitios que recorrió. Imágenes en blanco y negro a las que más tarde la fotógrafa fue devolviendo el color, pero no cualquiera. Empleando mayoritariamente lápices policromos (en algunas copias también utilizó Pinter y PhotoShop), Vicuña intenta recuperar el color que entonces percibió “y cuando me preguntan por qué no hago fotos a color o sólo blanco y negro, o por qué las coloreo, es porque efectivamente yo percibo más la realidad como lo estás viendo aquí, en una tonalidad que no es ni el color saturado ni blanco y negro. Lo que me gusta es captar una cierta emoción y no siempre es posible lograrlo. Me interesa la poesía, presente en todo quehacer y en todo momento, lo inefable de la existencia. Esa es mi búsqueda”.

-Muchos fotógrafos sufren esta obsesión por salvar del paso del tiempo, del abandono y la destrucción, distintos objetos, espacios y lugares con los que convivieron ellos o sus antepasados. Pero una vez que lo logran, que ya lo han capturado fotográficamente, se desinflan, como que el aporte no era más que ese, “rescatar” a través de la imagen, recortar y pegar en un papel, sin un compromiso más allá...
-No sé qué gran aporte será el mío, nunca me lo he planteado como tal. No creo que uno haga nada pensando en aportar algo. Uno tiene una necesidad profunda de hacer, de expresarse. Mientras lo estás haciendo no sabes qué es lo que estás haciendo. Después empieza a tomar una forma. Lo que pasa es que si tú eres muy consciente de lo que vas a hacer, entonces ya se transforma en una cosa racional, una tarea. Hay fotógrafos que son tremendamente racionales, cuya fotografía es interesante por lo mismo. En mi caso no: Soy una persona más bien intuitiva y lo que me gusta de la fotografía nunca sé exactamente qué es. No suelo trabajar con un tema y decir ‘haré esto’. Sin embargo me doy cuenta, y te lo puedo decir honestamente, que éste (el bar) ha terminado siendo un tema, pero no tanto un tema fotográfico, sino como el tema de mi vida, ¡¡¡me gusta estar ahí!!! No sé dar cuenta de otra cosa. Qué va a quedar o qué valor tiene lo que hago, no lo sé.


La France

Leonora nos muestra imágenes de una serie a la que llama "les faubourgs de Barcelone" tomada entre los años 1989-1991 y expuesta en Francia en 1996, para el 2° Mes OFF de la Foto. “Ese trabajo estaba dividido en dos partes: gitanos en un merendero llamado la Pinya d'Or y las fábricas abandonadas de sílice o sílex, que forman la segunda parte. Esta fábrica se hallaba en el pueblo de Valvidreras, a la salida norte de Barcelona, hacia la costa”.

A un segundo trabajo, Leo lo denominó "Mitografías", obra expuesta en la Galerie Vrais Reves de Lyon, en el Primer Mes OFF de la Foto en 1994 y recientemente en el Centro de Extensión de la Universidad Católica. “Se trata –cuenta- del taller de Correia, un artista escultor portugués, hoy fallecido, que hacía sobre todo trabajos de pedido oficial, para ornar plazas, edificios y calles de Francia, Europa, Estados Unidos y cualquier parte del mundo. El taller hoy tampoco existe y sus obras, las que se salvaron, se ubican en diferentes lugares. Forman parte del paisaje generalmente ‘invisible’ de las estatuas oficiales... Son fotos tomadas entre 1989 y 1992 y expuestas en París y en Lyon, el ‘94 y el ’96 respectivamente”.

Sobre Leo y este trabajo, el poeta y profesor de la Sorbonne, Waldo Rojas, escribió: “El lugar no podía sino que interpelar sin vuelta el ojo de la fotógrafa, que posee por arborescencia genealógica un vínculo muy real, y por lo tanto complejo, con la memoria cívica nacional tanto o más que con aquella de las artes de la pluma y el pincel (...) Las estatuas de próceres padecen la suerte del mito que las conforma cuando no prosperan con ella. A la devoción totémica sigue la familiaridad rutinaria y a ésta la apatía y finalmente la franca... invisibilidad. De encarnación de aquellos ‘lugares de memoria’ que refractan los reflejos del patrimonio, dan forma a la liturgia de las conmemoraciones y fascinan hoy día a los historiadores, terminan naufragadas en playas de olvido, que es la otra cara de la misma medalla”.

-¿Cambió tu visión de la fotografía chilena luego de vivir tantos años en Francia?
-Conozco poco de la fotografía chilena actual. En los ‘80 había una visión de lucha, y la fotografía existía contra la dictadura. En lo social se destacaron fotógrafos que hicieron historia. Luego me fui y se produjo el natural vacío y la ausencia. En ese momento se desarrolló una cantidad importante de fotógrafos que no conozco, pues sus trabajos no llegan afuera y no he estado mucho en contacto con Chile. Hoy me admiro de la cantidad de gente que hace fotografía. Y la calidad de la fotografía en Chile ha cambiado, hay una preocupación real -no así en términos de la cultura oficial, eso ya viene- pero sí hay gente con ganas de ahondar, de expresar a través de la fotografía. Eso es muy positivo y sucedió en pocos años... Porque, contrariamente, en Francia, después de Andre Rouillé que decretó que la fotografía estaba muerta, hay una tendencia mayor a la infografía y cualquier otra cosa, menos la fotografía clásica, incluso una especie de saturación con el Mes OFF de la foto. Porque además hay muchos fotógrafos y son todos excelentes. En cambio aquí hay novedad y por primera vez la posibilidad de mayor libertad en lo creativo de la foto. Me encanta ver desnudos totalmente osados y me encanta saber de gente que está trabajando cosas muy dispares y atrevidas.

-Y ante esta superpoblación de talentosos fotógrafos, ¿qué sugieres a los nuestros, especialmente a aquellos que vivimos mirando hacia afuera? ¿Somos una mirada novedosa para el viejo continente?
-Creo que la meta tiene que estar acá. ¡Traigámosla para acá! La fotografía argentina, la fotografía cubana, venezolana, mexicana... es extraordinaria. ¿Por qué Chile no? Chile ha tenido nombres en la fotografía, aunque han sido pocos, que el fotógrafo de tal época, que Keko Larraín, Paz Errázuriz, este fulano o tal. Pero hay mucha gente, muchas voces, y lo que tenemos que aprender es a reconocernos en esas voces y a saber que hay distintos lenguajes y hay que apoyarlos a todos, porque mucha de esa gente va a llegar muy lejos y tiene muchas cosas que decir. Esto está recién empezando, pienso yo, y es fascinante. Te lo digo sin gran conocimiento, pero he atisbado cosas... Aquí el problema fundamental, que sobrepasa a la fotografía, es el problema del poder. Si tú te metes en la cuestión del discurso del poder, hay ciertos fotógrafos que tienen la banda ancha. Pero eso me importa un pito. Vayámonos por el lado de la expresión. Tenemos que ayudar a que haya más fotógrafos que se expresen y que saquen adelante su lenguaje.

-¿Cómo es que Francia no influye en tu fotografía? Tus encuadres son bastante clásicos y no caes –para bien o para mal- en un lenguaje más complejo o sofisticado, difícil de leer sin ciertos códigos... Más bien asimilas esa fotografía que Robert Doisneau hizo famosa caminando por los cafés y calles de París...
-Bueno, yo ya soy viejita también. Yo viví un mundo europeo clásico. Me encanta la fotografía moderna, pero mi mirada será siempre esa. Ya estaba formada, no comencé a hacer fotos allá. Y me costó mucho hacer fotos en Francia, identificarme y no sentirme una turista japonesa, porque allá todo el mundo saca fotos. ‘Yo no quiero hacer eso’, te dices, ‘no quiero ser un pato que saca fotos, no quiero sacar la cámara a cada rato’. Y durante mucho tiempo no saqué fotos, o usaba cámaras escondidas, o sea andaba robando imágenes, pero también escondida de mí misma. Hasta que de repente comprendí que podía sacar fotos como en Chile. Y fotografié lugares donde me identificaba, nunca o muy rara vez hice fotos en lugares que en sí eran muy interesantes, pero que a mí no me pasaba nada con ellos... Esa es mi mirada... es clásica, cierto... y aparentemente hay más una influencia -de Doisneau o Brassaï- con el viejo París, pues ese es el París que a mí me gusta, el París de ahora me carga. Por algo me vine.


Chile, acusando el golpe

“Me fui antes del golpe, en marzo del ’73. Tenía 20 años. Me fui a París, a estudiar antropología en La Sorbona... Luego viví un año en Atenas y estudié griego moderno. Allí comencé a interesarme en la fotografía. Regresé a Chile el ‘78 para quedarme hasta el ’83. La AFI se fundó el ’80. Como no había vivido el golpe, no acusé el golpe. Llegué a Chile y la gente vivía muerta de miedo. Yo tuve un hermano que estuvo preso, fue torturado en la Villa Grimaldi, un tío desaparecido, en fin... Pero a mí no me llegó ninguna cuestión, yo viví el golpe en París. Saliendo de la Prefectura de Policía leo: “Extraño asesinato del doctor Salvador Allende”, y unas bombas que se veían caer sobre La Moneda... Entonces, cuando volví, no sólo participé en la AFI, creé los Encuentros de Arte Joven, trabajé en una revista de poesía, en mi casa se imprimió más de un número de la revista El Rebelde, o sea, no tenía ningún miedo, tenía esa libertad y empecé a fotografiar los bares en esa época, como una cosa social. A mí nunca me interesó salir a la calle a tomarle fotos a los pacos... Era amiga de Álvaro Hoppe, pero yo no iba a salir con él a que me apalearan, ni muerta, porque ya me habían apaleado varias veces. Trabajaba para la Phillips, en Valdivia, y me tomaron presa, me quitaron las cámaras, me pegaron... Ya no tenía ganas, yo no tengo ese espíritu de reportero gráfico, pero sí me interesaba lo intimista de la fotografía, siempre me interesó. Y en parte estas fotos de bares dan cuenta de la terrible vida que se llevaba acá, una vida puertas adentro y muy amordazada”.

“Harta del clima político de Chile, regresé a Francia, donde residí hasta fines del año 2000. Allí viví y sobreviví haciendo diferentes cosas: Fui ‘linternera’ de cine, cuidadora de condesas bretonas, bailarina ocasional, garzona de hoteles de lujo, profesora de castellano, cantante de bares, baby – sitter, “fille au pair”, vendedora ambulante, etc. Hasta que entré en el mundo del cine de animación en 1986 y me fui especializando en montaje de sonido, detecciones y lipsinch (sincronización de labios para monos animados) El ’90 trabajé como asistente de montaje con Alejandro Jodorowsky en la película The Rainbow Thief... Siempre seguí pintando fotos y expuse en diversas galerías europeas. Pertenecí, además, al comité administrativo del Mes OFF de la Fotografía de París y fui jurado de selección del 2° y 3° certamen. Desde el ‘95 hago fotografía digital y sigo pintando fotos a mano. Nunca he vivido de la fotografía, sólo he vendido algunas fotos a museos, coleccionistas y amateurs. Nunca he ganado premios y no suelo participar en concursos. Me considero fotógrafa sólo hasta cierto punto”.

-¿Por qué decides volver?
-Volver atrás es imposible, pero no del todo. Yo volví, después de treinta años, pero a experimentar otra vida diferente. No quise volver a Santiago, porque realmente cambiar París por Santiago me parecía una lata. La cosa urbana de esta ciudad es muy triste. Creo que no habría podido, además tendría que haberme puesto arribista, pesada, empezar con codazos, decir ‘córrete pa’ allá, déjame hueco, yo soy la fulana de tal...’ Yo no sirvo para eso. Trato de sobrevivir en un país que, a pesar de haberse liberado de la mordaza y del terror, vive en la histeria del poder y del dinero, y en una desigualdad clasista endémica, haciendo creer al resto del mundo que todo está Okay... Y también teníamos (mi pequeña familia y yo), ganas de entrar a un Chile que no conocíamos. Siempre he hablado de Chile fuera y resulta que una vez en Francia alguien me dijo: ‘Pero ¿tú conoces Chile?’ No mucho, la verdad. Volví porque quiero estar cerca de mi familia, mis hermanos... Pero volví a Carahue para vivir en el Chile Profundo. Ahí es muy pobre, muy triste a veces, y la gente es cerrada. Pero hay mucho que hacer, está lleno de gente joven fantástica. Hay mucho que enseñar y yo también quiero aprender de esa gente.

-¿Estás fotografiando?
-Sí, tengo un proyecto intercultural con las mujeres de la isla Huapi, al borde del lago Budi.

-¿Qué te atrajo de ellas?
-La risa. Son gente admirable, la más linda que he visto en estos últimos años. Porque tienen una capacidad para resistir la precariedad, la brutalidad y la violencia, con una alegría y claridad impresionantes.


País de dictadorzuelos

-¿Ayuda a la fotografía el agruparse en asociaciones o gremios?
-Hoy hay mucha dificultad para agruparse. Hemos llegado a tal individualismo en el mundo y a una guerra económica tan salvaje, que hay una especie de cosa terrorífica, de la necesidad de agruparse, pero también el individuo tiene un peso terrible. Yo creo que es muy necesario agruparse, pero no engrupirse. Y hay grupos y grupos. En eso yo soy fiera, o sea no quiero entrar a cualquier sociedad de fotografía, porque ya pertenecí a la AFI y he visto demasiados grupos. Creo en la colectividad, pero también creo en la individualidad dentro de ella, y en el respeto. Los grupos tienen que crecer, pero no para el poder de algunos ni para que unos se pongan a la sombra de otros.

-¿Cómo fotografiar esto que sucede ahora, esta realidad que se asemeja a la nada?
-¡Es que esto es infotografiable! (risas) Hay que meterse en las altas esferas. A mí lo que más me gustaría es meterme en lugares increíbles y fotografiarlos, pero ¿qué acceso tengo?. Y no es que nadie haya fotografiado a la clase alta. Hay un trabajo muy interesante de Lucho Weinstein. No sé si tiró la esponja o cambió de vida, pero al parecer no lo terminó. Recuerdo unas fotos muy bellas y muy expresivas de una especie de decadencia muy chilena. Pero sólo vi tres o cuatro fotos, que eran como una cita a William Klein. El tema del sujeto fotográfico es eterno, podemos fotografiarlo todo pero también es importante que la fotografía tenga un espacio lo más democrático posible. Ese es el ejercicio que tenemos que aprender; la democracia y la tolerancia, porque este país está lleno de dictadorzuelos... y matones intelectuales, y arribistas, y gente que llega diciendo ‘aquí estoy yo, soy el mejor’. Viniendo de Europa te puedo contar que ahí tu levantas una piedra y salen cien fotógrafos diez veces superiores al mejor. Y superiores en todo, gente que tiene escuela, medios, que rompe 20 fotos fantásticas y las tira a la basura mientras tu exclamas ‘¡dios mío, señor! Y yo ‘dónde me meto, dónde quepo’. Vuelves aquí y te das cuenta que hay algunos que quieren ser EL FOTÓGRAFO, único y nadie más. Entonces es terrible, muy ridículo. Es como volver al kindergarten y yo no quiero volver al colegio…
-¿Por qué no sugerir, para no fotografiar lo obvio?
-La imagen es también algo interior, eso es muy importante. La imagen es lo que queda de uno, es como un guiño. Si me preguntan ¿por qué hago fotos? Yo no hago fotos, la foto me capta. Yo no creo en eso de ‘oye pasa algo allá, vamos a tomar fotos’. La cosa de los eventos. Para algunos es muy interesante lo de Spencer Tunick, desnudarse en la calle... Pero también la parte espectacular del asunto es poco interesante, le quita fuerza y aparece como un trabajo ‘consumista’. Vamos a ver qué queda de eso más adelante. Lo que es interesante es meterse en una vena y hacerlo. Uno no sabe lo que hace mientras lo hace. Hoppe no lo supo en su momento. Es cierto que en tiempos de adversidad se crea quizás más, pero no por eso vamos a desear que la adversidad se nos venga encima. ¿No nos pasa nada a nosotros? ¿Qué me pasa a mí, con esta nada misma? ¿No se puede fotografiar? Por supuesto que sí, pero todavía el lenguaje se está gestando. Y siempre pasa algo, y esa nada, ese vacío que uno siente, es también algo... El cómo se acerca uno a eso (que no es un evento ni un espectáculo) es lo importante.

-¿Qué opinas de las clasificaciones “fotografía chilena” y “fotografía latinoamericana”?
-Quizá porque nuestro país es muy chiquitito, hay una necesidad muy grande de estar siempre refiriéndose a “lo chileno”. No he sentido eso en otras partes. En Europa nunca sientes eso de “¿tú eres chileno, francés, tú eres checoeslovaco, suizo?” Nadie es de ninguna parte y todo el mundo es de todas partes. Y la fotografía sobrepasa fronteras, da lo mismo... Cuando miras la fotografía de Koudelka, que es checho, tú no sabes dónde fue tomada, es su ojo nomás, y no la valoras por ser checa. Lo mismo los reporteros. Depardon, francés, saca fotos en Irak y en todos lados. Es su ojo, esa foto no es ni más ni menos francesa. Esa necesidad que tiene Chile de anteponer su nombre en todas partes y en cada cosa que se hace, es una enfermedad.

-¿El lugar donde naces, tu cultura, no influye en cómo ves?
-Es que no hay una cultura chilena, no creo en eso. Porque entonces habría una cultura del norte de Chile, otra del sur... Creo que hay una especie de exceso de chilenidad o de deseo de identidad, pero un tipo como Arrau, por ejemplo, puede que sea chileno, pero sobre todo toca el piano, nació en Chile y toca a lo mejor el descueve a Bethoven, pero si hubiese nacido en Uruguay o en Tumbuctú habría hecho la misma cosa, no hay una chilenidad en esa tocatela de teclas... Ahora, un ojo como el de la Paz Errázuriz... ¿En qué está lo chileno de su fotografía? Su ojo es sensacional, quizás en cualquier otra parte le habría costado identificarse, pero lo interesante es la foto, y no lo chileno, sino lo que transmite, y eso es universal. Al mirar una foto de Paz Errázuriz no puedes saber instantáneamente si fue tomada en Chile. Me parece que es importante destacarlo, es una de las cosas que más me molesta de este país: A cualquier cosa que hagas hay que ponerle Chile o terminar con Chile y cantar la canción nacional... Estos mismos que se empelotaron para Tunick, ¡todos cantaron la canción nacional! ¿Por qué no cantaron otra cosa? Ningún francés se empelotó y salió con ‘Allons enfants de la patrie...’ Jamás, prefieren cantar un reggae. A mí me perturba tanto nacionalismo. No hay necesidad de definir la foto por su nacionalidad. Y otra cosa, ayer leía un artículo de un señor muy importante, que escribe mucho sobre fotografía, y dice “lo femenino...” Si estoy mirando una foto, no puedo saber si la hizo un hombre o una mujer. El ojo es ante todo ‘humano’. Hay fotos de niños o de gente muy vieja, incluso de gente ciega que son extraordinarias... Ciertamente que la diferencia cultural hace la riqueza, somos diferentes, es distinto ser sudafricano o mapuche que ser eslavo o vivir en Siberia, eso no cabe duda, pero no es esencialmente distinto. La identidad se forja a lo largo de la vida. Lo importante de un escritor como Coloane no es que sea chilote o chileno, sino que le dio una dimensión universal a la Patagonia. Lo importante de Sebastián Salgado no es que haya nacido en Brasil, sino su obra fotográfica a lo largo de todo el mundo.

-¿Y la identidad según tu origen social...?
-Elegí irme fuera de Chile, nadie me echó. Siempre me sentí ahogada aquí, y desde chica tenía ganas de irme fuera, a cualquier parte, y me encantó afuera y sufrí también. Hoy puedo ser del Tercer mundo incluso viviendo en el Primer mundo… En Francia se habla hasta del Cuarto mundo, es todo una cosa económica al final. Puedes ser del Tercer mundo sin haber salido nunca de París, y ser del Primer mundo sin haberte movido de acá. Esta es una guerra económica establecida, y aquí nos vamos a batir, y los hijos de nuestros hijos... Es distinto ser un negro con 10 millones de dólares en el bolsillo, a ser un negro que barre la calle y aparece en una foto de Salgado. Es distinto ser un chileno que gana cuatro millones cuando pestañea, a ser un chileno que gana cuarenta mil pesos al mes para mantener una familia. Y ¿es ser tan chileno lo uno como lo otro? Yo me identifico con la gente común y corriente de cualquier parte del mundo.

* Entrevista publicada en Octubre de 2002, en la revista Plus+Gráfica

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