20061121

SE PASO LA MICRO. Fotografias de JAVIER GODOY.


Mi padre fue chofer de micro por más de treinta años y con gusto le habría seguido siendo por otra década, ello de no ser por una trombosis cerebral que lo atacó a bordo de la vieja Intercomunal 4 (ex La Dehesa-Lo Barnechea), la liebre que conducía.

El padre de Javier, fotógrafo de restaurantes, bautizos y matrimonios no quería que su hijo heredara su oficio. Donde él veía un trabajo, el método para obtener el sustento diario, su retoño veía un medio de expresión, por sobre todo una pasión.

A mediados de los 90, Javier Godoy se transformó en el fotógrafo “menor de treinta” más inquieto del que tuve noticias. Su incipiente obra era el fiel reflejo del entusiasmo constante que su padre no conoció. Las innumerables historias que muy pocos eran capaces de ver en el Santiago post dictadura, fueron la materia prima de su cámara. Sus series sobre el Club Hípico, el Parque O`Higgins (1993) y la barra brava Los de Abajo (1997), así como sus primeros coqueteos con la prensa (en los suplementos Zona de Contacto y Revista del Domingo) se encuentran entre lo más notable de la década con que los chilenos, acusando los primeros síntomas de amnesia, nos despedíamos del siglo XX. Y si bien, en 1997 Godoy aseguraba en una entrevista que “la fotografía de autor no está pasando por los medios”, fueron éstos los que tempranamente le abrieron las puertas a esos submundos que le intrigaban y que, desde el inicio, se convirtieron en el motor de su búsqueda. Junto a lo realizado por Víctor Ruiz o Jaime Puebla en La Época, los reportajes de Godoy para El Mercurio; calle 10 de Julio, gimnástico despliegue de grumetes abordo del buque escuela Esmeralda, perseverancia de un grupo de buscadores de oro en Cucao o la patética resignación de una treintena de reclutas en un cantón de Punta Arenas, destacan como respetables intentos por introducir la mirada de autor en nuestra todavía mezquina prensa escrita.

Pero llegó el siglo XXI arrastrando la niebla democrática y Godoy, que no cejaba en su búsqueda por saber de qué hablaban sus personajes, calló. O cayó, al menos, en el letargo de los medios. De Las Últimas Noticias saltó al que parecía un proyecto prometedor; la revista Siete + 7, más tarde diario Siete (sabemos hoy cuánto pesa y vale el “progresismo” en el periodismo chileno), y del deambular conjeturante de Godoy no supimos más.



Lo dijo Manuel Rojas: “El periodismo es un buen bastón, pero una mala muleta”. Afortunadamente, la idea de ordenar y publicar el retrato que hace más de una década viene haciéndole a la sociedad capitalina, no abandonó nunca al fotógrafo. Silenciosamente, burlando el sistema de vigilancia y coartación laboral, se las arregló para iniciar una nueva aventura, esta vez en micro. Y si en los 80 el tour contemplaba Pudahuel y La Bandera, el itinerario (que reaparece ampliado incluyendo La Pincoya, Peñalolén, Cerro Navia, Conchalí, Maipú, Mapocho, Pedro de Valvidia, El Barrero, Providencia, Puente Alto) no ha dejado de ser la invitación a un viaje “más allá del individualismo”, como asegura el fotógrafo. Un viaje solitario, introspectivo, metáfora sin duda de la vida y sus clásicas interrogantes acerca de quiénes somos y a dónde vamos.

En tiempos de virtualidad y superproducción de imágenes -imagen como vehículo publicitario- Godoy parece querer evitar entrar en el juego. Desprovistas de color y píxeles, pero por sobre todo de esa apariencia “moderna” de indefinición y velocidad –viejo nuevo dogma del diseño- sus fotografías todavía no acusan recibo del cambio de milenio, quizás porque, contrario a lo que quisiéramos, Chile sigue siendo el país subdesarrollado que creíamos haber dejado atrás, esa mascota molesta que sin el menor escrúpulo abandonamos en la carretera y que, por las noches, no deja de perseguirnos. La ventana trasera de la micro Chile se mantiene sucia hasta lo imposible. Adornada con unas cortinas roñosas, polvorientas, sigue siendo una cruel broma sobre la imposibilidad de mirar el camino recorrido. Como la mujer y su extrañeza, estamos todavía bajo el patente peso de la noche, mucho más próximos al Plaza Oeste que a Vitacura. Se pasó la micro. Y lo alarmante es que, atrasados, automáticos, resignados y perplejos, continuamos esperando. Como mi padre, que dos décadas después del comienzo de la enfermedad que lo dejó postrado, sigue contando con entusiasmo y a quien quiera oírlo, las historias de su vida arriba de una micro.




***Texto solicitado por el fotógrafo Javier Godoy para su exposición Se pasó la micro. Fotografías de Javier Godoy, realizada en la FotoGalería Arcos (Santo Domingo 789, Santiago de Chile) a partir del 21 de noviembre de 2006.

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