Este artículo no es mío, pero me pareció interesante compartirlo con los interesados en la Fotografía Chilena. Juzguen ustedes.
Sus instantáneas son la voz del tiempo y de la historia. Y su lente, el arma letal que han escogido para defender la memoria. Aquí, los latidos que los han hecho apretar el obturador.
Producción: Gabriela García. La Nación, Domingo 30 de Julio de 2006
Hay muchas fotografías que considero importantes en mi vida-oficio. Elegí ésta por ser, en particular, aquella que existió antes del proceso físico-químico de la fotografía análoga. En un gris y enlutado septiembre de los años 80, buscando un circo donde poder continuar una serie vinculada al tema que venía repitiendo hace un par de años. Siempre con la Rolley Flex de 6x6 cm, y película en blanco y negro Tri X para 12 exposiciones. Al principio realicé algunas tomas que me resultaban bastantes triviales y descriptivas; pero después de varias horas de conversación y tecitos con los trabajadores del gremio, ya casi al término de la función, parado frente a la salida de los artistas, me encontré con esta escena: “la trapecista y la niña”.
Hice una sola toma. No insistí en seguir haciendo más fotos; el movimiento de la capa, el gesto de la comunicación entre ellas, el espacio escenográfico, la luz tenue, era la síntesis de la imagen que había buscado toda la tarde. Sentí una profunda emoción: era la foto decisiva. Guardé la cámara y me fui llevando conmigo la imagen latente de aquella escena. Transcurrido el tiempo me sigo preguntando: ¿es acaso el “instante decisivo” al que se refería nuestro colega Cartier Bresson?
José Moreno
No puedo decir que para mí existe “la foto de mi vida”. Colocado en el trance de elegir una foto significativa para mí, seleccioné una que forma parte de un trabajo mayor, un proceso de 10 años desarrollado junto a un grupo multidisciplinario y jóvenes con discapacidad mental. Fue la primera vez que hacíamos una toma fuera, en el Centro Experimental de Arte La Perrera. María Isabel, Elisa y Emiliano eran los modelos que participaban por primera vez de la experiencia. Tras ellos, afirmándoles las manos para que conserven el gesto, hay dos profesoras escondidas. Después de 30 tomas en que no lograba resolver el gesto ni algunos elementos de ambientación, Antonio Becerro coloca al perro arrodillado. Yo le pido que ingrese a la escena con la cámara. En ese momento, alertado por los carabineros a caballo que hacen la ronda por el parque, el cachorro que aparece en el plano posterior corre hacia la ventana y levanta sus orejas. Ese gesto me indica el momento de obturar. Curiosamente, es la única foto de toda la serie que conjuga gestos y miradas. En ese instante se resuelven favorablemente una serie de tensiones no todas visibles y evidentes en la foto.
Jorge Aceituno
Esta foto fue tomada en el Tedéum de Fiestas Patrias de 1980. El lugar es la Plaza de Armas, frente a la Iglesia Catedral de Santiago, donde estaba apostada la Escuela Militar. Yo estaba cubriendo el Tedéum, en su interior estaba la Junta Militar y salí a fumarme un cigarrillo. Caminé hacia el lado sur. Pensaba tomar una foto de la Escuela Militar que estaba en frente. En eso veo una paloma que viene volando, pensé instantáneamente en que ojalá se posara para tomar esa fotografía, pero la cámara estaba regulada para luz ambiente al interior de la iglesia, por ende estaba con lente abierto y a muy baja velocidad, un quinceavo de segundo.
En eso veo que la paloma se posa en el pavimento, justo frente a los militares, y empieza a caminar. Todo aquello sucedió en fracciones de segundo, sólo alcancé a cerrar el diafragma en 22, y disparé. La paloma sólo caminó aproximadamente un metro y medio y después voló. Para mí, esta foto es representativa de lo que sentíamos muchos chilenos que éramos de oposición. Me acordé del libro “La guerra y la paz”, creo que representa cabalmente un sentimiento de rebeldía frente a la situación de nuestro país en ese entonces.
Finalmente, esta es una foto que me ha dado muchas satisfacciones, ganó un premio de fotografía y ha sido mostrada en todo el mundo. Entre el momento de la toma fotográfica y el revelado de la misma transcurrió un día. La inquietud por verla creo que fue uno de los momentos más largos de mi vida.
Luis Navarro
Muchas imágenes están en mi memoria, en especial ésta, que fue construida en el año 1994. Hace más diez años me contagié de las ganas que tenían mi hija, Catalina Abril, y su madre por vivir este acontecimiento: “El eclipse”. Cuando niño, en mi colegio de curas −el Liceo Leonardo Murialdo− también estuve en un eclipse. Como en ese tiempo no existían los famosos lentes que aparecen en la foto, tomé un vidrio y lo quemé con una vela, lo que lo hizo quedar oscuro. Así pude mirar, a través del vidrio carbonizado, el Sol y la Luna. Y me impresionó tanto esa imagen que he vivido con ella dentro de mi cabeza.
Años después, las ganas de mi hija (en ese entonces tenía seis años), las de su madre, la de los profesores del Colegio Swedenborg de Macul, y las mías, me llevaron a “escribir” con imágenes historias. Me hicieron asistir aquel día con cámara en mano al colegio, esperar el momento, ver una imagen que tuviera varias lecturas, que fuera reflexiva, emotiva, atemporal y honesta, y disparar. Siento que ésta es una fotografía tomada desde el “interior”, que todavía me “conmueve”... ¿Y a ustedes?
Álvaro Hoppe
A 90 kilómetros de Iquique, en plena Pampa del Tamarugal, en el pueblo de La Tirana, viven 600 personas. Pero entre el 12 y el 18 de julio, más de 100 mil llegan allí para conmemorar a la Virgen del Carmen. Tambores, cantos, alegría y despliegue coreográfico conforman el escenario en que Álvaro Hoppe se aproxima a esta celebración. Su oficio no lo limita en su tarea de impedir el olvido, por lo que le estamos profundamente agradecidos. En esta fiesta religiosa plagada de símbolos, Hoppe, sin mediar oposición entre la realidad y la magia, nos deja decidir cuál es cuál. De esa forma trastoca una verdad aceptada y generalizada, y nos entrega una llave para comprender. Irrumpe con sus imágenes en medio de la música y el baile, para mostrarnos esa combinación armónica/disarmónica del fervor religioso. Las cuatro imágenes que vemos no son más que una muestra de las más de 20 que éste captura de La Tirana. No obstante, nos advierte el paso del tiempo y la incorporación violenta de foráneas culturas que se entremezclan o no (en la foto, “Chicago”). Que los colores y las luces son embriagantes y representan un regalo para olvidar al infiltrado. La última imagen es generosa, Hoppe hace un homenaje al “minutero moderno”, que permanece atado a las antiguas generaciones por los fieles caballitos que él lleva siempre consigo. El fotógrafo lo muestra incorporado y ajeno al mismo tiempo, como un viajero que estará en la próxima fiesta.
Ilonka Csillag
20060730
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