"Dormí muy mal. La vidriera de mi dormitorio era un hoyo, un enorme hoyo deforma alargada e irregular. Un enorme vacío de memoria"
EL 27 de noviembre se inaugura en el Museo de Bellas Artes Chile, una memoria en camino. La muestra, del francés Patrick Zachmann, reúne una serie de paisajes que el fotógrafo captó en el norte de nuestro país, a propósito de su cuestionamiento frente a los detenidos desaparecidos durante la dictadura de Pinochet, la memoria y la identidad. El Mostrador adelanta la visión de Zachmann sobre el tema y la historia que lo trajo a Chile.
A fines de julio de 2000, Patrick Zachmann (1955) se presentó en el MNBA de Santiago y deslumbró a un centenar de personas que poco y nada sabían de su obra. Eran aficionados, estudiantes de fotografía y uno que otro lente nacional, la mayoría atraídos por el taller de edición que el francés de origen judío realizaría en el museo. La invitación, cursada por IMA Agencia de Fotógrafos, fue todo un éxito. La concurrencia conoció a uno de los más talentosos fotógrafos contemporáneos y, de paso, los que se atrevieron, supieron algo más de sus propias fotografías al someterse a los consejos y juicios críticos de Zachmann. Ya entonces, el profesional desarrollaba el proyecto que el 27 de noviembre expondrá en nuestro país: "Chile, una memoria en camino". Imágenes que esta vez no mostrarán la misteriosa diáspora china en el mundo, el pueblo judío o la mafia napolitana, sino a nosotros mismos frente a la etapa de nuestra historia que más nos incomoda, la amnesia crónica que negamos tratar.
Pero ¿Quién es Patrick Zachmann? ¿Qué ha hecho durante su vida tras el lente? ¿Qué movimientos sobre el tablero lo fueron acercando hacia nosotros, al Chile desmemoriado que a él tanto le interesa?
"El golpe de estado de Augusto Pinochet marcó mi generación -responde el fotógrafo, en el texto que envió a Chile para el catálogo de su muestra. Representaba lo inaceptable: La victoria del horror, la barbarie, el fascismo. Nos mostraba también cómo podían ser de ilusorias o ingenuas algunas de nuestras certezas y utopías de la época... Yo sentí rabia, impotencia, y luego borré Chile del mapa del mundo, como se entierra un dolor en un hueco de la memoria. Y me doy cuenta hoy hasta qué punto este país había dejado de existir para mí. Yo había terminado por persuadirme que no se podía sobrevivir a una dictadura de tal magnitud, que los chilenos sólo podían ser exiliados o muertos. ¿Cómo pude, cómo pudimos olvidar hasta este punto?"
Su primer viaje a Chile se llevó a cabo gracias a la detención de Pinochet en Londres, en octubre de 1998. En diciembre del mismo año, la revista femenina Marie Claire le pidió a Zachmann su mirada. Él propuso un trabajo sobre las mujeres víctimas del régimen militar chileno, en un país que lo impresionó desde el primer minuto: "Encontré un país en que el estado de amnesia me asombró, pero me entusiasmaba aun más que me sentía enviado confusamente a mi propia historia, a mis dificultades con la memoria, esa que de entrada no se me transmitió, y que siempre me faltó. Rápidamente comprendí que lo esencial transcurría subterráneamente, que las secuelas del régimen no eran fácilmente visibles desde el exterior. Me encontré con víctimas y sus familias, con hijos e hijas de desaparecidos que fotografiaba reteniendo mis suspiros: Ellos comenzaban a penas a hablar. Cada uno se esforzaba individual y colectivamente a aunar las partes de una historia, para dar algunas posibilidades nuevas al futuro".
Su historia
El miembro de Agencia Magnum se inició a los 22 años, cuando sus padres se resistían a que fuera fotógrafo. Ingeniero les parecía mucho mejor, pero Patrick no los escuchó: "Fui vendedor en la FNAC, un centro comercial donde nos prestaban cámara y películas y pude hacer fotos. Entonces, mis padres intentaron que estudiara arquitectura. Aguanté seis meses en la Escuela de Bellas Artes de París. De todas maneras, era más agradable que la escuela de ingeniería. Luego me lancé como fotógrafo free - lance", recuerda.
Su primer encuentro con la fotografía netamente de prensa -a la cual mira con cariñosa severidad- se debió a un reportaje que realizó en Portugal, en 1975, a propósito de la célebre revolución de los claveles. Entonces, Zackmann aceptó la propuesta del director de una joven agencia fotográfica, quien le ofreció la posibilidad de mostrar sus imágenes, y dos años más tarde se convirtió en miembro fundador de Agencia Rush, donde permaneció seis años.
Como muchos de su generación -y no sin algo de orgullo- reconoce haber aprendido su arte lejos de las aulas universitarias. Su única formación profesional -dice- duró una semana, cuando en Arles tomó un taller con Guy Le Querec. "Soy realmente autodidacta, pero no tengo nada contra las escuelas", asegura y se apura en argumentar: "En Agencia Rush aprendí la práctica. Viajé a Japón, hice mi primer viaje a China y en Irán realicé un seguimiento al Ayatollá. Para mí eso fue muy importante, ya que fue mi primera experiencia real con el fotoperiodismo".
¡Y qué experiencia! El TIME Magazine contactó al joven Zackmann para hacerle un pedido. "Había muchos fotógrafos y era todo una locura, la histeria total -rememora. Hoy, las condiciones de transmisión han cambiado. Entonces tenía que entregarle las películas a alguien que viajara pronto a París. Luego de tres días de trabajo, ya tenía buenas fotos, pero no llegaron a tiempo a TIME. Estaba en un cementerio donde el Ayatollá hizo su primer gran discurso. Cuando todos se retiraron había una luz muy bonita, comenzó a llegar gente a las tumbas y, en vez de irme y entregarle las películas a mi contacto, me quedé estúpidamente tomando fotos. El pedido llegó atrasado. La editora me dio mi primera lección de fotoperiodismo: Yo podía hacer las mejores fotos, pero si no llegaban a tiempo, no servían para nada. Fue un giro para mí. Me di cuenta que toda la efervescencia en torno al periodismo, no me interesaba. Más que en la actualidad misma, yo quería trabajar en la periferia del acontecimiento".
Nápoles: Policías y ladrones.
Zackmann quería enfrentarse a la violencia, "lo que no se puede evitar siendo fotógrafo en terreno", asegura. "Quería enfrentar la violencia exterior, del mundo, pero también la del acto fotográfico, la agresión hacia la gente fotografiada. Quería determinar cuáles eran mis límites en relación con esa violencia, cuáles eran los límites para fotografiar. Quería respetar el sufrimiento y la dignidad de la gente que tenía enfrente, pero también ver qué podían aceptar como violencia. Eso depende de la historia y la sensibilidad de cada uno. Es muy importante identificar estos límites cuando te lanzas en la fotografía, en todo caso al fotografiar gente".
Reconociendo la influencia de la estadounidense Diane Arbus, Zachmann explica: "Luego de conocer al retratado, Arbus obtenía de él o ella una imagen sin compasión. Por eso la criticaron de inhumana, de no respetar a sus modelos. Yo creo que la relación entre la persona fotografiada y el fotógrafo, se corta cuando éste presiona el obturador. Ahí privilegio la fotografía, rescato ese momento por sobre la relación. Si uno es fotógrafo, hay que cometer esa violencia para lograr el acto fotográfico. La persona fotografiada vivirá siempre -aunque sea de manera muy dulce- una agresión. Quizá, luego, el acto no sólo sea aceptado, sino incluso deseado".
De ese ejercicio, que el fotógrafo llevó a cabo en Nápoles, Italia, resultó su libro: "Madonna!" (1983), a propósito de la ambigua relación entre la mafia y la policía napolitana. Las imágenes fueron acompañadas por un texto de Claude Klotz, escritor de novelas policíacas que logró realzar la idea de Zachmann: "Más allá de la denuncia, este libro es un trabajo sobre la realidad y la ficción, la relación entre el texto y la imagen. Con esta idea de ficción y realidad, y entregándole a Klotz mis imágenes sin pies de foto, le pedí que escribiera una ficción. El resultado fue muy interesante, las imágenes de policías que yo iba siguiendo, en su imaginación se transformaban en mafiosos, o viceversa. Los policías y los ladrones pertenecen, en Nápoles, a los mismos barrios, y en el fondo todo era una cuestión de apariencia y teatralidad".
"Había una puesta en escena para la TV. Los periodistas llegaban con las imágenes en mente y la mafia se las conseguía. Fuimos al barrio español, donde la mafia contrataba a pequeños delincuentes, luego a una discotheque, donde se le había avisado al propietario que iría la policía. Así, más tarde, volvían al cuartel y todos quedaban contentos: La TV tenía sus imágenes, la policía había hecho su trabajo bien... Y la mafia también, por supuesto".
"Para poder quedarme -recuerda-, necesitaba la imagen de un muerto, y en esa época había una guerra entre dos bandas, con 350 muertos al año. Entendieron ese argumento y después de esa foto tuve que irme. Más tarde volví y estuve un mes junto a ellos, día y noche. La policía se acostumbró a mi presencia y casi ni se daban cuenta que yo estaba ahí".
"Es importante asumir tu presencia. Yo no quería ser un policía, quería mantener una distancia, pero igual los mafiosos no entendían por qué estaba ahí. Hoy creo que no me atrevería a hacer este tipo de imágenes. Hay que trabajar más sobre la sugestión que la demostración", comenta Zackmann, quien en su segundo viaje a Nápoles entabló amistad con un joven policía, Andrea Mornill, futuro director de la policía antimafia napolitana y uno de los primeros "guías" con los que el fotógrafo trabaja para llevar a cabo sus profundos reportajes.
Del paisaje de sí mismo
"No soy para nada un paisajista", ha dicho Zackmann. Pero finalizado su trabajo en Italia, de regreso en Francia, el fotógrafo se hallaba saturado de violencia, de la cual nunca imaginó sus alcances: "Uno de los policías que dirigía la brigada antimafia en Nápoles, el mismo que me había introducido y contactado incluso con mafiosos que él conocía, ahora mi amigo, fue asesinado. Al volver a Francia, no lograba enfrentarme con la gente. Necesitaba reconciliarme con mi propio país".
La forma escogida por el fotógrafo -que también incursiona en cine- fue, claro, la imagen y su constante cuestionamiento frente a ella. Así nació su no tan conocida serie sobre la autopista francesa o, como él la denomina, "una ida y vuelta entre lo cercano y lo lejano y, obviamente, entre la atracción y retracción por lo humano". Para Zackmann, el concepto de ida y vuelta es también "entre el color y el B/N, el texto y la imagen, entre lo real y la ficción, entre la imagen fija y animada... Pese a que su construcción lamentablemente ha aplanado el paisaje, me gusta la visión panorámica de la autopista y estas imágenes fugitivas que vemos al viajar muy rápido".
Como en toda su obra, destaca en esta serie una de las máximas que más le preocupan: "La fotografía no es sólo el hecho de documentar el mundo, sino también uno mismo. Creo que así, por enfoques sucesivos, uno empieza a hacer su propio autorretrato. Es lo que me interesa en fotografía y también en otras disciplinas: ‘Entrar en el artista’".
Sin embargo, su interés por el documentalismo -indisolublemente ligado al pensamiento humanista- primó por sobre el paisaje introspectivo y cualquier idea de abstracción en Zachmann, quien pronto buscó la forma de satisfacer la necesidad de "volver a la gente... Porque me gusta la vida, pero, como a todos nosotros, me cuesta entender al hombre. En plena guerra, dos franceses denunciaron sucesivamente a mis abuelos, por ser judíos. Desaparecieron en Auschwitz... Quiero a Francia, pero también hay gente que me asusta. Esta gente que reivindica un nacionalismo, algo muy francés, gente de extrema derecha, fascista".
¿Por qué continúa en el fotógrafo este interés por el ser humano, si apenas la historia comienza nos damos cuenta de lo repudiables que podemos llegar a ser? "Es la pregunta fundamental que yo me hago -respondió Zachmann en su anterior visita a Santiago- ¿Cómo es posible llegar a tal barbarie: Auschwitz, Ruanda, Bosnia, Chile o Argentina? Un amigo psicoanalista argentino, cuya ex - mujer fue torturada, me preguntó en una ocasión: ‘¿Vas a seguir creyendo en el hombre?’. No se ha encontrado la razón de esta barbarie, todavía se busca, y es eso -el hecho de buscar, de no darse por vencido- lo que da sentido a todo esto, un sentido de sobrevivencia. El día que deje de buscar, será porque he dejado de creer. Pero, en el fondo, este amigo me decía: ‘Sólo buscan aquellos que ya han encontrado’. O sea, puedes buscar sólo cuando encontraste las razones para poder tener esperanza en el hombre, y eso requiere de todo un trabajo con uno mismo, de descubrir tus defectos y el cómo luchar contra eso".
Del Holocausto judío a Chile
Finalizada su serie de paisajes, el Ministerio de la Cultura de Francia le pidió a Zachmann -y a otros nueve fotógrafos franceses- hacer un trabajo sobre los jóvenes nacidos producto de la inmigración en dicho país, pero también armar talleres donde, por medio de cámaras fotográficas básicas, pudieran ellos mismos retratar su realidad. En 1985, el fotógrafo ingresó a Magnum como nominado. Por esos días colaboraba ya con las revistas Geo, Actuele y el diario Liberation.
Pero aún había un trabajo inconcluso. Un proyecto que comenzó en 1977, en sus inicios como fotógrafo, y en el que intentó adentrarse en lo más profundo de su raíz judía, en busca de la identidad y memoria que sus padres evitaron legarle. Esta búsqueda, que el fotógrafo debió hacer durante siete años, en forma paralela a su trabajo alimentario, se transformó en el libro "Enquéte d’ Identité. Un Juif a la recherche de sa Mémoire" (1987).
Hoy, el profesional recuerda cómo el encuentro con esas imágenes fue repercutiendo en su propia vida, incluso obligándolo a paralizar otros proyectos para dedicarse sólo a esta búsqueda: "Fue un trabajo más intuitivo que reflexivo. Mis padres no me entregaron las herramientas para poder construirme una identidad. Comencé a armarla a través de las imágenes de otros. Yo soy francés, nacido en Francia, y de padres judíos. Mi padre nació en París, pero sus padres venían de Polonia. Habían emigrado a Francia por razones económicas. Mi madre venía de Argelia, de un medio pobre también. Me hallaba desgarrado entre dos identidades".
"Debido a ese origen social -agrega- y a que mis abuelos hayan desaparecido en un campo de concentración, mis padres borraron todo su pasado. No es que hubiese mentira en mi familia, pero sí silencio, tabú, y todo eso significaba que yo no sabía lo que era ser judío. Mis padres no eran religiosos, yo podría haber sido un francés como cualquier otro. Pero, en el fondo, ese deseo de adaptación de mis padres no funcionó, y partí así a la búsqueda de mí mismo, con la identidad más evidente para mí, que era la de los religiosos... Sabía lo que era ser francés, no judío. Viendo a los religiosos supe que yo no era así, ni quería serlo. Era la idea más fácil de fotografiar, gracias a su aspecto físico de barbas y sombreros. Fui hacia ellos dándome cuenta que esa imagen clásica que uno tenía de los judíos, me molestaba. Me identifiqué por la negación. Tratar de conocerse a sí mismo y tener una identificación es muy difícil. Es más fácil decir ‘Así no soy’".
En una segunda etapa, Zachmann se dedicó a la memoria y el Holocausto, retratando en Israel a sobrevivientes del magnicidio: "Aún no me daba cuenta que estaba realizando un retrato fotográfico sobre mi padre. Haciendo estas fotos, en el fondo, tampoco podía saber que hacía un trabajo sobre mi madre". Siguió entonces a un grupo de judíos que se defendían de atentados antisemitas, atentados que en un momento hubo mucho en Francia: "Ellos luchaban contra estos grupos fascistas, pero eran casi bandidos. Entonces, a la vez que me molestaba, los admiraba porque combatían a estos fascistas como no lo habían hecho mis abuelos".
Finalmente, decidió fotografiar una identidad aún más difícil de captar; la identidad interior: "Hice una serie de retratos a jóvenes judíos en los que no se notaba que lo fueran, a pesar de que reivindicaban serlo. Con ellos comencé a identificarme", recuerda y agrega: "Cada fotógrafo debe encontrar la distancia justa, la que corresponde a la composición que haremos en el rectángulo y la elección de los lentes... Pero la verdadera distancia es la que el fotógrafo debe encontrar con el sujeto, como tema, físicamente, pero también posicionarse en el mundo, averiguar cuál es nuestro lugar en él".
Para cerrar el círculo, Zackmann dio el último paso fotografiando a su propia tribu: "Pasaron cinco años antes de poder enfrentar a mi familia y fotografiarla. Recién ahí, me di cuenta que pude haber hecho todo este trabajo en mi familia. Encontré, en ramas más o menos alejadas, a gente muy religiosa. Supe que una tía escapó al campo de la muerte. Tenía un primo que era entrenador de artes marciales (de estos grupos de jóvenes contrarios a los antisemitas), pero en el fondo no habría llegado a esta conclusión, sin haber pasado antes por estos grupos. En ese sentido, la fotografía es muy cercana al psicoanálisis... Pero el momento de la verdad sucedió cuando, luego de 7 años, logré fotografiar a mi madre. Ella me mira y por primera vez la enfrento. Aunque sólo sea por medio de la cámara, es un enfrentamiento igual".
El fotógrafo terminó su libro con el nacimiento de su primer hijo, Theo, y una nueva pregunta: "Ahora que entendía cual era mi identidad, armado el puzzle de la memoria que mis padres no me habían transmitido, no sabía si mi hijo, 20 o 30 años después, se haría las preguntas que yo me hice, aunque yo estaba muy dispuesto a no silenciar, como mis padres lo habían hecho, la historia. Cierro el libro con una nota, donde explico que no le haré la circuncisión -como dice la tradición judía- porque ese acto es el primero que une al hombre con Dios y, no siendo religioso, no quería que hubiese esa relación".
Ayudándonos a no olvidar
Pueden parecer muy evidentes los motivos que impulsan a Zachmann (con toda su carga histórica como descendiente judío e hijo de inmigrantes, en un país con fama -justa o no- de racista) a sostener una lucha a muerte contra el olvido (la propia muerte) y un replanteamiento constante ante el tema de la identidad. Simple es, también, relacionarlo con nuestros propios hijos de detenidos desaparecidos y adjudicar a ello el abanderamiento político (a lo que Zachmann no parece entregarse) o el resentimiento que, en cualquier caso, suele ser la acusación típica con que se escudan los jamás tocados. Es en este sentido que el puzzle que el fotógrafo lleva a cabo hace ya más de dos décadas, parece estar siempre lejos de completarse.
Entre 1985 y 1990, Patrick Zachmann trabajó en su libro sobre la intrincada sociedad china: "‘W.’ o El ojo de un larga nariz" (que es como los chinos -según el francés- designan a los occidentales). En 1987, después de dos años como nominado, es nombrado miembro asociado de Magnum y, junto a su enigmático amigo y guía ‘W’, lleva a cabo su viaje más importante a oriente -el segundo- que adquirió ribetes de "iniciático" para el fotógrafo: "Me sirvió para escribir un texto de 50 páginas sobre este encuentro entre el larga nariz -yo- y el chino".
Para concretar su obra, Zachmann visitó diversas comunidades chinas en París, Nueva York, San Francisco, Hong Kong, Singapur, Camboya, Vietnam, Indonesia, China, Taiwán, Filipinas, Malasia, Macao, Tailandia y Tahiti. "Trabajo mucho en medios cerrados. Así, me enfrento con el problema de la distancia, de navegar entre la proximidad y la lejanía. En estas comunidades me interesaba estar en complicidad, tener una relación de intimidad con la gente, pero sin llegar a ser complaciente con ellos. Si uno se niega a ser complaciente, está cerca y, por lo tanto, obligado a tomar distancia sin traicionarlos. Ahí está la importancia de no mentir, para tener esta relación de amistad con ellos. Por ejemplo, en mi país, la izquierda quiera mostrar -demagógicamente- a los inmigrantes de sectores periféricos en Francia sólo como víctimas, una imagen naif y falsa, sin decir que ellos mismos tenían actitudes racistas frente a otras comunidades. Yo me preocupo de decirlo, y eso me permite mantener una distancia".
Fue así como Zachmann presenció los inicios de la célebre revolución de la primavera, poco antes de la fatídica matanza en la plaza de Tiananmen: "Era la posibilidad de los jóvenes de vivir lo que nunca habían vivido. Los estudiantes se hallaban en huelga de hambre y la represión no se hizo esperar. El 4 de junio los líderes se habían ido de la plaza, era muy fácil de disolver el grupo con la intervención policial normal. La venganza fue por haber estos jóvenes echado a perder la fachada de China frente al mundo".
En 1990, luego de ser admitido como miembro de por vida en Magnum, se enteró de la liberación del líder negro, Nelson Mandela. Sabía de la presencia de trabajadores chinos en las minas de diamantes en Sudáfrica, quería combinar el momento. Sin embargo, el fotógrafo fue herido mientras esperaba a Mandela en la plaza donde haría su primer discurso.
Reflexionando acerca de su trabajo acerca del pueblo chino, señala: "Para occidente el mundo chino está lleno de imaginario y fantasía. Además, está muy lejos. Incluso su idioma y sus signos son muy ajenos a nosotros. A diferencia de los judíos, ellos representaban el otro extremo respecto al tema de la identidad, eran lo más extranjero y diferente de lo que podía ser yo".
Ya en Chile, en 1998, Zachmann realizó sus primeros retratos a mujeres víctimas de la dictadura del general Pinochet. Pero el fotógrafo no quedó plenamente satisfecho, comprendió que "la fotografía por sí sola no era suficiente, que el silencio es su fuerza, pero a veces también su límite. Temía que mis fotos no pudieran restituir la emoción encontrada al escuchar cada relato. Me daba miedo repetirme, reproducir íconos y clichés. Miedo de no ser capaz de comprender lo que sería el verdadero tema de mi investigación: Darme cuenta de un obstinado y difícil trabajo de memoria".
Una vez más, Zachmann optó por dos géneros que no le han sido indiferentes : El cine (ya antes hizo un documental acerca de la memoria y la figura de su padre, y otro sobre la mafia rusa, el que quedó inconcluso) y el paisaje fotográfico. Es éste último el trabajo que podremos apreciar en el MNBA de Santiago, el próximo 27 de noviembre. Imágenes que nos hablan de su encuentro con el desierto y, claro, nuestra desolada memoria. "En el desierto árido del norte de Chile, las marcas de la historia son visibles pero frágiles, como una memoria en abandono, en que los fragmentos aparecen o desaparecen al antojo de la arena y del viento que los descubren o los borran", comenta un Zachmann impresionado luego de su visita a la oficina de Chacabuco (donde "nada indica que la antigua mina fue, bajo el régimen de la junta militar, el más grande campo de concentración del país") y Pisagua ("una prisión que sirvió de campo de encierro y tortura, transformada en hotel. En las celdas llamadas ‘catacumbas’ se encuentra hoy un sauna, una sala de billar y de gimnasia").
"De vuelta a Santiago fui al tristemente célebre Estadio Nacional. Nada insta al visitante al recuerdo; y pensé en Drancy, en el velódromo de París, donde durante mucho tiempo nada hacía recordar que allí fueron ‘concentrados’ los judíos detenidos por la policía francesa, antes de ser deportados. En Chile no ha habido justicia. Muchos son aún los que, por interés, acomodamiento o ignorancia, se satisfacen de la amnesia organizada o de las mentiras oficiales. Sin embargo, una memoria está en camino", escribió Zachmann para el catálogo de su exposición, que además incluirá algunas imágenes pertenecientes al trabajo de Claudio Pérez y Rodrigo Gómez (Agencia IMA); "El Muro de la Memoria". "Su iniciativa -dice Zachmann- me hace pensar en la desconcertante analogía que existe entre el trabajo de los arqueólogos, o de los antropólogos legistas, y el poder de la fotografía. Ellos exhuman un mundo de los objetos y de los cuerpos desaparecidos, revelan imágenes ausentes, la huella de no-dichos, de no-vistos, de verdades escondidas en Auschwitz o Birkenau. Yo las había descubierto algunos años antes; ellas me habían permanecido siempre ocultas".
Es así como Patrick Zachmann -y este antropólogo que habita dentro de los grandes documentalistas- vuelve a enfrentarnos ante nuestro propio reflejo. Para más de alguno resultará curioso -hasta molesto- que una vez más el ejercicio provenga de fuera. ¿De fuera de qué, de dónde?, habría que preguntarse. No del ser humano, por cierto. Menos de aquellos que dedican su vida a rescatar historias, que parecen lejanas y ajenas, y no son más que una; la nuestra. Armadores de la memoria como Zachmann, quien -buscando el eco- se cuestiona: "¿De qué memoria se necesita para tener una identidad? ¿Qué relación mantener con lo que nos traumatizó, y quién hace el acontecimiento? Preguntas graves, necesarias en todo caso, a las cuales trato de responder como fotógrafo, para ayudar a no olvidar. Para que la ausencia de memoria no se transforme en pesadilla. Porque el olvido es el peor regalo que se le pueda hacer al presente".
(Artículo publicado originalmente en el diario electrónico El Mostrador, durante el mes de noviembre de 2001)
A fines de julio de 2000, Patrick Zachmann (1955) se presentó en el MNBA de Santiago y deslumbró a un centenar de personas que poco y nada sabían de su obra. Eran aficionados, estudiantes de fotografía y uno que otro lente nacional, la mayoría atraídos por el taller de edición que el francés de origen judío realizaría en el museo. La invitación, cursada por IMA Agencia de Fotógrafos, fue todo un éxito. La concurrencia conoció a uno de los más talentosos fotógrafos contemporáneos y, de paso, los que se atrevieron, supieron algo más de sus propias fotografías al someterse a los consejos y juicios críticos de Zachmann. Ya entonces, el profesional desarrollaba el proyecto que el 27 de noviembre expondrá en nuestro país: "Chile, una memoria en camino". Imágenes que esta vez no mostrarán la misteriosa diáspora china en el mundo, el pueblo judío o la mafia napolitana, sino a nosotros mismos frente a la etapa de nuestra historia que más nos incomoda, la amnesia crónica que negamos tratar.
Pero ¿Quién es Patrick Zachmann? ¿Qué ha hecho durante su vida tras el lente? ¿Qué movimientos sobre el tablero lo fueron acercando hacia nosotros, al Chile desmemoriado que a él tanto le interesa?
"El golpe de estado de Augusto Pinochet marcó mi generación -responde el fotógrafo, en el texto que envió a Chile para el catálogo de su muestra. Representaba lo inaceptable: La victoria del horror, la barbarie, el fascismo. Nos mostraba también cómo podían ser de ilusorias o ingenuas algunas de nuestras certezas y utopías de la época... Yo sentí rabia, impotencia, y luego borré Chile del mapa del mundo, como se entierra un dolor en un hueco de la memoria. Y me doy cuenta hoy hasta qué punto este país había dejado de existir para mí. Yo había terminado por persuadirme que no se podía sobrevivir a una dictadura de tal magnitud, que los chilenos sólo podían ser exiliados o muertos. ¿Cómo pude, cómo pudimos olvidar hasta este punto?"
Su primer viaje a Chile se llevó a cabo gracias a la detención de Pinochet en Londres, en octubre de 1998. En diciembre del mismo año, la revista femenina Marie Claire le pidió a Zachmann su mirada. Él propuso un trabajo sobre las mujeres víctimas del régimen militar chileno, en un país que lo impresionó desde el primer minuto: "Encontré un país en que el estado de amnesia me asombró, pero me entusiasmaba aun más que me sentía enviado confusamente a mi propia historia, a mis dificultades con la memoria, esa que de entrada no se me transmitió, y que siempre me faltó. Rápidamente comprendí que lo esencial transcurría subterráneamente, que las secuelas del régimen no eran fácilmente visibles desde el exterior. Me encontré con víctimas y sus familias, con hijos e hijas de desaparecidos que fotografiaba reteniendo mis suspiros: Ellos comenzaban a penas a hablar. Cada uno se esforzaba individual y colectivamente a aunar las partes de una historia, para dar algunas posibilidades nuevas al futuro".
Su historia
El miembro de Agencia Magnum se inició a los 22 años, cuando sus padres se resistían a que fuera fotógrafo. Ingeniero les parecía mucho mejor, pero Patrick no los escuchó: "Fui vendedor en la FNAC, un centro comercial donde nos prestaban cámara y películas y pude hacer fotos. Entonces, mis padres intentaron que estudiara arquitectura. Aguanté seis meses en la Escuela de Bellas Artes de París. De todas maneras, era más agradable que la escuela de ingeniería. Luego me lancé como fotógrafo free - lance", recuerda.
Su primer encuentro con la fotografía netamente de prensa -a la cual mira con cariñosa severidad- se debió a un reportaje que realizó en Portugal, en 1975, a propósito de la célebre revolución de los claveles. Entonces, Zackmann aceptó la propuesta del director de una joven agencia fotográfica, quien le ofreció la posibilidad de mostrar sus imágenes, y dos años más tarde se convirtió en miembro fundador de Agencia Rush, donde permaneció seis años.
Como muchos de su generación -y no sin algo de orgullo- reconoce haber aprendido su arte lejos de las aulas universitarias. Su única formación profesional -dice- duró una semana, cuando en Arles tomó un taller con Guy Le Querec. "Soy realmente autodidacta, pero no tengo nada contra las escuelas", asegura y se apura en argumentar: "En Agencia Rush aprendí la práctica. Viajé a Japón, hice mi primer viaje a China y en Irán realicé un seguimiento al Ayatollá. Para mí eso fue muy importante, ya que fue mi primera experiencia real con el fotoperiodismo".
¡Y qué experiencia! El TIME Magazine contactó al joven Zackmann para hacerle un pedido. "Había muchos fotógrafos y era todo una locura, la histeria total -rememora. Hoy, las condiciones de transmisión han cambiado. Entonces tenía que entregarle las películas a alguien que viajara pronto a París. Luego de tres días de trabajo, ya tenía buenas fotos, pero no llegaron a tiempo a TIME. Estaba en un cementerio donde el Ayatollá hizo su primer gran discurso. Cuando todos se retiraron había una luz muy bonita, comenzó a llegar gente a las tumbas y, en vez de irme y entregarle las películas a mi contacto, me quedé estúpidamente tomando fotos. El pedido llegó atrasado. La editora me dio mi primera lección de fotoperiodismo: Yo podía hacer las mejores fotos, pero si no llegaban a tiempo, no servían para nada. Fue un giro para mí. Me di cuenta que toda la efervescencia en torno al periodismo, no me interesaba. Más que en la actualidad misma, yo quería trabajar en la periferia del acontecimiento".
Nápoles: Policías y ladrones.
Zackmann quería enfrentarse a la violencia, "lo que no se puede evitar siendo fotógrafo en terreno", asegura. "Quería enfrentar la violencia exterior, del mundo, pero también la del acto fotográfico, la agresión hacia la gente fotografiada. Quería determinar cuáles eran mis límites en relación con esa violencia, cuáles eran los límites para fotografiar. Quería respetar el sufrimiento y la dignidad de la gente que tenía enfrente, pero también ver qué podían aceptar como violencia. Eso depende de la historia y la sensibilidad de cada uno. Es muy importante identificar estos límites cuando te lanzas en la fotografía, en todo caso al fotografiar gente".
Reconociendo la influencia de la estadounidense Diane Arbus, Zachmann explica: "Luego de conocer al retratado, Arbus obtenía de él o ella una imagen sin compasión. Por eso la criticaron de inhumana, de no respetar a sus modelos. Yo creo que la relación entre la persona fotografiada y el fotógrafo, se corta cuando éste presiona el obturador. Ahí privilegio la fotografía, rescato ese momento por sobre la relación. Si uno es fotógrafo, hay que cometer esa violencia para lograr el acto fotográfico. La persona fotografiada vivirá siempre -aunque sea de manera muy dulce- una agresión. Quizá, luego, el acto no sólo sea aceptado, sino incluso deseado".
De ese ejercicio, que el fotógrafo llevó a cabo en Nápoles, Italia, resultó su libro: "Madonna!" (1983), a propósito de la ambigua relación entre la mafia y la policía napolitana. Las imágenes fueron acompañadas por un texto de Claude Klotz, escritor de novelas policíacas que logró realzar la idea de Zachmann: "Más allá de la denuncia, este libro es un trabajo sobre la realidad y la ficción, la relación entre el texto y la imagen. Con esta idea de ficción y realidad, y entregándole a Klotz mis imágenes sin pies de foto, le pedí que escribiera una ficción. El resultado fue muy interesante, las imágenes de policías que yo iba siguiendo, en su imaginación se transformaban en mafiosos, o viceversa. Los policías y los ladrones pertenecen, en Nápoles, a los mismos barrios, y en el fondo todo era una cuestión de apariencia y teatralidad".
"Había una puesta en escena para la TV. Los periodistas llegaban con las imágenes en mente y la mafia se las conseguía. Fuimos al barrio español, donde la mafia contrataba a pequeños delincuentes, luego a una discotheque, donde se le había avisado al propietario que iría la policía. Así, más tarde, volvían al cuartel y todos quedaban contentos: La TV tenía sus imágenes, la policía había hecho su trabajo bien... Y la mafia también, por supuesto".
"Para poder quedarme -recuerda-, necesitaba la imagen de un muerto, y en esa época había una guerra entre dos bandas, con 350 muertos al año. Entendieron ese argumento y después de esa foto tuve que irme. Más tarde volví y estuve un mes junto a ellos, día y noche. La policía se acostumbró a mi presencia y casi ni se daban cuenta que yo estaba ahí".
"Es importante asumir tu presencia. Yo no quería ser un policía, quería mantener una distancia, pero igual los mafiosos no entendían por qué estaba ahí. Hoy creo que no me atrevería a hacer este tipo de imágenes. Hay que trabajar más sobre la sugestión que la demostración", comenta Zackmann, quien en su segundo viaje a Nápoles entabló amistad con un joven policía, Andrea Mornill, futuro director de la policía antimafia napolitana y uno de los primeros "guías" con los que el fotógrafo trabaja para llevar a cabo sus profundos reportajes.
Del paisaje de sí mismo
"No soy para nada un paisajista", ha dicho Zackmann. Pero finalizado su trabajo en Italia, de regreso en Francia, el fotógrafo se hallaba saturado de violencia, de la cual nunca imaginó sus alcances: "Uno de los policías que dirigía la brigada antimafia en Nápoles, el mismo que me había introducido y contactado incluso con mafiosos que él conocía, ahora mi amigo, fue asesinado. Al volver a Francia, no lograba enfrentarme con la gente. Necesitaba reconciliarme con mi propio país".
La forma escogida por el fotógrafo -que también incursiona en cine- fue, claro, la imagen y su constante cuestionamiento frente a ella. Así nació su no tan conocida serie sobre la autopista francesa o, como él la denomina, "una ida y vuelta entre lo cercano y lo lejano y, obviamente, entre la atracción y retracción por lo humano". Para Zackmann, el concepto de ida y vuelta es también "entre el color y el B/N, el texto y la imagen, entre lo real y la ficción, entre la imagen fija y animada... Pese a que su construcción lamentablemente ha aplanado el paisaje, me gusta la visión panorámica de la autopista y estas imágenes fugitivas que vemos al viajar muy rápido".
Como en toda su obra, destaca en esta serie una de las máximas que más le preocupan: "La fotografía no es sólo el hecho de documentar el mundo, sino también uno mismo. Creo que así, por enfoques sucesivos, uno empieza a hacer su propio autorretrato. Es lo que me interesa en fotografía y también en otras disciplinas: ‘Entrar en el artista’".
Sin embargo, su interés por el documentalismo -indisolublemente ligado al pensamiento humanista- primó por sobre el paisaje introspectivo y cualquier idea de abstracción en Zachmann, quien pronto buscó la forma de satisfacer la necesidad de "volver a la gente... Porque me gusta la vida, pero, como a todos nosotros, me cuesta entender al hombre. En plena guerra, dos franceses denunciaron sucesivamente a mis abuelos, por ser judíos. Desaparecieron en Auschwitz... Quiero a Francia, pero también hay gente que me asusta. Esta gente que reivindica un nacionalismo, algo muy francés, gente de extrema derecha, fascista".
¿Por qué continúa en el fotógrafo este interés por el ser humano, si apenas la historia comienza nos damos cuenta de lo repudiables que podemos llegar a ser? "Es la pregunta fundamental que yo me hago -respondió Zachmann en su anterior visita a Santiago- ¿Cómo es posible llegar a tal barbarie: Auschwitz, Ruanda, Bosnia, Chile o Argentina? Un amigo psicoanalista argentino, cuya ex - mujer fue torturada, me preguntó en una ocasión: ‘¿Vas a seguir creyendo en el hombre?’. No se ha encontrado la razón de esta barbarie, todavía se busca, y es eso -el hecho de buscar, de no darse por vencido- lo que da sentido a todo esto, un sentido de sobrevivencia. El día que deje de buscar, será porque he dejado de creer. Pero, en el fondo, este amigo me decía: ‘Sólo buscan aquellos que ya han encontrado’. O sea, puedes buscar sólo cuando encontraste las razones para poder tener esperanza en el hombre, y eso requiere de todo un trabajo con uno mismo, de descubrir tus defectos y el cómo luchar contra eso".
Del Holocausto judío a Chile
Finalizada su serie de paisajes, el Ministerio de la Cultura de Francia le pidió a Zachmann -y a otros nueve fotógrafos franceses- hacer un trabajo sobre los jóvenes nacidos producto de la inmigración en dicho país, pero también armar talleres donde, por medio de cámaras fotográficas básicas, pudieran ellos mismos retratar su realidad. En 1985, el fotógrafo ingresó a Magnum como nominado. Por esos días colaboraba ya con las revistas Geo, Actuele y el diario Liberation.
Pero aún había un trabajo inconcluso. Un proyecto que comenzó en 1977, en sus inicios como fotógrafo, y en el que intentó adentrarse en lo más profundo de su raíz judía, en busca de la identidad y memoria que sus padres evitaron legarle. Esta búsqueda, que el fotógrafo debió hacer durante siete años, en forma paralela a su trabajo alimentario, se transformó en el libro "Enquéte d’ Identité. Un Juif a la recherche de sa Mémoire" (1987).
Hoy, el profesional recuerda cómo el encuentro con esas imágenes fue repercutiendo en su propia vida, incluso obligándolo a paralizar otros proyectos para dedicarse sólo a esta búsqueda: "Fue un trabajo más intuitivo que reflexivo. Mis padres no me entregaron las herramientas para poder construirme una identidad. Comencé a armarla a través de las imágenes de otros. Yo soy francés, nacido en Francia, y de padres judíos. Mi padre nació en París, pero sus padres venían de Polonia. Habían emigrado a Francia por razones económicas. Mi madre venía de Argelia, de un medio pobre también. Me hallaba desgarrado entre dos identidades".
"Debido a ese origen social -agrega- y a que mis abuelos hayan desaparecido en un campo de concentración, mis padres borraron todo su pasado. No es que hubiese mentira en mi familia, pero sí silencio, tabú, y todo eso significaba que yo no sabía lo que era ser judío. Mis padres no eran religiosos, yo podría haber sido un francés como cualquier otro. Pero, en el fondo, ese deseo de adaptación de mis padres no funcionó, y partí así a la búsqueda de mí mismo, con la identidad más evidente para mí, que era la de los religiosos... Sabía lo que era ser francés, no judío. Viendo a los religiosos supe que yo no era así, ni quería serlo. Era la idea más fácil de fotografiar, gracias a su aspecto físico de barbas y sombreros. Fui hacia ellos dándome cuenta que esa imagen clásica que uno tenía de los judíos, me molestaba. Me identifiqué por la negación. Tratar de conocerse a sí mismo y tener una identificación es muy difícil. Es más fácil decir ‘Así no soy’".
En una segunda etapa, Zachmann se dedicó a la memoria y el Holocausto, retratando en Israel a sobrevivientes del magnicidio: "Aún no me daba cuenta que estaba realizando un retrato fotográfico sobre mi padre. Haciendo estas fotos, en el fondo, tampoco podía saber que hacía un trabajo sobre mi madre". Siguió entonces a un grupo de judíos que se defendían de atentados antisemitas, atentados que en un momento hubo mucho en Francia: "Ellos luchaban contra estos grupos fascistas, pero eran casi bandidos. Entonces, a la vez que me molestaba, los admiraba porque combatían a estos fascistas como no lo habían hecho mis abuelos".
Finalmente, decidió fotografiar una identidad aún más difícil de captar; la identidad interior: "Hice una serie de retratos a jóvenes judíos en los que no se notaba que lo fueran, a pesar de que reivindicaban serlo. Con ellos comencé a identificarme", recuerda y agrega: "Cada fotógrafo debe encontrar la distancia justa, la que corresponde a la composición que haremos en el rectángulo y la elección de los lentes... Pero la verdadera distancia es la que el fotógrafo debe encontrar con el sujeto, como tema, físicamente, pero también posicionarse en el mundo, averiguar cuál es nuestro lugar en él".
Para cerrar el círculo, Zackmann dio el último paso fotografiando a su propia tribu: "Pasaron cinco años antes de poder enfrentar a mi familia y fotografiarla. Recién ahí, me di cuenta que pude haber hecho todo este trabajo en mi familia. Encontré, en ramas más o menos alejadas, a gente muy religiosa. Supe que una tía escapó al campo de la muerte. Tenía un primo que era entrenador de artes marciales (de estos grupos de jóvenes contrarios a los antisemitas), pero en el fondo no habría llegado a esta conclusión, sin haber pasado antes por estos grupos. En ese sentido, la fotografía es muy cercana al psicoanálisis... Pero el momento de la verdad sucedió cuando, luego de 7 años, logré fotografiar a mi madre. Ella me mira y por primera vez la enfrento. Aunque sólo sea por medio de la cámara, es un enfrentamiento igual".
El fotógrafo terminó su libro con el nacimiento de su primer hijo, Theo, y una nueva pregunta: "Ahora que entendía cual era mi identidad, armado el puzzle de la memoria que mis padres no me habían transmitido, no sabía si mi hijo, 20 o 30 años después, se haría las preguntas que yo me hice, aunque yo estaba muy dispuesto a no silenciar, como mis padres lo habían hecho, la historia. Cierro el libro con una nota, donde explico que no le haré la circuncisión -como dice la tradición judía- porque ese acto es el primero que une al hombre con Dios y, no siendo religioso, no quería que hubiese esa relación".
Ayudándonos a no olvidar
Pueden parecer muy evidentes los motivos que impulsan a Zachmann (con toda su carga histórica como descendiente judío e hijo de inmigrantes, en un país con fama -justa o no- de racista) a sostener una lucha a muerte contra el olvido (la propia muerte) y un replanteamiento constante ante el tema de la identidad. Simple es, también, relacionarlo con nuestros propios hijos de detenidos desaparecidos y adjudicar a ello el abanderamiento político (a lo que Zachmann no parece entregarse) o el resentimiento que, en cualquier caso, suele ser la acusación típica con que se escudan los jamás tocados. Es en este sentido que el puzzle que el fotógrafo lleva a cabo hace ya más de dos décadas, parece estar siempre lejos de completarse.
Entre 1985 y 1990, Patrick Zachmann trabajó en su libro sobre la intrincada sociedad china: "‘W.’ o El ojo de un larga nariz" (que es como los chinos -según el francés- designan a los occidentales). En 1987, después de dos años como nominado, es nombrado miembro asociado de Magnum y, junto a su enigmático amigo y guía ‘W’, lleva a cabo su viaje más importante a oriente -el segundo- que adquirió ribetes de "iniciático" para el fotógrafo: "Me sirvió para escribir un texto de 50 páginas sobre este encuentro entre el larga nariz -yo- y el chino".
Para concretar su obra, Zachmann visitó diversas comunidades chinas en París, Nueva York, San Francisco, Hong Kong, Singapur, Camboya, Vietnam, Indonesia, China, Taiwán, Filipinas, Malasia, Macao, Tailandia y Tahiti. "Trabajo mucho en medios cerrados. Así, me enfrento con el problema de la distancia, de navegar entre la proximidad y la lejanía. En estas comunidades me interesaba estar en complicidad, tener una relación de intimidad con la gente, pero sin llegar a ser complaciente con ellos. Si uno se niega a ser complaciente, está cerca y, por lo tanto, obligado a tomar distancia sin traicionarlos. Ahí está la importancia de no mentir, para tener esta relación de amistad con ellos. Por ejemplo, en mi país, la izquierda quiera mostrar -demagógicamente- a los inmigrantes de sectores periféricos en Francia sólo como víctimas, una imagen naif y falsa, sin decir que ellos mismos tenían actitudes racistas frente a otras comunidades. Yo me preocupo de decirlo, y eso me permite mantener una distancia".
Fue así como Zachmann presenció los inicios de la célebre revolución de la primavera, poco antes de la fatídica matanza en la plaza de Tiananmen: "Era la posibilidad de los jóvenes de vivir lo que nunca habían vivido. Los estudiantes se hallaban en huelga de hambre y la represión no se hizo esperar. El 4 de junio los líderes se habían ido de la plaza, era muy fácil de disolver el grupo con la intervención policial normal. La venganza fue por haber estos jóvenes echado a perder la fachada de China frente al mundo".
En 1990, luego de ser admitido como miembro de por vida en Magnum, se enteró de la liberación del líder negro, Nelson Mandela. Sabía de la presencia de trabajadores chinos en las minas de diamantes en Sudáfrica, quería combinar el momento. Sin embargo, el fotógrafo fue herido mientras esperaba a Mandela en la plaza donde haría su primer discurso.
Reflexionando acerca de su trabajo acerca del pueblo chino, señala: "Para occidente el mundo chino está lleno de imaginario y fantasía. Además, está muy lejos. Incluso su idioma y sus signos son muy ajenos a nosotros. A diferencia de los judíos, ellos representaban el otro extremo respecto al tema de la identidad, eran lo más extranjero y diferente de lo que podía ser yo".
Ya en Chile, en 1998, Zachmann realizó sus primeros retratos a mujeres víctimas de la dictadura del general Pinochet. Pero el fotógrafo no quedó plenamente satisfecho, comprendió que "la fotografía por sí sola no era suficiente, que el silencio es su fuerza, pero a veces también su límite. Temía que mis fotos no pudieran restituir la emoción encontrada al escuchar cada relato. Me daba miedo repetirme, reproducir íconos y clichés. Miedo de no ser capaz de comprender lo que sería el verdadero tema de mi investigación: Darme cuenta de un obstinado y difícil trabajo de memoria".
Una vez más, Zachmann optó por dos géneros que no le han sido indiferentes : El cine (ya antes hizo un documental acerca de la memoria y la figura de su padre, y otro sobre la mafia rusa, el que quedó inconcluso) y el paisaje fotográfico. Es éste último el trabajo que podremos apreciar en el MNBA de Santiago, el próximo 27 de noviembre. Imágenes que nos hablan de su encuentro con el desierto y, claro, nuestra desolada memoria. "En el desierto árido del norte de Chile, las marcas de la historia son visibles pero frágiles, como una memoria en abandono, en que los fragmentos aparecen o desaparecen al antojo de la arena y del viento que los descubren o los borran", comenta un Zachmann impresionado luego de su visita a la oficina de Chacabuco (donde "nada indica que la antigua mina fue, bajo el régimen de la junta militar, el más grande campo de concentración del país") y Pisagua ("una prisión que sirvió de campo de encierro y tortura, transformada en hotel. En las celdas llamadas ‘catacumbas’ se encuentra hoy un sauna, una sala de billar y de gimnasia").
"De vuelta a Santiago fui al tristemente célebre Estadio Nacional. Nada insta al visitante al recuerdo; y pensé en Drancy, en el velódromo de París, donde durante mucho tiempo nada hacía recordar que allí fueron ‘concentrados’ los judíos detenidos por la policía francesa, antes de ser deportados. En Chile no ha habido justicia. Muchos son aún los que, por interés, acomodamiento o ignorancia, se satisfacen de la amnesia organizada o de las mentiras oficiales. Sin embargo, una memoria está en camino", escribió Zachmann para el catálogo de su exposición, que además incluirá algunas imágenes pertenecientes al trabajo de Claudio Pérez y Rodrigo Gómez (Agencia IMA); "El Muro de la Memoria". "Su iniciativa -dice Zachmann- me hace pensar en la desconcertante analogía que existe entre el trabajo de los arqueólogos, o de los antropólogos legistas, y el poder de la fotografía. Ellos exhuman un mundo de los objetos y de los cuerpos desaparecidos, revelan imágenes ausentes, la huella de no-dichos, de no-vistos, de verdades escondidas en Auschwitz o Birkenau. Yo las había descubierto algunos años antes; ellas me habían permanecido siempre ocultas".
Es así como Patrick Zachmann -y este antropólogo que habita dentro de los grandes documentalistas- vuelve a enfrentarnos ante nuestro propio reflejo. Para más de alguno resultará curioso -hasta molesto- que una vez más el ejercicio provenga de fuera. ¿De fuera de qué, de dónde?, habría que preguntarse. No del ser humano, por cierto. Menos de aquellos que dedican su vida a rescatar historias, que parecen lejanas y ajenas, y no son más que una; la nuestra. Armadores de la memoria como Zachmann, quien -buscando el eco- se cuestiona: "¿De qué memoria se necesita para tener una identidad? ¿Qué relación mantener con lo que nos traumatizó, y quién hace el acontecimiento? Preguntas graves, necesarias en todo caso, a las cuales trato de responder como fotógrafo, para ayudar a no olvidar. Para que la ausencia de memoria no se transforme en pesadilla. Porque el olvido es el peor regalo que se le pueda hacer al presente".
(Artículo publicado originalmente en el diario electrónico El Mostrador, durante el mes de noviembre de 2001)
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